Secretaria o consejera

Hace 32 años entrevisté a un joven empresario que había tomado las riendas de la empresa creada por su padre. Eran los años del modelo Mario Conde, cuando las figuras emergentes, creadas a golpe de efecto, publicidad y especulación, se paseaban orondos por los medios de comunicación. Mi entrevistado, bien parecido y desenvuelto como el prototipo reinante, en lo demás era justo la antítesis. Ex alumno del Pilar -el colegio en el que se habían educado las élites que a la sazón regían la economía y la política nacional- era un tipo moderno pero sin alardes y hacía gala de actuar con “un cierto sentido ético”, algo exótico en aquel momento. Tampoco parecía interesado en aparecer en prensa, de hecho no me había sido fácil conseguir la entrevista.

La conversación iba por los cauces protocolarios, me relató cómo se había formado a la sombra paterna, que era más aficionado a los deportes que a la lectura de poesía o la novela del siglo XVII, que había sacado a bolsa a su empresa, algo inusual en su sector, y que le gustaría que sus amigos pensaran de él que tenía algo más que un balance metido en la cabeza. Pero, cuando le pregunté qué esperaba para sus hijos -una niña de doce años y un niño de diez- me respondió con una anécdota: “Hace dos años mi hija me dijo que quería ser mi secretaria, lo cual a mí me encantó, me parecía una cosa muy bonita, dicho por una niña. Entonces mi hijo dijo que él también, pero ella le contestó, no, tú tienes que ser algo más».

«Lo siento«, añadió, «supongo que no le va a gustar nada, pero es una realidad a la cual habré contribuido algo, pero en la que influye todo el entorno. Para bien o para mal las cosas son como son, las niñas desde pequeñas tienen la idea de que sus hermanos van a tener una responsabilidad profesional mayor que la suya. Lo cual no quiere decir que la responsabilidad como seres humanos no pueda ser mayor la de ellas que la de ellos, de hecho muchas veces lo es”. Luego, añadió: “Ahora que le he contado la anécdota, tengo que decir que quiero que mis dos hijos, si puedo, intervengan en la empresa de uno u otra forma. Me gustaría que mi hija fuera consejera porque me parece una persona muy válida. No que tuviera un puesto ejecutivo, me gustaría que fuera consejera y que se ocupase de su familia”, concluyó.

No tengo por costumbre juzgar a mis entrevistados pero había algo chocante en aquel discurso de un hombre tan ponderado en lo personal, tan atrevido en lo empresarial y tan conservador en social. Tenía razón en que, por entonces, eran los primeros meses de 1990, todavía los hijos eran los herederos del mando, cuando lo había, y, salvo excepciones, las hijas tenían que bregar muy mucho si querían intervenir en la dirección. Independientemente de la inteligencia, formación y capacidad de unos y otras.

Pasó el tiempo y, por esta vez, su discurrir operó a favor de las mujeres que lentamente, a veces demasiado lentamente, fueron ocupando puestos que se creían reservados a ellos. Hace unos meses leí que en la empresa de mi entrevistado las mujeres directivas ocupaban un número creciente hasta el punto de que en la cúspide -un puesto ejecutivo a más no poder- se sentaba una mujer. Una mujer ajena a la familia, comprobé. La nueva consejera delegada declaraba que la política de la empresa en la selección de personal era de igualdad de oportunidades, aunque las últimas incorporaciones en la dirección habían sido casi todas mujeres. “En el Consejo de Administración y el Comité de Dirección, este porcentaje aumenta por encima del 40% en ambos casos, sin haber propiciado en ninguno de los dos ámbitos un sistema de cuotas”. En la entrevista no menciona nada de la responsabilidad como seres humanos de esas directivas.

¿Qué habría pasado con la hija del presidente?, me pregunté. Efectivamente, se había cumplido el deseo paterno: era consejera del holding familiar.

Recientemente, leo unas declaraciones de mi ya lejano entrevistado en las que sostiene que en su empresa una mujer no lo debe tener más fácil que el hombre para promocionar por el hecho de ser mujer. Sería injusto, concluía.

Me pregunto en virtud de qué justicia han promocionado a lo largo de la historia los hombres en general y los hijos -masculinos- de los empresarios en particular.

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