María Rodríguez de Monroy estaba llamada a ser la esposa de un noble y madre de retoños que engrandecieran la estirpe, sea en la corte, sea en la guerra. Pero se le cruzaron los hados y acabó pasando a la historia como una heroína feroz: María la Brava.

Se desconoce la fecha de su nacimiento, ocurrido en el Palacio de las Torres de Plasencia. Era hija de Hernán Pérez de Monroy y de Isabel de Almaraz. Se trasladó a Salamanca al casar con Enrique Enríquez de Sevilla, señor de Villalva de los Llanos, y pasó a vivir en el palacio familiar conocido entonces como de los Enríquez.. La pareja tuvo dos hijos y una hija, que eran adolescentes a la temprana muerte del padre.
Eran tiempos tumultuosos en Castilla, reinaba Enrique IV y el reino se dividía en partidarios y detractores del rey. En Salamanca el enfrentamiento se identificaba entre el bando de San Benito y el de Santo Tomé, según la adscripción parroquial de unos y otros, los Enríquez, Maldonado, Manzano, Solís. La violencia entre las banderías había llegado a tal nivel que se había establecido una zona de separación en la plaza del Corrillo, que nadie se atrevía a cruzar, por esa razón bautizada como Corrillo de la Hierba.
Así estaban las cosas el año 1465 cuando durante una partida de pelota los hermanos Manzano se enzarzaron en una discusión con el menor de los Enríquez con tan mala fortuna que en un golpe aciago murió el hijo de María. Temerosos los Manzano de que el hermano mayor tomara venganza en ellos se adelantaron y lo mataron alevosamente. A continuación, huyeron de Salamanca.
María enterró a sus hijos y, fingiendo que se retiraba a llorar su pena, de manera discreta contrató a una partida de seguidores con el propósito de atrapar a los asesinos, refugiados en Portugal.
La placentina se puso al frente de una veintena de hombres de armas y se adentraron en tierra lusa hasta encontrar a los asesinos en Viseu. Allí mismo los ejecutaron. María mandó decapitar a los hermanos Manzano y con sus cabezas volvió a Salamanca.
A partir de ese momento la leyenda se divide entre quienes aseguran que la madre llegó hasta la iglesia de Santo Tomé y depositó su botín sobre las tumbas de sus hijos y quienes sostienen que colocó las cabezas en la fachada de su casa para general escarmiento.
La lección sirvió de poco pues los enfrentamientos aún duraron varios años más hasta que llegó Juan de Sahagún, predicador agustino, que medió entre los bandos hasta lograr que en septiembre de 1476 los Acebedo, Anaya, Enríquez, Maldonado, Manzano o Nieto firmaran un acuerdo de paz. La avenencia se firmó en una casa de la calle de San Pablo, bautizada desde entonces como casa de la Corcordia. En recuerdo de aquellos tiempos tumultuosos la plaza donde se hallaba la casa de María se conoce como de los Bandos.
Cuatro siglos despues, el escritor Eduardo Marquina recuperó la imagen de María de Monroy para su obra teatral Doña María la Brava, en la que presenta a la protagonista enredada en amoríos con don Álvaro de Luna.
El historiador Manuel Fernández Álvarez señala que un cronista contemporáneo escribió sobre María de Monroy: Estaba con el corazón tan fuerte que ningún varón romano se le igualara. Naturalmente, el hombre como unidad de medida de todas las cosas, incluida la bravura femenina.
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