María Ignacia Ibáñez fue una actriz que conoció el éxito mediado el siglo XVIII. En pleno triunfo se enamoró de José Cadalso, militar y escritor; mientras preparaban la boda se les adelantó la muerte llevándose a la novia. Enterrada en el cementerio anexo a la iglesia de San Sebastián, el novio alimentó una leyenda en torno a los restos de la amada, que aún se susurra entre los madrileños y visitantes.
Ibáñez parecía destinada a triunfar en los escenarios; había nacido en Madrid en 1745 en el seno de una familia de actores y dramaturgos. Era hija del sainetista Bartolomé Ibáñez, emparentado con el escritor teatral José de Ibáñez y Gassia. Empezó su carrera artística en Cádiz; con solo 17 años la encontramos en Madrid, actuando en la compañía de la actriz y empresaria María Hidalgo como suplente de la primera actriz. Al año siguiente ya era primera dama en la compañía de Juan Ponte y luego, en la de Manuel Martínez. Apodada La Divina, documentos de la época la describen como “la actriz de mérito más sobresaliente que había entonces en España”.
Tenía 25 años cuando conoció a José Cadalso, quien contaba 28, escritor romántico y militar, con quien viviría una apasionada historia de amor. El militar atravesaba un momento de desvalimiento, al contrario que la actriz, que representaba el papel principal del drama Hormesinda, escrito por Nicolás Fernández Moratín. “Tuvo la extravagancia de enamorarse de mí, cuando yo me hallaba desnudo, pobre y desgraciado”, escribirá Cadalso después. El novio quiso casarse con la actriz, desatendiendo consejos e inconveniencias.
Aparte de su belleza, muy alabada entre sus contemporáneos, María Ignacia poseía una buena formación. Cadalso la consideraba “la mujer de mayor talento que yo he conocido”, afirmación que no parece sustentarse solo en su enamoramiento. Todo indica que Ibáñez intervino en la redacción de algún texto de “Los eruditos a la violeta”, la obra que proporcionó a Cadalso fama y éxito. Publicada en 1772, es una sátira contra la educación superficial de la época. Subtitulada: Curso completo de todas las ciencias, dividido en siete lecciones, para los siete días de la semana, publicado en obsequio de los que pretenden saber mucho estudiando poco, el título hace alusión al perfume que utilizaban los jóvenes modernos.
La actriz –Filis en los poemas del escritor- representó el papel de la condesa Ava, protagonista de la tragedia Sancho García conde de Castilla, escrita para ella por Cadalso. Fue estrenada en el Teatro de la Cruz en enero de 1771 y solo alcanzó cinco representaciones, las dos últimas a teatro vacío.
Como Cadalso persistía en su propósito de contraer matrimonio, el ejército le amenazó con la expulsión si casaba con persona de oficio tan inconveniente y tan alejado de los postulados de la milicia. No fue precisa ninguna sanción porque María Ignacia murió poco después, el 22 de abril de 1771. El escritor firmó como testigo en su testamento y le acompañó en su último momento. En sus Apuntaciones autobiográficas Cadalso reseñará: “Su amable trato me alivió de mis pesadumbres; pero murió a los cuatro o cinco meses de un tabardillo muy fuerte, pronunciando mi apellido”. Unas fiebres tifoideas, tan frecuentes por entonces.
María Ignacia fue enterrada en el cementerio lindante con la iglesia de San Sebastián, al comienzo de la calle de Huertas de Madrid. “Luego de muerta la Ignacia, se acabó cuanto podía distraerme de las consideraciones que me resultaban de mi crítico estado; por lo tocante a la casa del Conde (de Aranda) volví de nuevo a ellas, las cuales juntas a la pesadumbre de la muerte, lo mucho que trabajé en la comisión que tenía en Madrid, y la suma pobreza en que me hallé (pues pasé cuarenta y ocho horas sin más alimento que cuatro cuartos de castañas) caí enfermo de mucho peligro”, escribe Cadalso. Sus amigos tratan de distraerlo, llevándolo a su tertulia de la Fonda de San Sebastián, frecuentada por Nicolás Fernandez Moratín y Tomás de Iriarte, situada en los bajos del palacio de Tepa, frente por frente con el cementerio.
Durante un tiempo, Cadalso vuelca su pena en un libro que no llegará a ver publicado pero del que hablará largamente, confundiendo -a propósito o involuntariamente- realidad y ficción. “De negros lutos me vestí llorando / y de cipreses coroné mi frente; / eco doliente me llevó con quejas / hasta su tumba”, se lamenta el escritor. Es muy probable que Cadalso visitara la tumba de su amada en el cercano camposanto pero parece igualmente cierto que él mismo alimentó la leyenda. Esta se recoge en una carta anónima escrita veinte años después de la muerte de Ibáñez. La carta -supuestamente de un amigo de Cadalso- asegura que el autor, desesperado por la muerte de su amada, acudió al cementerio, desenterró el cadáver y se disponía a llevarlo a su casa para suicidarse junto a ella, propósito que impidieron los sirvientes del Conde de Aranda.
Cadalso alivió su dolor y poco después aparece en Salamanca donde tendrá notable éxito social y acabará su novela epistolar Cartas marruecas. En 1781 fue ascendido a coronel; el 27 de enero de 1782 murió al caerle en la cabeza un casco de granada durante el sitio de Gibraltar.
Noches lúgubres será publicada por entregas en El Correo de Madrid entre diciembre de 1789 y 1790. La obra se estructura en el relato de tres noches, la última de ellas sin terminar y no solo es una obra original, también es el primer manifiesto romántico español. Su valor literario quedó en parte oscurecido por la leyenda que le acompañaba. Tanto se había extendido esta que la edición de la obra de 1852 aparece titulada: Historia de los amores del coronel don José Cadalso escrita por él mismo.
Los restos de María Ignacia desaparecieron cuando en 1809 José Bonaparte ordenó cerrar los cementerios anejos a las iglesias. En el mismo lugar permanecían desde 1635 los huesos de Lope de Vega, desaparecidos igualmente. El lugar del camposanto está ocupado desde 1889 por una floristería. El Jardín del Ángel, se llama el lugar.
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