Teodora y el tenedor

Quizá lo hayáis olvidado porque han pasado 28 años de aquello. Ocurrió en Lérida en 1989. Un empresario de 45 años fue condenado a una multa de 40.000 pesetas -una minucia, realmente- como autor de un delito de abusos deshonestos no violentos contra una empleada eventual suya de 16 años a la que había propuesto mantener relaciones íntimas bajo promesa de prorrogarle el contrato. A manera de adelanto, le sobó las zonas pectoral y glútea. El ponente de la sentencia consideró que, en efecto, el hombre se había excedido en sus atribuciones, aunque la joven “con su específico vestido, en cierta forma y acaso inocentemente, provocó este tipo de reacción en su empresario, que no pudo contenerse en su presencia”. Un año después el Tribunal Supremo confirmó la sentencia de la Audiencia Provincial, conocida como la “sentencia de la minifalda”.

Lo que los jueces venían a decir es que las mujeres van provocando de tal manera que los pobres hombres, tan indefensos como salidos, no pueden contenerse.

En realidad, ni siquiera es necesario vestir minifalda. Muchos hombres tienen la convicción de que las mujeres provocan per se, por su propia naturaleza, aunque se cubran del cogote a los pies. Y si no, os voy a contar lo que le ocurrió a la pobre Teodora. Que quién es Teodora, estaréis preguntándoos. La hija Constantino X, emperador de Bizancio, a quien, en una de esas fases de confraternización entre países habitualmente enfrentados, la casaron con Domenico Selvo, dux de la República de Venecia, allá por el año 1077.

Cuando llegó a Venecia, que ya entonces estaba enfrascada en la construcción de una basílica dedicada a San Marcos, Teodora se trajo de Bizancio su ajuar y aquellos utensilios que le eran familiares, entre ellos la cubertería que, oh, pavor, incluía tenedores. El tenedor o una herramienta similar ya era conocido entre griegos y romanos pero en el medievo el uso del utensilio había decaído. A la hora de comer se empleaban las manos, todo lo más la cuchara y cada cual su cuchillo multiusos (lo mismo valía para cortar un cuarto de asado que para extraer los menudillos a un vecino).

Pues bien, los venecianos reprocharon a Teodora su refinamiento oriental, considerando que el uso del tenedor era un lujo insensato, una provocación. Y eso que Teodora no usaba minifalda. El escándalo llegó a tal punto que la iglesia se vio en la necesidad de intervenir, reprochando a la mujer sus extravagancias, como no podía ser menos. San Pedro Damián, un cardenal benedictino y reformador se subió al púlpito para definir al tenedor como “instrumento del diablo”.

La pobre Teodora debió guardar su cubertería para mejores ocasiones, que no sé si llegó a conocer pues Domenico Salvo fue derrocado en 1084. Así que hubo que esperar a que Catalina de Médicis, que llegó a Francia procedente de Florencia, introdujera el tenedor en la corte francesa y de allí, se expandiera por el mundo.

No creáis que los magistrados del Tribunal Supremo han hecho la mínima autocrítica por su misoginia. De la iglesia no digo nada, vaya a ser que condenen a la cuchara, que es del género femenino. Luego dicen que nos exaltamos. Demasiada paciencia es lo que tenemos. 

2 thoughts on “Teodora y el tenedor

  1. Leo lo de la sentencia minifalda y me revuelvo toda.
    Parece que quedarse con el dinero público sigue la misma lógica…es que está ahí, es tanto y tan fácil de coger….

  2. Recordaba lo de la minifalda, y no me sonaba tan lejana, así que seguro, seguro que hay sentencias primas hermanas más próximas.

    Interesante la anécdota de la pobre Toedora. ¿Qué se supone que iba a hacer con el tenedor? ¿O era cuestión de dónde habrían estado esos deditos que tenían que ir al pan?

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