Rosa Manzano, abriendo camino

Rosa Manzano es el prototipo de mujeres de su generación: universitaria, comprometida socialmente, pionera en la asunción de responsabilidades políticas. Fue la primera mujer gobernadora civil tras la recuperación de la democracia en España y la primera mujer directora general de Tráfico. Todo ello antes de cumplir los cuarenta años. 

Rosa de Lima Manzano Gete (Villanueva de Gumiel, Burgos, 25 de julio de 1949-Sierra de la Cabrera, Madrid, 30 de junio de 1988) estudió Derecho en la Universidad de Deusto y durante un tiempo corto ejerció la abogacía pero pronto ingresó en el cuerpo de letrados de la Administración Institucional de Servicios Socioprofesionales (AISS), el organismo entonces recién creado para sustituir a los servicios que había prestado el sindicato vertical franquista, la Organización Sindical Española. Su primer destino lo desempeñó en Aranda de Duero, de donde pasó al Gobierno Civil de Burgos.

En las primeras elecciones municipales fue elegida concejala del Ayuntamiento de Burgos en representación del Partido Socialista Obrero Español. En diciembre de 1982, en la primera designación de representantes del gobierno en las provincias tras la llegada al poder del partido socialista, fue nombrada gobernadora civil de Palencia. Era la primera mujer en ejercer el cargo después de la recuperación de la democracia tras la dictadura franquista, la segunda en su historia si se tiene en cuenta a Julia Álvarez. Es cierto que Palencia era, a efectos políticos, una provincia de segundo nivel y que la nueva gobernadora era una joven de 33 años, aún algo bisoña, pero el nombramiento tuvo el efecto de abrir una puerta que parecía reservada a candidatos masculinos.

Rosa Manzano se reveló en su cargo como una mujer de autoridad, lo que era visto con suspicacia. Bien es verdad que tuvo que poner firme a algún subordinado, acostumbrado a la autoridad viril. Se cuenta que los policías de servicio en el acceso al Gobierno Civil solían olvidar cuadrarse ante la titular pero lo hacían cuando accedía su pareja, obligando a Manzano a recordarles que la gobernadora era ella. Anécdotas irrelevantes de un tiempo que, siendo próximo, parece tan remoto.

Cinco años permaneció en el puesto de mando palentino la gobernadora hasta que en 1987 fue nombrada directora general de Tráfico. De nuevo Rosa volvía a ser pionera en un sector hasta entonces reservado a los hombres. No tuvo un feliz estreno. En la primera “operación salida” de Semana Santa que le tocó gestionar Manzano reprochó a los conductores alguna responsabilidad en los accidentes de tráfico, declaraciones que fueron muy criticadas.

Un año después se truncaba definitivamente la carrera política y la vida de la socialista comprometida, vehemente y combativa que era Rosa Manzano Gete. Cuando se dirigía en helicóptero a participar en un acto oficial en Aguilar de Campoo el aparato se estrelló en la Sierra de la Cabrera de Madrid. Fallecieron todos sus ocupantes: Alberto Acitores, diputado socialista por Palencia, Santiago Amón, periodista y crítico de arte, los pilotos Santiago Aizpurúa y Manuel Moratilla, además de la directora general de Tráfico. Aún no había cumplido los cuarenta años. Divorciada del también abogado Pedro Torres, dejaba tres hijos adolescentes.

Su recuerdo pervive en los premios que llevan su nombre, creados en 1990 por la Secretaría de Igualdad del PSOE, con los que se recuerda la labor de personas, colectivos u organizaciones en defensa de la igualdad entre mujeres y hombres. En Aranda de Duero, lleva su nombre la Asociación de Mujeres Progresistas. La Dirección General de Tráfico la recuerda en su sala de conferencias. En 2008, el Ministerio de Fomento bautizó la nueva estación de Renfe de Burgos con el nombre de Rosa de Lima, se supone que en memoria de la ilustre burgalesa. A su inauguración asistieron las primeras autoridades locales, autonóminas y nacionales del ramo: el alcalde de la ciudad, Juan Carlos Aparicio, el presidente de la Junta de Castilla y León, Juan Vicente Herrera, y la ministra de Fomento, Magdalena Álvarez. Por raro que parezca, ninguno de ellos pareció sorprenderse de que la homenajeada careciera de apellido. O peor aún, acaso no se molestaron en comprobar que “de Lima” no era apellido sino nombre compuesto. Como si el aeropuerto de Madrid se hubiera rebautizado Barajas-Adolfo. 

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