Madrid, Madrid, ¡qué bien tu nombre suena / rompeolas de todas las Españas! / La tierra se desgarra, el cielo truena, / tú sonríes con plomo en las entrañas, escribió Antonio Machado, que algo sabía de españolidad, si existe el concepto.
Madrid es esa ciudad donde nadie es extraño, que te da carta de naturaleza al día siguiente de instalarte, que no pide adhesiones inquebrantables ni pregunta cuál es tu ideología. Es también esa ciudad cruel capaz de soportar los gestores más impresentables y hacerlos convivir con personas inteligentes y generosas, eterna Penélope siempre haciendo y deshaciéndose a sí misma. Muchas son las calles que reclaman con justeza la representación de Madrid pero pocas con más méritos que la calle de Alcalá, que nace en la Puerta del Sol y acaba en las afueras de la ciudad, casi en el aeropuerto.
Pues bien, en la calle de Alcalá se alza la iglesia de las Calatravas cuyo retablo barroco es obra de José Benito Churriguera y es el único ejemplar de este escultor en la ciudad. A la izquierda del retablo mayor cuelga un lienzo de considerables dimensiones, obra de la pintora Nati Cañada, que reúne un nutrido grupo de figuras identificadas como “Los mártires del siglo XX en Madrid”. Once mujeres y veinticinco hombres, uno santo y el resto, beatos.
La historia es harto conocida. En los meses anteriores y posteriores al levantamiento militar de 1936 las calles de Madrid y de otras ciudades y pueblos de España se convirtieron en una cruenta batalla contra todo lo que tuviera que ver con la iglesia católica. Un puñado de militantes radicales anarquistas y de izquierdas quemaron iglesias y conventos, persiguieron con saña a los curas y religiosos, muchos de los cuales fueron asesinados por sus perseguidores. Es una página penosa de la historia española.
Bien es cierto que la iglesia católica, tradicionalmente alineada con los poderosos, fue beligerante contra la República y se dedicó a azuzar a sus creyentes contra todo lo que oliera a laicismo. Se opuso cuanto pudo a la Institución Libre de Enseñanza, que ponía coto al dominio de la enseñanza religiosa. Ridiculizó y persiguió a las mujeres reunidas en el Lyceum Club, a quienes trató de desprestigiar de manera grosera. Instigó el levantamiento militar y denunció a los militantes de izquierdas, que serían asesinados vilmente por los sublevados. No pocos curas se encargaron ellos mismos de ejecutar a quienes identificaban con la República o, simplemente, no frecuentaban la iglesia. En las alturas, los obispos conseguían que el papa Pío XII bendijera la guerra civil como Cruzada.
Nada de ello justifica la persecución arbitraria y el asesinato de los religiosos. Sus muertos son nuestros muertos, incluso de quienes no somos creyentes, porque las víctimas no son culpables y, si lo fueron, sus culpas debieron ser resueltas en los tribunales, nunca en las sacas ni en las cunetas.

Otra cosa es que la iglesia católica, que tiene larga experiencia en la materia, haya sacado provecho ideológico de esos muertos con canonicaciones multitudinarias aprovechadas para denigrar a quienes considera sus adversarios, que siempre son los partidos alineados a la izquierda. En la puerta de las Calatravas un cartel anuncia para el 6 de noviembre una “Fiesta litúrgica de los Mártires del siglo XX”, que consiste en la celebración de una “Santa Misa” presidida por el obispo auxiliar de Madrid, Juan Antonio Martínez Camino, que fue portavoz de la Conferencia Episcopal Española.
Avanzando por la misma acera de la calle Alcalá, antes de llegar a Cibeles se encuentra la sede del Instituto Cervantes donde hasta el domingo 3 de noviembre se rendía homenaje a las mujeres del exilio republicano. “Pasos sin tierra” es una humilde relación de nombres e imágenes de “aquellas mujeres españolas que tuvieron que dar el durísimo paso de abandonar su tierra, su casa, su trabajo, su vida y a los suyos, sus costumbres y sus libertades, durante la guerra civil española o, en su mayoría, en 1939 al perder la guerra”.
Hay entre ellas algunos nombres conocidos: Pasionaria, Victoria Kent, Ernestina de Champourcin, Clara Campoamor, Margarita Nelken… pero la mayoría son nombres absolutamente desconocidos a pesar de tratarse de profesionales que destacaron en sus ámbitos laborales: maestras, artistas, sindicalistas, científicas. Ellas son la otra cara de la moneda. “Mujeres represaliadas que vivieron la exaltación y la alegría de la República, el horror de la guerra civil española, el desconsuelo de la derrota y finalmente el drama del exilio”. Son nuestras represaliadas también.
Pero mientras los primeros son justamente recordados, las segundas volverán al olvido una vez cerrada la exposición del Instituto Cervantes. Por no tener, no han tenido ni un folleto que recuerde sus nombres a las generaciones futuras. Nada que haga entender a quien aún lo ignore la enorme pérdida que produjo el exilio a un país privado de lo más cuajado de su intelectualidad en beneficio de un régimen cuartelario sin asomo de crítica.
Madrid, Madrid, ¡qué bien tu nombre suena / rompeolas de todas las Españas!