Teresa de Cepeda y Ahumada (Ávila, 28 de marzo de 1515-Alba de Tormes, 15 de octubre de 1582) nació en una familia de hidalgos conversos. Fue reformadora de la orden carmelita, fundadora de los Carmelitas Descalzos, escritora y mística. La iglesia la canonizó poco después de su muerte pero tardó cuatro siglos en declararla doctora debido a la insuperable barrera de su condición femenina.
Aficionada a las lecturas de aventuras, todavía niña quiso escapar a tierra de infieles para sufrir el martirio en compañía de su hermano Rodrigo. Su tío los encontró y los devolvió al hogar. A pesar de la oposición familiar, ingresó en el convento de la Encarnación en 1536 y profesó un año después. Su salud, siempre frágil, se deterioró en el convento. Sufrió desmayos y quizá alguna cardiopatía cayendo en cierto desequilibrio físico y psíquico. Su padre la rescató de nuevo para que se recuperara en el ámbito familiar. En aquella época sufrió crisis epilépticas, llamadas mal de corazón, convulsiones y pérdidas de conocimiento, llegando a estar en coma por espacio de cuatro días y paralítica durante dos años, lo que le marcó de por vida. Se considera que los éxtasis y arrobamientos que viviría más adelante serán secuelas de este episodio en los lóbulos temporales. En este tiempo aprenderá también el recogimiento como método de oración, que le permitió alcanzar la unión con Dios.
Una vez curada, en 1539 volvió al convento de la Encarnación. Según relató ella misma, en 1542 se le apareció Cristo reprendiéndole por su trato con los seglares pero su conversión no se produciría hasta 1554, impresionada por la imagen de un Ecce Homo. En ese tiempo estuvo alentada por el jesuita Francisco de Borja, luego también canonizado, y por la lectura de las Confesiones de San Agustín. En 1558 tuvo su primer rapto, al que seguirían otras visiones imaginarias e intelectuales, arrobamientos y éxtasis en los que vería a Jesús resucitado. En 1560 se propuso reformar la Orden del Carmelo, empezando por el convento abulense de San José, no sin resistencia. Su propósito era devolver al espíritu fundacional carmelita y recuperar la oración, austeridad, pobreza y clausura propios de la orden. Las religiosas reformadoras dormían sobre un jergón en el suelo, llevaban sandalias -de ahí que se conocieran como descalzas-, se abstenían de comer carne y ayunaban durante ocho meses del año. En 1567 consiguió la aprobación de su primera fundación y permiso para fundar otros conventos de mujeres. La reforma se extendió también a la rama masculina del Carmelo, con la colaboración de Juan de la Cruz, que también llegaría a santo.
A partir de ahí, Teresa emprende una vida itinerante para extender sus fundaciones que la llevó a Medina del Campo, Alcalá de Henares, Madrid, Valladolid, Toledo, Pastrana, Salamanca, Alba de Tormes, Segovia, Sevilla, Caravaca, Villanueva de la Jara, Palencia, Soria, Burgos. Viajes realizados por caminos inclementes, frecuentemente enferma. Durante tres años fue priora del monasterio de la Encarnación de Ávila.
Por consejo de sus confesores escribió su vida en 1562 y en 1566, donde relata sus dudas, su conversión, las revelaciones y éxtasis, las apariciones vividas en ese estado. En 1574 esta autobiografía fue denunciada a la Inquisición, denuncia reiterada al año siguiente, esta vez por la princesa de Éboli, que se había recogido en el convento carmelita de Pastrana sin someterse a las normas de la Orden, por lo que Teresa se enfrentó a ella y retiró a sus monjas, que trasladó a Segovia.
