El padre se presentó en la sede central, desalojó de los despachos a los pocos asesores del yerno que aún quedaban y tomó las riendas de la empresa en el poco tiempo que le dejaban sus actividades procreadoras. Vano empeño porque la francesa era mona pero no coneja, solo consiguió embarazarla una vez y la criatura no alcanzó a ver la noche. Las consecuencias de tanto empeño en un hombre que ya no estaba en edad de esos alardes es que un día, según había puesto los pies encima de la mesa del despacho, la palmó.
A la heredera ni siquiera se lo dijeron. Llamaron directamente al nieto, que seguía en las tierras paternas. Que vengas, que el viejo la ha espichado, le dijeron. El chico se tomó su tiempo pero en cuanto se presentó tomó posesión de los bienes familiares como si tal cosa. Lo de la posesión y los bienes familiares, en sentido estricto. Porque se quedó con todo sin preguntar siquiera por su madre y porque dejó embarazada a la francesa, joven aún pero que no dejaba de ser su abuelastra. Los culebrones tienen estas cosas, cuando crees que ya no pueden asombrarte más dan una nueva vuelta de tuerca.
El nieto aprovecha las pocas visitas que hace a su madre para irse llevando sus joyas y cosas de valor; la inconformista hace como que no lo ve hasta que un día le dice: Vale que te quedes con la empresa pero al menos déjame las joyas. Como quien dice: Vale que me haga la tonta pero sin pasarse.
El chico ha tomado el negocio al asalto, desaloja a todos los ejecutivos del holding con métodos de tiburoneo y coloca sus peones en los puestos de decisión. En esos momentos hay un intento de opa hostil. Los responsables de la iniciativa se van directamente a la madre, que sigue siendo la dueña, le cuentan como es su niño y le ponen a la firma una propuesta para que se presente en el despacho y tome las riendas. La inconformista va dando largas al asunto, sin decir ni sí ni no. Hasta que el hijo se entera y descabeza el proyecto. En sentido literal.
Y así va pasando el tiempo, la inconformista encerrada en el palacete, el heredero mangoneando el negocio y repartiendo migajas entre sus hermanos, mandando a uno a la hacienda paterna, casando a sus hermanas con chicos de buena casa. Él se casa con una joven guapa que te caes pero de poca fortuna, con la que se dedica a tener niños -lo de la procreación full time es una cosa genética en esta familia- hasta que la mujer, de naturaleza enclenque, muere al dar a luz, que lo de morirse a la mínima es la segunda marca genética familiar.
La inconformista muere de vieja sin salir de su palacete, los hijos también se hacen mayores, a ratos son felices y a ratos desgraciados, más lo segundo que lo primero. Tan pronto como el heredero conoce que su madre ha muerto le entran ganas de retirarse del mundanal ruido y cede los trastos de mandar a su hijo. Un fortunón repartido por medio mundo, de manera que bien pudo decirse que en sus empresas nunca se ponía el sol. Igualito que Zara.
Para ser una incorformista, pobre criatura, que ni un mal gesto ha tenido para la plaga de herederos que le han ido saliendo, ¿será la sangre la responsable?
Me ha encantado el resumen actualizado de la verdadera historia de Juana, esa que no hay que dejar de leer y disfrutar.