María (Bruselas, 15 de septiembre de 1505-Cigales, 18 de octubre de 1558) fue la quinta de los descendientes y la tercera hija de Juana I y de Felipe el Hermoso. Debió ser engendrada en una de las escasas treguas entre las enormes broncas de sus progenitores, mientras Felipe mantenía encerrada a Juana en el palacio de Bruselas, ésta juraba que se iba a acordar de ella y las cortes europeas contenían el aliente ante tales trifulcas. Que lo de la locura de amor -ya lo sabéis porque os lo he contado aquí– es una cosa que se sacaron de la manga los escritores románticos, que eran más dados al pasteleo que al rigor histórico.
Pues bien, esta niña, bautizada con el nombre de su abuela paterna, María de Borgoña, muerta a los veinticinco años por una caída del caballo, nació infanta de España y archiduquesa de Austria. Tenía seis meses cuando sus padres viajaron a Castilla para ser jurados reyes, después de la muerte de Isabel la Católica, y no volvió a verlos nunca más. Al padre, porque se murió antes de terminar el año y a la madre, la primera reina de España propiamente dicha, porque fue recluida hasta el último día de su vida.
Tenía diecisiete años cuando la casaron con el rey de Hungría, Bohemia y Croacia, Luis II. Cuatro años después el ejército otomano invade Hungría y mata al rey. María se encontró viuda, sin hijos y con solo veintiún años así que optó por volver a los Países Bajos con sus hermanos Carlos, ya emperador, y Fernando, que había sido reclamado por el heredero. Fernando y María habían crecido separados, ella en Flandes y él en España, pero enseguida establecieron una relación fraternal muy estrecha. Ella sirvió de puente entre los dos hermanos varones, cuyas relaciones siempre fueron harto complicadas.
A la muerte de Margarita de Austria, que había ejercido como gobernadora de los Países Bajos, en 1531 Carlos nombra para el cargo a su hermana María, que lo ejercerá hasta 1555 proporcionando a los Estados una paz y prosperidad desconocida hasta entonces. Cesará en su tarea tras la abdicación del emperador, a quien acompañará en el retiro, junto con su hermana Leonor, reina de Francia y Portugal. Morirá en Cigales el 18 de octubre de 1558, el mismo año que sus hermanos. Si visitáis el monasterio de El Escorial podéis ver su tumba en el Panteón de Infantes.
¿Qué es lo que hace especial a esta María para que debamos recordarla? Aparte de su habilidad para la gobernación y sus dotes de mediadora, su afición al arte. A ella se debe la adquisición de importantes obras que aún podemos disfrutar. Por citar dos de las más populares: el retrato de Carlos V en la batalla de Mühlberg, pintado por Tiziano, o El Descendimiento de Van der Weyden, comprado por ella en Lovaina. Ambos los encontraréis en el Museo del Prado, el primero en la sala central de la primera planta, justo enfrente de las Meninas. El Descendimiento, en la sala 58 de la planta baja.
Otra buena pista para encontrar el cuadro es avisar de que a sus pies perdiendo la vista en sus diferentes planos podemos encontrar a un hombre enjuto, amable, tranquilo, culto y cariñoso.
Me tienes enamorada con estas series históricas.
Un beso