La reforma no resultó tarea fácil. Aparte de las denuncias ante la Inquisición, unas veces por sus escritos y otras por sus obras, finalmente resueltas a su favor, carmelitas descalzos y calzados se enfrentaron con frecuencia. Mantuvo controversias con algunos clérigos ilustres, como el jesuita padre Suárez, incluso con el nuncio Sega, que la consideraba despectivamente una fémina inquieta y andariega, desobediente y contumaz. Tuvo también el reconocimiento de personas igualmente principales y el respaldo de Felipe II, quien a la muerte de Teresa recogió sus manuscritos y los depositó en la biblioteca de El Escorial. Su hermana, María de Austria, favoreció la edición de la autobiografía de la reformadora, tarea que el Consejo Real encomendó a fray Luis de León, junto con Camino de perfección y las Moradas del alma. En su producción literaria destacan: Camino de perfección; Conceptos del amor de Dios y El castillo interior (o Las moradas); Vida de santa Teresa de Jesús; Libro de las relaciones; Libro de las fundaciones; Libro de las constituciones; Meditaciones sobre los cantares; además de un amplio epistolario de más de 400 cartas.
Volviendo ya muy enferma de la última de sus fundaciones en Burgos hizo un alto en Alba de Tormes, donde murió y en cuyo convento de la Anunciación fue enterrada. Sobre el féretro se arrojaron tal cantidad de tierra y piedras que se rompió el ataúd. Este no fue el peor de los percances que tuvo que soportar el cadáver de la reformadora carmelita. En 1585 la Orden consideró que la fundadora debía descansar en Ávila y ordenaron trasladar allí sus restos. Al abrir el ataúd hallaron los vestidos descompuestos pero el cuerpo intacto. A petición de la comunidad se cortó un brazo de la difunta que quedó como compensación por el traslado de los restos. El padre Gracián se quedó con el dedo meñique de la mano, que le fue sustraído al ser hecho prisionero por los turcos y que él rescató a cambio de joyas y de 20 reales. A pesar de la reliquia los duques de Alba consideraron el traslado una afrenta y no pararon hasta conseguir que el cadáver volviera a su villa, contando para ello con la valiosa colaboración del papa Sixto V, que así lo ordenó, so pena de excomunión. En 1586 volvió el cuerpo incorrupto a Alba de Tormes donde fue enterrado bajo nueve llaves, de las que tres quedaron en poder de la casa de Alba. En 1670 se instaló en una urna de plata, comprobándose que permanecía incorrupto. Incorrupto, sí, pero muy mermado si se tiene en cuenta que en Roma se guarda parte de la mandíbula superior y el pie derecho; en Lisboa, la mano izquierda; en Ronda (Málaga), la mano derecha y el ojo izquierdo; en París, un dedo; otro dedo en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) y otros dedos repartidos por el orbe cristiano. La mano derecha se encontraba en poder de las tropas republicanas y fue recuperada por las tropas franquistas durante la guerra civil, pasando a poder de Franco, que la guardó toda su vida.
La iglesia la había beatificado en 1614 y canonizado en 1622, venerándola como Santa Teresa de Jesús. En 1626 la cortes de Castilla la nombraban copatrona de España con Santiago pero los partidarios del apóstol consiguieron que se revocara el acuerdo. En 1627 el papa Urbano VIII la proclamaba patrona de España. Los carmelitas lograron que en 1726 el papa Benedicto XIII estableciera la fiesta de la transverberación del corazón de Santa Teresa. La Universidad de Salamanca la nombró doctora honoris causa. En 2015 la Universidad Católica de Ávila se unió a este reconocimiento. Es alcaldesa honoraria de Alba de Tormes desde 1963. También fue declarada patrona de los escritores en 1965 por el papa Pablo VI. Los sucesivos intentos para conseguir que la iglesia reconociera el magisterio espiritual y el doctorado de la santa chocaron con el obstáculo de su condición femenina hasta 1970 cuando Pablo VI la declaró Doctora de la Iglesia junto con Santa Catalina de Siena.
Siempre me impresionó su biografía, casi tanto como la belleza de sus textos, desconozco las causas de sus arrobamientos, pero la mística tiene en ella un camino a recorrer.
Gracias por este repaso de grandes mujeres que la historia siempre contada por ellos no ha querido sustraer.