Quienes frecuentáis este sitio ya conocéis las dificultades de encontrar abierta cualquier iglesia que se ubique en el ámbito rural de Castilla y León, aunque goce de todas las declaraciones monumentales. Los grupos que gustan de este tipo de monumentos han hecho un sinnúmero de propuestas para que los templos se abran algunos días, algunas horas, sin respuesta alguna. Ni la Iglesia católica, como propietaria de los edificios, ni la Junta de Castilla y León, como responsable del patrimonio, se dan por aludidas. Únicamente en verano, durante un tiempo cada vez más corto, se establece un programa de apertura que solo alcanza a unas pocas iglesias, sin que se conozca el criterio que se fija para abrir unas sí y otras no.
En consecuencia, los aficionados al románico andamos siguiendo los pasos del clero para conocer el horario de culto y así acceder al interior escondido. Sucede que el clero también es cada vez más escaso y en muchos pueblos ya no se celebra más culto que los funerales y acaso la misa de la fiesta mayor. En otros, el cura establece turnos y acude uno o dos domingos al mes o cuando toca. El cartel con el horario y los turnos suele fijarse en la puerta de la iglesia, no siempre puntualmente.

Así, en la iglesia de Redecilla del Camino, primer pueblo burgalés en el Camino de Santiago, el 9 de septiembre desconocían qué día de ese mes tocaría culto en su iglesia, en la puerta permanecía el horario del mes de agosto. Los peregrinos, que solían hacer aquí un alto para conocer la extraordinaria pila bautismal, o habrán pasado de largo o, si se han parado, se irán sin verla como nosotros.

Más suerte hemos tenido en las iglesias del entorno de Burgos. El 5 de septiembre salimos dispuestos a fotografiar las magníficas pilas bautismales que se guardan en algunos templos de la comarca de Arlanzón. Llegamos a Albillos hacia las 11 de la mañana. Desde la plaza vemos que la verja está abierta. Sal y dile al cura que no cierre, mientras yo aparco, dice el Colega. Subo la escalera a todo lo que me da el motor y encuentro a un señor barriendo el atrio. ¿Está abierta la iglesia?, le pregunto, después de saludar educadamente. No, responde, y no se abre hasta las 12 que es la misa. Solo queríamos fotografiar la pila, le informo. Pues espere a que se abra, concluye.
En estas aparece el Colega y repite, más o menos, lo que yo había dicho. Entonces, oh, prodigiosa voz de hombre, todo son facilidades. El señor que barría nos abre la puerta, nos indica donde se encuentra la pila y nos informa que si queremos ver la de Villamiel de Muñó podemos aprovechar cuando acabe la misa, que ha empezado a las 11. “Pero no se retrasen porque en cuanto acaba la misa cierran la puerta, luego, el cura viene a decirla aquí”, añade.
Le hacemos caso y llegamos a Villamiel -que está a un tiro de piedra- con tiempo suficiente para escuchar la despedida del sacerdote, a quien, a lo que parece, han cesado en sus funciones pastorales en este pueblo. El hombre lamenta el poco tiempo que ha permanecido y las dificultades encontradas en su labor, debido al covid. Los fieles le despiden con un aplauso cortés. Tan pronto como sale la gente nos acercamos a la pila que, realmente, es formidable. La señora que apaga la luz nos asegura que es la segunda mejor pila de Castilla y León, después de la de Redecilla del Camino. No soy quién para discutirlo.
De Villamiel seguimos camino a Cayuela, donde nos encontramos la puerta cerrada a cal y canto. El cartel de la puerta indica que la próxima misa será el domingo 12 a las 10,25 de la mañana. Preguntamos a un grupo que encontramos si alguien del pueblo tiene la llave pero, al parecer, nadie sabe que se guarde allí alguna llave. En consecuencia, continuamos marcha a Cavia.
Cavia, lugar de la primera escala de la reina Juana en su marcha con el féretro de Felipe el Hermoso, es como la miss de los pueblos de la zona pues es la única que tiene misa todos los domingos a las 13,30 horas. Encontramos cerrada la puerta, pero un vecino nos asegura que la alcaldesa abre la iglesia a las 12,45, con lo que, sugiere, “les da el tiempo justo de tomarse una cerveza en el bar”. Seguimos su consejo.
Antes de la una llegamos a la iglesia y, efectivamente, allí está la alcaldesa, trajeada de domingo, recibiendo a los fieles. Nos saluda, como a todos los que van llegando, y cuando le indicamos que queremos fotografiar la pila nos informa de que eso sí está permitido pero al resto no podemos hacer fotos. Lo hemos decidido para evitar robos, pero, claro, la pila no se la van a llevar, nos aclara.
