Victoria Kent

El pasado 25 de septiembre se cumplieron 30 años de su muerte en Nueva York, después de un exilio de casi medio siglo. Ni entonces ni ahora se habló de ella, todo lo más unas líneas perdidas en algún periódico. Victoria Kent fue la mujer que abrió caminos a otras mujeres, la primera en tantos ámbitos.

Victoria Kent (Málaga, 6 de marzo de 1891-Nueva York, 26 de septiembre de 1987) nació en una familia de talante liberal, lo que le permitió estudiar Magisterio y luego Derecho, ya en la Universidad de Madrid. En la Residencia de Señoritas de Madrid -el equivalente a la Residencia de Estudiantes de chicos- conoció a María de Maeztu, directora del centro, que influiría mucho en la joven. Enseguida se afilió a la Juventud Universitaria Femenina -a la que en 1921 representó en el congreso de Praga- y a la Asociación Nacional de Mujeres Españolas. Fue vicepresidenta del Lyceum Club Femenino y, con Clara Campoamor y Matilde Huici, impulsó el Instituto Internacional de Uniones Intelectuales.

En 1925 fue la primera mujer en colegiarse en el Colegio de Abogados de Madrid; en 1930 fue la primera mujer en el mundo en ejercer como abogada en un tribunal militar al defender a Álvaro de Albornoz, que había sido procesado tras la sublevación de Jaca, consiguiendo la absolución de su defendido. Abrió un bufete de abogados especializado en Derecho Laboral, también en ese área fue la primera mujer, y ejerció como asesora jurídica del Sindicato Ferroviario y de la Confederación de Pósitos Marítimos. En 1927 presidió el primer Congreso de Cooperativas de España. En 1931 fue elegida miembro de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación y en 1933, de la Asociación Internacional de Penales de Ginebra.

El mismo año 1931 fue elegida por Madrid diputada por el Partido Radical Socialista en las Cortes republicanas constituyentes; reelegida en las elecciones de febrero de 1936 por Jaén en la lista de Izquierda Republicana, dentro del Frente Popular. Ese año también, el gobierno presidido por Niceto Alcalá Zamora la nombró directora general de Prisiones, algo impensable en una mujer. En el año que permaneció en el cargo trató de reformar y humanizar el sistema presidiario, siguiendo el camino emprendido por Concepción Arenal un siglo antes: creó el cuerpo femenino de funcionarias de prisiones, mejoró la alimentación de los presos, permitió la libertad de culto en las cárceles, amplió los permisos por razones familiares y retiró los grilletes y cadenas que entonces aún se utilizaban. Ordenó la construcción de la cárcel de mujeres de Ventas de Madrid -en las que no había celdas de castigo- y el cierre de más de un centenar de cárceles; creó el Instituto de Estudios Penales, dirigido por Jiménez Asúa, que había sido profesor suyo en la Universidad. La huelga de hambre de algunos detenidos políticos y una fuga de presos le valieron duras críticas, lo que le llevó a dimitir en 1932. Sin embargo, en esa época gozó de una gran popularidad hasta el punto de que el compositor Francisco Alonso la mencionó en el libreto de Las Leandras, revista protagonizada por Celia Gámez.

Tuvo una destacada intervención en la redacción de la Constitución de 1931, especialmente en el articulado referido a la laicidad del Estado, de manera que ninguna creencia pudiera influir en ninguna clase de relaciones civiles, y en los derechos de familia, proponiendo la equiparación de hijos legítimos e ilegítimos, la protección a la infancia y a la maternidad y la igualdad de retribución salarial de hombres y mujeres. A pesar de su indudable defensa de los derechos de las mujeres, se opuso a la aprobación del sufragio femenino en aquellas cortes constituyentes. Frente a la posición de Clara Campoamor, que defendía el derecho al voto como el reconocimiento de la igualdad entre mujeres y hombres, Victoria Kent consideraba que las mujeres españolas estaban aún demasiado influidas por el clero y carecían de criterio personal suficiente para ejercer ese derecho. Finalmente, Clara Campoamor consiguió convencer a una mayoría de diputados y el 1 de octubre de 1931 se aprobaba el sufragio femenino. Victoria Kent perdió la popularidad de que gozaba y no volvió a ser elegida parlamentaria. Tampoco lo fue Campoamor, que perdió su acta en las primeras elecciones que votaban las mujeres, ganadas por los partidos conservadores.

Al término de la guerra civil Victoria se refugió en París, desde donde gestionó la protección de los niños refugiados, creando para ellos guarderías y lugares de refugio en América. En 1943 los tribunales franquistas la condenaron en rebeldía a 30 años de prisión y la denunciaron ante el gobierno colaboracionista de Vichy; se salvó porque la Cruz Roja le proporcionó una identidad falsa -Madame Duval- y alojamiento, según relató en su novela Cuatro años en París, que en España no fue publicada hasta 1978.

En 1948 se exilió en México, donde creó la Escuela de Capacitación para el personal de Prisiones. En 1950 se trasladó a Nueva York, reclamada por Naciones Unidas, para quien hizo un estudio sobre las cárceles de Iberoamérica. Entre 1951 y 1957 fue ministra del gobierno de la República en el exilio; con la ayuda de Louise Crane, intelectual y miembro de la alta burguesía americana, a quien había conocido en la ONU, fundó, y entre 1954 y 1974 dirigió, la revista Ibérica, desde la que pretendía dar voz a los exiliados y mantener la esperanza del fin de la dictadura franquista. Victoria y Louise establecieron una red de colaboración efectiva y eficaz entre mujeres intelectuales, algunas exiliadas también: Concha de Albornoz, Carmen Conde, Rosa Chacel, Pilar de Madariaga, Julia de Meabe, Victoria Ocampo, Gabriela Mistral, Marianne Moore y otras muchas, cuya obra, en general, permanece ignorada u olvidada.

En 1977, muerto ya Franco, volvió a España, pero la restauración de la monarquía y el hecho de que no se le tuviera en cuenta para ninguna tarea, le hizo volver a Nueva York, donde compartió sus últimos años con Louise Crane. En 1986 el Ministerio de Justicia le concedió la medalla de San Raimundo de Peñafort, que ya no pudo recoger. Falleció al año siguiente.

 

En Madrid, ni una calle ni un monumento, nada recuerda su vida y su obra. El olvido es de una espesura amarga. Cuando eliminó los grilletes y cadenas de las cárceles mandó fundirlos y que con el metal resultante se realizara una escultura en memoria de Concepción Arenal. Se trata de un pequeño busto, de buena factura, que se guarda en una dependencia de la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias, en el número 38 de la calle Alcalá. Organismo que, muy amablemente, nos ha proporcionado las fotos que aquí aparecen. No se conoce el nombre del autor ni la fecha de su ejecución. En verdad, lo único que se sabe es que Victoria Kent humanizó el tratamiento a los presos en el corto espacio de tiempo que fue responsable de Instituciones Penitenciarias. Y que fue abriendo caminos a otras mujeres.

2 thoughts on “Victoria Kent

  1. Victoria Kent consideraba que las mujeres españolas estaban aún demasiado influidas por el clero y carecían de criterio personal suficiente para ejercer ese derecho.
    Y no se equivoco
    Tampoco lo fue Campoamor, que perdió su acta en las primeras elecciones que votaban las mujeres, ganadas por los partidos conservadores.

    Saludos

Deja un comentario