Rosario de Acuña (Madrid,1850-Gijón, 5 de mayo de 1923) es un ejemplo de compromiso personal. Pudo disfrutar de su privilegiada situación pero se decidió a mirar lo que ocurría en derredor y trató de hacer el mundo un poco más acogedor y, sobre todo, más igualitario. Fue periodista y escritora, republicana, librepensadora y masona. Precursora de las Sinsombrero.
Hija única de Felipe de Acuña y Solís y Dolores Villanueva de Elices, familia aristocrática que le proporcionó una educación esmerada. A los cuatro años se le declaró una enfermedad ocular que le ocasionaba frecuentes pérdidas de la vista y grandes dolores, que solo se resolvió tres décadas después mediante intervención quirúrgica. En 1867 viajó a París para conocer la Exposición Universal; en 1873 residió en Bayona durante un tiempo y en 1875, en Roma, donde su tío, Anastario Benavides, era embajador.
Pronto se inició en la poesía lírica y ya en 1874 empezó a escribir colaboraciones periodísticas en La Ilustración Española y Americana pero su consagración literaria la obtuvo con la obra teatral Rienzi el tribuno, estrenada el 12 de enero de 1876 en el desaparecido Teatro del Circo de Madrid. La obra era un alegado contra la tiranía que fue aplaudida por el público y por la crítica. Echegaray, Leopoldo Alas Clarín, Nuñez de Arce aclamaron a la joven autora.
Ese mismo año se casó con Rafael de la Iglesia, un joven teniente de Infantería que resultó ser un calavera. En 1878 estrenó en Zaragoza una nueva obra, Amor a la patria, un drama firmado con el seudónimo Remigio Andrés Delafón; en 1880 estrenó en el Teatro Español Tribunales de venganza, sin abandonar la producción poética y los artículos de prensa. Rosario es una de las pocas mujeres del siglo XIX que conoció el éxito y la fama popular en un mundo netamente masculino.
El éxito literario corría paralelo con el fracaso conyugal. Cuando se cansó de las infidelidades del marido tomó la decisión de separarse, iniciativa que en 1883 era impensable en una mujer.
Se retiró a vivir en Pinto, lejos de las intrigas de la ciudad, y se volcó en la actividad periodística, denunciando enérgicamente la desigualdad legal y social entre mujeres y hombres y reclamando la separación entre la iglesia y el Estado. En 1884 fue la primera mujer en intervenir en el Ateneo de Madrid, reservado a los próceres masculinos. Aprovecha la invitación para manifestar su posición política y sus reivindicaciones sociales: la libertad, la justicia, la tolerancia. Tenía 35 años cuando ingresó en una logia masónica adoptando el nombre de Hipatia, con el que firmará algunos de sus escritos.
Poco después escribe la que será su obra más conocida: El padre Juan. En ella expresaba sus ideas anticlericales y se presentaba a la iglesia como fanática y manipuladora de conciencias, frente a unos personajes que representan la bondad, la justicia y la razón, finalmente vencidos por la intolerancia religiosa. Como ninguna compañía se atrevía a estrenarla, ella misma se convirtió en productora, escenógrafa y directora. El 3 de abril de 1891 consiguió estrenarla. El escándalo fue tal que el gobernador ordenó la clausura del teatro. Rosario puso tierra por medio viajando por Europa.
A la vuelta dio un giro a su vida. Se trasladó a Cueto, cerca de Santander, donde montó una granja, que le proporcionó tranquilidad, algunos éxitos y otros sinsabores. Le acompañaban en su retiro su madre y Carlos Lamo Jiménez, a quien había conocido en 1887 en Pinto, cuando era un joven estudiante de Derecho diecisiete años más joven que ella, y que sería su compañero de vida, aunque nunca se plantearon la eventualidad de casarse. Aparte de la mala experiencia de su matrimonio anterior, Rosario consideraba que su unión se basaba en la voluntad de ambos y no precisaba de mayor sanción.
Inteligente e innovadora como era, se hizo una experta avícola hasta el punto de recibir una medalla de plata por sus investigaciones y por sus programas de difusión de la industria avícola, que abrían nuevos caminos para la mujer rural. Predica con el ejemplo pues ella vive y mantiene a su pequeña familia -su madre, Carlos, una hermana de este- con su trabajo.
Como era de esperar, las fuerzas vivas del lugar se unieron contra aquella mujer que pretendía remover las estructuras conservadoras y Rosario vio cómo destrusan sus instalaciones. No se desanimó. Se trasladó a Asturias y se construyó una casa cerca de Gijón –La Providencia– donde residió desde 1911 hasta su muerte. Desde aquel idílico lugar se dedicó a escribir sobre el acontecer de la vida nacional exponiendo sus ideas avanzadas que tanto se oponían a la conservadora sociedad de la época: la situación de las mujeres maltratadas, los niños abandonados, los obreros, las muertes de los pescadores y la dureza del trabajo en el mar.
En el comienzo de curso de 1911, un grupo de estudiantes había insultado y agredido a las seis universitarias que habían osado matricularse en la Universidad Central de Madrid, abierta a las mujeres un año antes: dos chicas españolas, dos francesas, una alemana y una americana. Rosario escribió un artículo sobre el incidente –La jarca en la universidad– en el que retrata la España retrógrada que se resiste a cualquier avance describiendo a los hombres con palabras despectivas y ribetes procaces. El texto se publicó en el periódico parisino L’International; de él se hicieron eco el Heraldo de Madrid y El Progreso de Barcelona, desatando un escándalo mayúsculo, manifestaciones de estudiantes y profesores que obligaron a cerrar las clases. El gobierno respaldó a los huelguistas; el ministro de Instrucción Pública manda a la Fiscalía interponer una querella contra Acuña y ordena su detención. Acuña se fugó a Portugal, que acababa de derrocar a sus reyes, proclamándose república. Allí permaneció dos años hasta que en 1913 fue indultada por el conde de Romanones, tras su nombramiento como presidente del gobierno.
Se reintegró a su casa de La Providencia, donde vino a buscarla la muerte el 5 de mayo de 1923. Tenía 73 años pero ni entonces dejó de combatir por sus creencias. El 1 de mayo de ese año, en una reunión con los obreros que frecuentaban el Ateneo gijonés, les había expresado su última voluntad: ver representada la obra El padre Juan. Así se hizo: la obra fue representada por la Sección Artística Obrera del Ateneo en el Teatro Robledo de Gijón.
Consecuente hasta el final, pidió ser enterrada lejos del control de la iglesia que tanto detestaba. Quiso testificar así su “desprecio completo y profundo del dogma infantil y sanguinario, cruel y ridículo, que sirve de mayor rémora para la racionalización de la especie humana”, según dejó escrito en su testamento. Cumpliendo su deseo recibió sepultura en el cementerio civil de Gijón.
Aunque fue el teatro lo que más fama le proporcionó, Rosario Acuña dejó una importante producción literaria en la que se mezclan poesía, ensayos, artículos y publicaciones didácticas. Con razón dijo de ella Pérez Galdós que había abordado “todos los géneros de la literatura, la tragedia, el drama histórico, la poesía lírica, el cuento, la novela corta, el episodio, la biografía, el pequeño poema, el artículo filosófico, político y social, y la propaganda revolucionaria”.
En Gijón, un Instituto de Enseñanza Secundaria y una logia masónica llevan su nombre.
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