Rosalía de Castro, el alma gallega

Rosalía de Castro (24 de febrero de 1837-15 de julio de 1885) llegó al mundo en una situación complicada. “En 24 de febrero de mil ochocientos treinta y siete, María Francisca Martínez, vecina de San Juan del Campo, fue madrina de una niña que bauticé solemnemente y puse los santos óleos, llamándola María Rosalía Rita, hija de padres incógnitos, cuya niña llevó la madrina y va sin número por no haber pasado a la Incluso, y para que así conste lo firmo, José Vicente Varela y Mantero”.

El documento, que recoge Luisa Carnés en su biografía de Rosalía, ocultaba que era hija de una mujer soltera, María Teresa de la Cruz de Castro, de familia aristocrática venida a menos, y que su padre, José Martínez Viojo, era un sacerdote que, no pudiendo reconocerla, encomendó su cuidado a sus hermanas.

En cuanto a Francisca Martínez, -nada que ver con la familia paterna- algunas biografías la identifican como mujer al servicio de la madre. Ella y sus tías paternas, Rosalía, Teresa y María Josefa, cuidaron de la niña hasta que la madre se hizo cargo de ella, siendo aún pequeña, pues consta que a los cinco años ya vivían juntas. La relación madre e hija fue muy estrecha, conscientes ambas de la presión social derivada de ser mujer e hija de cura. En su primera novela –La hija del mar– Rosalía rinde homenaje a la mujer desgraciada que afronta su maternidad sola frente a una sociedad hipócrita.

No se conoce qué tipo de estudios siguió, incluso si siguió alguno, dada la precariedad económica del pequeño núcleo familiar, más allá de la enseñanza elemental. Acudió al Liceo San Agustín de Santiago de Compostela y frecuentó las aulas de la Sociedad Económica de Amigos del País donde estudió dibujo y música, enseñanzas propias de las jóvenes de la época.

En 1855 viaja a Madrid, donde reina Isabel II, manda el general Espartero, Gertrudis Gómez de Avellaneda es observada con suspicacia y en los salones literarios triunfan el duque de Rivas y Eugenio de Hartzembusch. Vive en casa de unos parientes lejanos. No se conoce la razón de este traslado, que algunos biógrafos relacionan con el Banquete de Conxo, un acto de confraternización entre obreros y estudiantes, que se convirtió en un gesto simbólico contra el esquema social gallego, al que pudo haber asistido Rosalía.

Volverá varias veces a la capital sin acabar de acomodarse, siempre añorante del paisaje gallego, siempre temerosa de morir lejos de su tierra. ¡Ai, miña pobre casiña! / ¡Ai, miña vaca vermella!, suspira en sus versos. En Madrid hace amistad con Gustavo Adolfo Bécquer, con quien visita los cementerios de San Justo y San Isidro, paisajes tan del gusto de ambos. Bécquer será siempre un amigo leal de Rosalía.

En 1857 se publica en Vigo su primera obra: La Flor, que es recibida con alborozo en los medios intelectuales gallegos. También la revista Iberia, que se edita en Madrid, publica una reseña elogiosa sobre la obrita. Firma la reseña un historiador y escritor gallego, Manuel Murguía. Los presentará, finalmente, Eduardo Chao. Murguía es poco atractivo, de aspecto vulgar, y dieciocho años mayor que Rosalía pero cree firmemente en la valía de la escritora y, cuando ella vuelva a Padrón, él acudirá a verla y pedirá a doña Teresa la mano de su hija. Se casarán al año siguiente.

¿Fue Manuel el amor de la escritora gallega? No lo parece, pero complace a la madre, que siempre ha querido ver a la hija casada. Lo que sí fue es su valedor y su principal apoyo social e intelectual, en una época que no era frecuente, antes al contrario, que los maridos ensalzaran las virtudes intelectuales de sus esposas, tenidas perpetuamente como menores de edad. Murguía es el responsable de la publicación de Cantares gallegos, donde se recogen los cuatro temas que serán una constante en la obra de Rosalía: el amor, el costumbrismo, el intimismo y el patriotismo.

En su entorno se murmura que Rosalía tuvo a los diecisiete años un breve idilio que acabó dramáticamente, con la muerte del joven que osó sacarla a bailar antes que lo hiciera el mozo que la pretendía y con la prisión del pretendiente en un penal de Ceuta. Unha vez tiven un cravo / cravado no coraçon / y eu non m’acordo xa s’era aquel cravo / d’oure, de ferro o d’amor”, escribirá en Follas Novas. Manuel admira a la escritora, defiende su obra y comprende su carácter melancólico, su angustia existencial, la negra sombra que siempre le acompañó. Fue muy desgraciada toda su vida, escribirá sobre su mujer.

