Rafaela Herrera y Sotomayor (Cartagena de Indias, Nueva Granada, actualmente Colombia, 6 de agosto de 1742-Granada, Nicaragua, 30 de mayo de 1805) hija, nieta y biznieta de militares, es una heroína centroamericana por el valor y destreza demostrados en la defensa del fuerte de la Inmaculada Concepción frente al ataque de las tropas inglesas, derrotadas sin paliativos.
Su destino parecía marcado si se tiene en cuenta que había nacido en el fuerte de Cartagena de Indias, donde su padre, José Herrera y Sotomayor, era comandante, y ya se había enfrentado a los ingleses en 1740 y 1741. Por añadidura, el abuelo, el brigadier Juan de Herrera y Sotomayor, ingeniero militar, había dedicado más de sesenta años a la milicia combatiendo contra ingleses, portugueses y corsarios, fundó la primera Academia Militar de Matemáticas de América y fue director general de Ingenieros. Se cree que la madre de Rafaela era una mulata que murió al nacer la niña.
Durante sus primeros años de vida, Rafaela residió en los distintos emplazamientos a los que era destinado su padre. Finalmente, al establecerse éste en Cartagena de Indias y contraer nupcias con doña María Felipa Uriarte, pasó a criarse al cuidado de la dama criolla, quien asumió de buen grado la crianza y educación de su hijastra, así como las de una desvalida huérfana francesa que fue adoptada por el matrimonio. Al parecer, doña María Felipa fue siempre una madre dulce y bondadosa con sus hijas adoptivas, a las que crió como si de vástagos propios se tratase.
Cuando la niña tenía once años el padre fue nombrado comandante del fuerte de la Inmaculada Concepción, situado en la orilla del Río San Juan, conocido por los españoles como El desaguadero, en la provincia de Nicaragua, y aallí se trasladó la familia. El padre educó a Rafaela como lo hubiera hecho de haber sido varón, incluido el manejo de armas, las leyes del honor, la fe y el amor patrio. El fuerte estaba ubicado en un lugar estratégico, como baluarte defensivo de Granada, más aún en aquellos años, pues los zambos mosquitos, como se conocía a los habitantes de la costa caribe de Nicaragua, protagonizaban frecuentes saqueos e incendios con apoyo inglés.
El Tratado de Fontainebleau, acuerdo secreto entre Francia y España firmado el 13 de noviembre de 1762, por el que Francia cedía a España la Luisiana, desató las hostilidades de Inglaterra, que se extendieron a las provincias de Ultramar. Nicaragua era una pieza estratégica entre el Pacífico y el Atlántico, codiciada porque aseguraba el dominio de la comunicación entre océanos y el control del tráfico de esclavos. El comandante José Herrera ya había conseguido reprimir algún asalto de los zambo-misquitos, que saqueaban e incendiaban las poblaciones y misiones, cuando el gobernador inglés de Jamaica se dispuso a unir sus fuerzas a las nativas con el objetivo de invadir Nicaragua por el río San Juan. Mientras los atacantes rodeaban el fuerte de la Concepción, José Herrera agonizaba. En su lecho de muerte Rafaela juró a su padre defender la plaza, a riesgo de su vida si era preciso. El 17 de julio de 1762 moría el comandante y el teniente Juan Aguilar y Santa Cruz asumía la comandancia con carácter interino.
Cuando los atacantes conocieron la muerte del militar urgieron la rendición de los sitiados; Aguilar, al frente de un contingente de poco más de un centenar de hombres, incluido un grupo de nativos partidarios de los sitiadores, se inclinaba por entregar las llaves de la fortaleza, a lo que se opuso con energía Rafael Herrera mandando cerrar la puerta del castillo, tomando las llaves y poniendo( nuevos centinelas. El 29 de julio de 1762 solicitó autorización al teniente Aguilar para disparar a las tropas inglesas, tomó el botafuego y disparó varios cañones con tan buena puntería que acertó a destruir la tienda del oficial inglés jefe de la expedición, dejándolo muerto en el acto, y hundiendo algunas de las barcas de la flota atacante. Las tropas inglesas arreciaron el ataque al fuerte, que fue defendido con valor por su guarnición, causando gran pérdida a los atacantes. Después de seis días de asedio y combates, el 3 de agosto, los asaltantes se retiraron. Se calcula que en el sitio participaron alrededor de 300 combatientes y 35 piraguas, cuatro de ellas inglesas, el resto de zambos mosquitos.
La leyenda, que siempre acompaña a los vencedores, vino a adornar la hazaña afirmando que Rafaela, conocedora de la inclinación de los nativos por la vertiente mágica de la vida, quiso asustarlos mandando crear con ramajes una especie de balsas adornadas con sábanas como entes fantasmales. Prendidas estas balsas se deslizaron aguas abajo hasta las posiciones de los atacantes quienes huyeron despavoridos, creyéndolos espectros. Los ingleses, conocedores del ardid, trataron de asaltar el fuerte, siendo rechazados por las huestes capitaneadas por Rafaela Herrera.
El Tratado de París, firmado el 10 de febrero de 1763, zanjaba la cuestión asignando a los franceses las tierras al oeste del Mississipi y a los ingleses las situadas al este. España se consolidaba en la Nueva España, desde Florida al Pacífico, territorio en el que permaneció la influencia religiosa, social y cultural hispana. Finalizaban de este modo las hostilidades inglesas y Rafaela podía recuperar su vida de dama criolla.
Pasado el tiempo, casó con Pablo de Mora, granadino, diez años mayor que ella. En 1780 volvemos a encontrarla, ya viuda y con seis hijos, dos de ellos aquejados de impedimentos físicos, pobre y menesterosa. El 16 de marzo de ese año se decide a solicitar al rey una pensión en “consideración a tan señalado servicio” y en atención también a los que prestaron su padre y su abuelo. El rey atiende su petición y, en una Real Cédula de 11 de noviembre de 1781, le concede una pensión vitalicia de 600 pesos (la mitad del sueldo que goza el gobernador del fuerte) y algunas tierras. Carlos III reconoce el “distinguido valor y fidelidad” con que Rafaela defendió el castillo de la Purísima Concepción en el Río de San Juan, “consiguiendo, a pesar de las fuerzas superiores del enemigo, hacerle levantar el sitio y ponerse en vergonzosa fuga, debiéndose solo a una generosa intrepidez tan feliz suceso; pues, superando la debilidad de vuestro sexo, subisteis al caballero de la fortaleza y, disparando la artillería por vuestro mano, matasteis en el tercer tiro al comandante inglés en su misma tienda, realizando la acción a la corta edad de 19 años que contabais, no tener castellano el castillo, ni comandante ni otra guarnición que la de mulatos y negros que habían resuelto entregarse cobardemente con la fortaleza, a que os opusisteis con el mayor esfuerzo”.

En Nicaragua el nombre de Rafaela Herrera es sinónimo de patriotismo y heroísmo. En 1960 Enrique Fernández Morales la hizo protagonista de su obra teatral “La niña del río”; Pablo Antonio Cuadra canta su hazaña en su poema “Mayo. Oratorio de los cuatro héroes” y el compositor Carlos Mejía Godoy la incorpora a su “Mural sonoro de los héroes de la patria” y le dedica un corrido: “Al frente de los soldados / que integran la guarnición / la gallarda Rafaela / enfrenta la situación / y con audacia suprema / ella dispara el cañón”. Finalmente, el Banco Central de Nicaragua utilizó su imagen en un billete de 20 córdobas.
Fuentes: Real Archivo de la Historia. Rafaela Herrera y Sotomayor