Mariana de Austria

Mariana de Austria (22 de diciembre de 1634-16 de mayo de 1696) es un espejo de las relaciones endogámicas mantenidas por los Habsburgo de España durante los siglos XVI y XVII. Esta criatura era hija del emperador Fernando III del Sacro Imperio Romano Germánico y de la infanta María, hija de Felipe III de España. Todavía niña fue prometida al príncipe de Asturias Baltasar Carlos pero el joven murió antes del enlace, al tiempo que su padre enviudaba de su primera esposa. En consecuencia, acabó casada con su tío, Felipe IV, y resultó ser madre y prima hermana de Carlos II.

La reina doña Mariana de Austria
1652 - 1653. Óleo sobre lienzo, 234,2 x 132 cm.
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La boda de Felipe y Mariana se celebró en Navalcarnero el 7 de octubre de 1649, la novia tenía 15 años y el novio, 44. En su primer matrimonio el marido había engendrado una progenie abundante, diez hijos de los que solo había sobrevivido una niña. Fuera del matrimonio el rey había engendrado o lo haría en años sucesivos, una treintena de hijos más, de los que solo reconocería a dos. Uno de ellos, Juan José de Austria, proporcionaría más de un quebradero de cabeza a Mariana.

El nuevo matrimonio tendría seis hijos, tres niñas, una de las cuales nació muerta, y tres chicos. De esta prole solo sobrevivió una hija, Margarita Teresa -la infanta retratada por Velázquez en Las Meninas-, y un chico, nacido en 1661, que habría de reinar como Carlos II, el último de la Casa de Austria que había iniciado Felipe el Hermoso.

Las meninas
1656. Óleo sobre lienzo, 320,5 x 281,5 cm.
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El heredero tenía cinco años cuando falleció Felipe IV. Mariana pasó a ser regente mientras durase la minoría de edad del futuro rey. Carente de formación, poco inteligente pero intrigante, defensora de los intereses del emperador austríaco, la reina se dejó conducir por su confesor, el padre Juan Everardo Nithard, jesuita austríaco, hombre débil, que se convirtió en el verdadero regente.

Fue una etapa desgraciada para los reinos de España, en manos de gente fanática y poco dotada para la política. En 1668 se acordaba la Paz de Aquisgrán, que zanjaba la guerra de Devolución entre Francia y España por la disputa de varias ciudades de los Países Bajos. El mismo año se firmaba el Tratado de Lisboa, que consagraba la independencia de Portugal de Castilla. Simultáneamente, se producía la sublevación en Cataluña conocida como guerra de los segadores. Se anunciaba el declive de los reinos de España.

Ahí estaba Juan José de Austria como cabeza de la oposición real y defensor de los intereses nacionales. Enemigo declarado de la reina, consiguió desplazar a Nithard, con el propósito de convertirse él mismo en regente. Esfuerzo inútil pues en 1673 Mariana sustituyó al jesuita por Fernando de Valenzuela. Era este un noble con ambiciones, lo que se entiende por un trepa, que quiso poner orden en la administración aunque también gastó sin medida en nuevos espectáculos y en boato para dar lustre a la corte.

La reina Mariana de Austria
Hacia 1670. Óleo sobre lienzo, 211 x 125 cm.
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En 1677 Juan José de Austria dio un golpe de mano, encerró a la reina en Toledo -donde permaneció hasta 1679-, consiguió que se procesara a Valenzuela -que acabó desterrado en Filipinas-, Carlos II fue declarado mayor de edad al cumplir los 16 años y Juan José se dispuso a gobernar. El bastardo real había dirigido los ejércitos, gobernado en Cataluña y Países Bajos y realizado gestiones diplomáticas en nombre de la corona y era, probablemente, el mejor colaborador que hubiera podido tener el nuevo rey.

La esperanza duró un suspiro pues Juan José de Austria moría en 1679 sin llegar a cumplir los 50 años, se sospecha que envenenado. Mariana quedó en libertad justo a tiempo para recuperar la ascendencia sobre su hijo, que ese mismo año se casaba con María Luisa de Orleans.

Diez años duró el primer matrimonio de Carlos II con María Luisa, sin que la pareja lograra un heredero. En cuanto esta murió se buscó nueva esposa, encontrándola en Mariana de Neoburgo. Las relaciones de las dos Marianas -esposa, la una, madre, la otra- fueron tormentosas. Mientras el rey se agotaba, suegra y nuera gastaban sus energías en torpedear las opciones de los posibles herederos.

La reina joven tenía su asesor y consejero en el arzobispo de Toledo y cardenal, Luis Fernández Portocarrero, partidario de la candidatura de Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV y de María Teresa, hermanastra de Carlos II. La reina madre defendía las opciones de su sobrino, Carlos de Austria.

Mariana de Austria moría, víctima de un cáncer de pecho, cerca de la medianoche del 16 de mayo de 1696, coincidiendo con un eclipse de luna, como correspondía a un tiempo de tanta oscuridad. Se contaba que al abrir el féretro de la reina en El Escorial una paloma revoloteó sobre su cadáver. Más aún, una monja paralítica desde muchos años antes pidió un recuerdo suyo. Le dieron un camisón de la reina que la monja metió en su cama, apareciendo al día siguiente totalmente curada. Broche propio de un reinado pródigo en fenómenos asombrosos.

Por si no fuera suficiente, en 1699 el embajador austríaco Aloys T. Raymund von Harrach refería al emperador Leopoldo haber asistido a la apertura del féretro de Mariana por orden de Carlos II hallándolo “como si acabase de morir; todo el traje y su manto, que era de tafetán de seda, estaba en tan buen estado como si se hubiese acabado de hacer (…) No se notaba tampoco el menor olor”. Recordaba el embajador que el rey ordenó fuera embalsamada, contrariando lo dispuesto por la reina. Cuando los cirujanos abrieron su camisa para iniciar la operación, “enrojeció súbitamente el rostro del cadáver, con lo cual se asustaron tanto los médicos y cirujanos que cayeron de rodillas, (…) con lo que, después de abrirla, se volvió a poner pálida la cara”.

Mariana fue retratada por Velázquez, en la juventud y en su madurez -ella y Felipe IV aparecen reflejados en el espejo de Las Meninas- y por Carreño Miranda en su viudez, entre otros pintores. Ella dio nombre a las Islas Marianas -hasta entonces conocidas como Islas de los Ladrones, desde 1898 pertenecientes a Estados Unidos- y a la fosa oceánica más profunda, llamada en su honor de las Marianas.

La de Mariana de Austria fue una corte que bien merecía ser llamada de los milagros.

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