El matrimonio vivirá precariamente y llevará una vida itinerante siguiendo los compromisos profesionales del marido. Pasarán por Lugo, Santiago, irán luego a Simancas y, finalmente, a Madrid. Viajarán por Andalucía, las Castillas, Extremadura y Levante. El fallecimiento de Teresa sumió a Rosalía en un sentimiento de soledad y pesadumbre que le acompañará para siempre. Durante ocho años dejará de escribir o al menos de publicar, hasta que en 1880 publica Follas novas, prologado por Emilio Castelar, considerada la obra más rica y profunda de la autora, con un evidente trasfondo social, donde denuncia la situación de las mujeres, de los huérfanos, de los campesinos o de los emigrantes, obra de transición entre la poesía colectiva de Cantares gallegos y el intimismo de En las orillas del Sar, su último libro de poemas, publicado un año antes de su muerte.

Cuando muere su hijo, Honorato Alejandro, niño de pocos meses, la madre evocará la pérdida. Era apacible el día / y templado el ambiente, / y llovía, llovía, / callada y mansamente; / y mientras silenciosa / lloraba yo y gemía, / mi niño, tierna rosa, / durmiendo se moría. / Al huir de este mundo ¡qué sosiego en su frente! / Al verle yo alejarse ¡qué borrasca en la mía!

En 1875, cuando la familia vive en Madrid, donde Manuel ha sido reclamado para dirigir La Ilustración Española y Americana, Rosalía empieza a sentir los primeros síntomas del cáncer de útero que acabará con su vida. La poetisa y su hija Alejandra optan por volver a Galicia, donde Rosalía terminará de escribir En las orillas del Sar, poemas de tono trágico, acordes con los tiempos que vivía. Quedan en Madrid con el padre: Áurea, Gala, Ovidio y Aurora.

El 15 de julio de 1885 vendrá a buscarle la muerte. Antes, ha pedido a su hija que queme sus fotos y los documentos y trabajos que no han sido publicados, le encomienda ser enterrada en el cementerio de Adina en Iria Flavia, y luego, que abra la ventana. Quiero ver el mar… pide, aunque la casa familiar de Padrón se levanta tierra adentro.

El Liceo de Artesanos -Emilio Castelar, Emilia Pardo Bazán- le rendirán homenaje. La Real Academia Española editará en 1901 cinco poesías de Rosalía. En Santiago se levantará un monumento en su memoria. Azorín, Díaz Canedo, García Lorca, Unamuno la declararán creadora de la moderna poesía gallega. El 15 de mayo de 1891 sus restos serán depositados en el mausoleo realizado por Jesús Landeira en la capilla de la Visitación del Convento de Santo Domingo de Bonaval, el Panteón de Galegos Ilustres, en Santiago de Compostela.

Su obra es reconocida en Galicia pero los intelectuales la consideran simple, popular, en un momento que triunfa la grandilocuencia de Campoamor o Núñez de Arce. Juan Valera la ignora en su Florilegio de poesías castellanas del siglo XIX, publicado en 1902. Solo Azorín llama la atención sobre este olvido, que repetirá Menéndez Pelayo en Las cien mejores poesías. “Esta abrumadora soledad, esta sistemática postergación, este olvido de los contemporáneos hacen profundamente simpática a Rosalía”, concluye Azorín.

Pero, tanto como en vida fue menospreciada por la intelectualidad fue sacralizada después de su muerte. Los modernistas y las generación del 98 la reconocieron como una de los suyos y se encargaron de dar a conocer sus poemas, destacando en sus elogios Azorín y Unamuno. Juan Ramón Jiménez la consideró precursora del modernismo español. Otro gallego, Valle Inclán, amigo de Murguía, solo tuvo para ella críticas y opiniones negativas. El 17 de mayo de 1963, cuando se cumplía el centenario de la publicación de Cantares gallegos, la Real Academia Gallega acordó que cada año se celebraría en esa fecha el Día das Letras Galegas. La última emisión de billetes de 500 pesetas, realizada en 1979, llevaba su retrato, siendo ella con Isabel la Católica las únicas mujeres retratadas en un billete de curso legal español.

Obra: Poesía: La Flor, Cantares Gallegos, Follas novas, En las orillas del Sar. Cuentos: El caballero de las botas azules, El primer loco. Novela: Flavio, La Crónica de ambos mundos, La hija del mar. Obras completas

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