Hay mujeres emprendedoras, inteligentes y luchadoras destinadas a abrir caminos por los que transiten las nuevas generaciones: María Espinosa de los Monteros (Estepona (Málaga), 1875-Alicante, 17 de diciembre de 1946) es una de ellas. Dirigió empresas industriales, luego, fundó una asociación defensora de los derechos de las mujeres. Su memoria no debería perderse.
María puede considerarse una persona hecha a sí misma. Íntegramente. Empezando por sus apellidos. Inscrita en el registro civil como María Ana, hija de Antonio Espinosa Aguilar, tratante, y de Juana Díaz Martín, ella adornó sus apellidos hasta convertirse en María Espinosa de los Monteros y Díaz de Santiago, cambio que era algo frecuente en el siglo XIX.
Siendo todavía adolescente la familia se trasladó a Madrid, donde María pudo mejorar su formación. En sus viajes a Francia e Inglaterra descubrió otros modelos profesionales que incorporaban a las mujeres. En Londres conoció la filial europea de la empresa estadounidense Yost Writing Machine Company, una compañía fabricante de modernas máquinas de escribir. Enseguida vio que ahí se abría un nicho laboral para las mujeres, empezando por ella misma. María impresionó al director de la filial londinense por su dominio de idiomas -además de inglés hablaba alemán, francés e italiano- su inteligencia y sus dotes comerciales hasta el punto de que la contrató para dirigir la filial que se iba a abrir en Madrid.
Tenía 22 años cuando se hizo cargo de la Casa Yost, establecida en Madrid. Para entender el valor de María Espinosa de los Monteros hay que observar no solo su juventud sino la situación jurídica y social de las españolas de este tiempo, mayoritariamente relegadas al ámbito doméstico y supeditadas a los varones de la familia. El caso de Espinosa, directora de una compañía industrial, era inusual en la España de finales del siglo XIX y aún lo sería durante décadas, a pesar de personalidades excepcionales como es el caso de María o su coetánea Rosario de Acuña.

El dinamismo de Espinosa convirtió Casa Yost en una marca conocida, sinónimo de modernidad. Abrió nuevos establecimientos en ciudades españolas e inauguró una gran y lujosa sede en la calle Barquillo de Madrid que incluía una academia con capacidad para más de 200 alumnos. Muchas mujeres encontraron en la mecanografía una vía laboral tanto en empresas privadas como en organismos públicos.
Esta tarea de promoción de la formación de mujeres y jóvenes le valió a María la Cruz de la Orden de Alfonso XII, concedida por el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes en 1915. Al año siguiente participó en el II Congreso Internacional de Ciencias Administrativas celebrado en Madrid. Tal era su capacidad de gestión que, cuando en 1921 cesó en la empresa, su puesto fue ocupado por tres hombres. Por si no fuera suficiente, desde 1911 empezó a comercializar aguas minero-medicinales con la denominación Morataliz, que en 1915 fueron declaradas de utilidad pública.
Sus creencias religiosas, que preconizaban un papel de la mujer estrictamente doméstico, no le impidieron defender posiciones feministas. En 1918 intervino en la fundación de la Asociación Nacional de Mujeres Españolas (ANME), de la que fue presidenta hasta 1924. Entre las socias aparecen Isabel Oyarzábal, Victoria Kent o María de Maeztu. La Asociación insistió en reclamar la reforma de los Códigos civil y penal para eliminar el déficit de igualdad de derechos civiles que padecían las mujeres y que estas pudieran acceder al trabajo remunerado. Una de sus primeras medidas fue obtener una contrata para confeccionar ropa para el Ejército con la que se emplearon a cincuenta mujeres.
Su posición en el ámbito feminista era tan firme que en 1920 fue elegida presidenta del Consejo Supremo Feminista de España, cargo en el que sería sustituida por Clara Campoamor en 1926. La ANME defendía sobre todo la educación de las mujeres y el acceso al trabajo remunerado que las sacara del ámbito doméstico y de los roles tradicionales.
Su inteligencia, su dinamismo y su trabajo en favor de las mujeres le hicieron muy popular en su tiempo. En 1920 fue nombrada hija predilecta de Estepona, cuyo Ayuntamiento bautizó con el nombre de María Espinosa la calle donde había nacido. En 1926 Primo de Rivera la nombró concejala del Ayuntamiento de Segovia, siendo una de las primera mujeres españolas en ejercer este cargo, aunque no por elección.
En 1905 se había casado con Álvaro Torres Chacón, con quien tuvo dos hijos: Antonio y Álvaro. Hacía 1930 se trasladó a Alicante. Allí falleció a los 71 años, rodeada de su familia. En 1978 el Ministerio de Cultura creó un premio con su nombre para destacar los trabajos científicos y periodísticos que versaran sobre la situación de la mujer española, que fue derogado en 1984.