Maruja Mallo, el personaje del surrealismo

Ana María Gómez González (Vivero, Lugo, 5 de enero de 1902-Madrid, 6 de febrero de 1995), vivió 93 años durante los que pintó, participó activamente en los movimientos culturales de los lugares donde le tocó vivir, se relacionó con la crema intelectual y epató a sus contemporáneos por su apasionada defensa de la libertad individual, empezando por la suya propia. Pintó mucho y triunfó en el mundo del arte, donde fue admirada como Maruja Mallo.

Llegó a Madrid con 20 años y enseguida se relacionó con lo más granado de la Generación del 27: Salvador Dalí, Concha Méndez, Federico García Lorca, Margarita Manso, María Zambrano, Rafael Alberti… Forma parte del grupo de mujeres conocido como Las sin sombrero porque se descubrieron la cabeza como gesto de protesta, de ruptura con las convenciones sociales.

Enseguida empieza a colaborar con publicaciones literarias como La Gaceta o la Revista de Occidente. En 1927 colabora con Benjamín Palencia en la Escuela de Vallecas. Un año después Ortega y Gasset le organiza su primera exposición en las dependencias de la Revista de Occidente, una selección de cuadros con motivos tradicionales y ornamentación moderna, mezcla de nueva objetividad y realismo mágico que se convierte en un acontecimiento cultural en Madrid.

Colabora en los decorados de alguna de las obras de Alberti, con quien mantuvo relaciones antes de que aquel conociera a María Teresa León. También mantuvo una relación afectiva con Miguel Hernández. Fue amiga de Salvador Dalí, que la definió como “mitad ángel, mitad marisco”.

En 1932 la Junta de Ampliación de Estudios le concede una pensión para estudiar en París, donde frecuenta la compañía de André Breton, Giorgio de Chirico, Paul Éluard, Max Ernst, René Magritte, Joan Miró, Pablo Neruda o Picasso. Inicia allí su etapa surrealista de la que sería considerada cualificada representante hasta el punto de que el gobierno francés compra uno de sus cuadros para exponerlo en el Museo Nacional de Arte Moderno. Al año siguiente vuelve a España, se compromete con la República, participa en las Misiones Pedagógicas y durante un tiempo se dedica a la docencia al tiempo que muestra sus obras surrealistas en España y en el extranjero.

Cuando se inicia la guerra civil María pasa a Portugal, donde la protege Gabriela Mistral, entonces embajadora de Chile en Portugal, y le ayuda a viajar a Argentina. En el exilio siguió pintando y haciendo nuevo amigos, como Jorge Luis Borges. En 1939 empieza a pintar retratos de mujeres en un estilo que luego se plasmaría en el pop art. Expone sus obras en Europa -París- y América: Buenos Aires, Brasil, Nueva York, adonde se traslada en 1949. Allí será amiga de Andy Warhol, convertida ya en un personaje por su vida libre y sin prejuicios.

Después de un cuarto de siglo de exilio en 1962 regresó a España donde ese mismo año expone sus obras a un público para el que es una desconocida. A partir de los años 80 le fueron concedidos los principales honores que las instituciones tienen reservadas a los artistas.

A pesar del indudable valor de su obra, de su influencia en otros artistas: Alberti, Hernández, incluso Warhol, raramente su nombre se incluye entre los pintores de la generación del 27 o los surrealistas, reservados a una letanía de hombres.

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