Concluida la sesión litúrgica dominical, el día 12 madrugamos para llegar puntuales a Cayuela. También aquí el sacerdote se despide de los fieles al término de la misa, con un discurso similar al del domingo anterior, sin que seamos capaces de asegurar que se trata del mismo sacerdote o de otro distinto. Los parroquianos nos animan a fotografiar su pila, asegurando que no vamos a encontrar otra igual en muchos kilómetros a la redonda.
De allí enfilamos hacia Mahamud, cuya iglesia guarda también una notable pila bautismal. En una web hemos visto que en verano la iglesia abre mañana y tarde así que nos encaminamos confiados en hallarla abierta. Craso error. La iglesia está cerrada y en el pueblo no se ve un alma a quien preguntar. El reloj de la torre marca las 12. Mientras el Colega se va en busca de alguien que sepa quién tiene la llave espero sentada en un banco bajo el soportal del ayuntamiento.
Mato el tiempo pensando en los curas de la España vaciada, pastores de una feligresía envejecida, imagino que con escasos alicientes intelectuales. ¿Cuáles serán preocupaciones, sus intereses, sus aficiones? ¿Cómo alimentarán su espíritu, aparte de la religión? ¿Cómo se entenderán con el obispo, que los nombra y los cesa? ¿Cómo serán los jóvenes curas? La descreída que habita conmigo siente un punto de conmiseración para esos profesionales de la fe, obligados a mantenerse impertérritos ante sus feligreses, cualesquiera que sean sus dudas, sus temores, sus inquietudes, sus desalientos. Aislados en una tierra cada vez más deshabitada. Aparte del obispo de Solsona, que esa es otra historia.
En esas estoy cuando aparece el Colega. Le han dicho que la misa es a la 1,30 p.m. pero, a cambio, sabe quién tiene la llave de la iglesia. Lo conseguimos al segundo intento. Cuando nos abre, le exponemos que queremos hacer una foto a la pila, y le pedimos si nos deja la llave y se la devolvemos en unos minutos. Responde que la llave no la deja a nadie pero si esperamos un rato, abrirá ella misma. Volvemos al punto de partida.
El reloj está a punto de dar la una cuando aparece. En la puerta, esperamos su llegada un grupito de tres chicas jóvenes, otro grupo de tres personas cámara en ristre y nosotros. El Colega que, aparte de conocer la iglesia, es el más rápido disparando al sur del río Ebro, se dirige directamente a la capilla de Santiago, donde se encuentra la susodicha pila. Yo sigo a la señora con intención de darle las gracias por abrir la iglesia cuando me sobresalta su alarido: ¡Máquinas, no. Ni una foto con máquina!
El grito va dirigido al Colega. Pero si venimos expresamente a fotografiar la pila, protesta él. Otro señor se une a la queja. La señora parece comprender que se ha excedido y responde que ella se limita a cumplir lo que le ha dicho el cura, esto es, que no quiere máquinas de fotos. Ahora bien, si queremos fotografiar con el móvil podemos hacerlo. Del móvil no me han dicho nada, añade. Se monta un pequeño lío por el sinsentido de la prohibición pero enseguida comprendemos que no vale de nada enfrentarnos a la buena mujer, guardiana del tesoro. Comprendan que yo hago lo que me dicen, nos repite. Lo comprendemos, no se preocupe, repetimos nosotros.
Hemos reconocido esa imposibilidad de razonamiento, esa imposición dogmática de aquí se hace lo que yo digo porque lo digo yo, ese ordeno y mando que se cultiva en esta tierra (y en otras) sin explicación ni apelación posible. La descreída que habita en mí recuerda el porqué de su descreimiento.
Si yo tuviera un poco de fe en la Junta de Castilla y León le pediría que aprovechara los fondos europeos para crear estructuras culturales estables y considerara la rentabilidad de establecer una apertura profesional de las iglesias y, en general, de nuestros monumentos. Añadiría que la explotación de la industria cultural podría convertirse en un motor económico de la Comunidad, un mecanismo para fijar población. Como soy una vieja descreída, me limito a contar por aquí lo complicado que resulta conocer -y fotografiar- nuestra propia riqueza, sometida al arbitrio de pequeños reyes de taifas.
Muchas gracias Mery, y a seguir así el Colega y tú, fotografiando todo lo posible y compartiéndolo con el grupo.