María de Chipre o de Lusignan (1279-Barcelona, 10 de septiembre de 1322) fue una mujer vinculada a la realeza, que tuvo una vida harto desgraciada. Hija de Hugo III y hermana de Enrique II, ambos reyes de Chipre, fue utilizada como moneda de cambio en el matrimonio concertado por su familia con Jaime II, rey de Aragón. El acuerdo resultó fallido para todos, pero quien peor parada resultó fue la propia María.
Jaime II, llamado el Justo, acababa de enviudar de Blanca de Anjou (1310), con quien había tenido diez hijos, cuando en 1311 anunció a las Cortes su intención de casarse con una princesa de la Casa real de Chipre. Tal decisión no obedecía a ninguna razón sentimental; el rey aragonés pretendía fortalecer su posición en el Mediterráneo y mejorar su capacidad mercantil con Oriente, cuyos productos tenían en Chipre su puerta de entrada. De paso, le ofrecía la posibilidad de convertirse en rey de Jerusalén, de donde eran titulares también los reyes chipriotas.
Coincidió el interés aragonés con el de Enrique II de Chipre, que no tenia descendencia y temía la invasión de los turcos. Jaime II quiso asegurarse la posibilidad de heredar el trono chipriota casándose con Eloísa, hermana menor de Enrique, hermosa y menor de veintitrés años pero le fue adjudicada la hermana mayor, la pobre María, no tan hermosa y de una edad considerada vetusta ineptitud, que hacía difícil engendrar hijos que pudieran heredar el trono de su tío. Hay que señalar que en el momento de comenzar las negociaciones el novio contaba cuarenta y cinco años, una edad avanzada en su siglo, y que no se conoce que fuera un adonis.
Las negociaciones se dilataron durante tres años hasta que en 1314 se firmaron las capitulaciones matrimoniales en Valencia: María aportaría 500.000 besantes y garantías sobre el derecho de sucesión al trono de Chipre. El 15 de junio de 1315 se celebraba en Nicosia la boda por poderes. María llegó al Ampurdán el 22 de noviembre de 1315, con gran decepción para el novio, que se encontró con una mujer mayor a la que habían recortado la dote a 300.000 sueldos. La boda se ofició en Gerona en el mes de diciembre. Durante los tres años siguientes las cortes aragonesa y chipriota siguieron negociando el pago del resto de la dote que finalmente fue abonado en 1318.
Las relaciones de la pareja fueron frías por parte de ella y violentas por parte de él, que redujo los gastos de su casa y el número de personal al servicio de la reina. María no se adaptó a su nueva Corte, residió en el castillo de Tortosa o en el Palacio Real de Barcelona y el único hecho excepcional que se conoce de aquel tiempo fue el viaje que hizo en el verano de 1317 al santuario de Montserrat.
Cuando María enfermó en 1319, Jaime dispuso todo por si moría pero no se molestó en visitarla. Sola y abandonada, falleció el 10 de septiembre de 1322. Para entonces Enrique II había prometido su trono a uno de sus sobrinos, sin tener en cuenta los derechos que pudieran asistir a su hermana mayor. El mismo año 1322 Jaime II se casaba con Elisenda de Moncada, con quien tampoco tuvo hijos. A su muerte, mandó ser enterrado con su segunda esposa, Blanca de Anjou en un mausoleo del monasterio de Santes Creus.

María fue enterrada en el convento franciscano de San Nicolás de Bari de Barcelona, en un sepulcro construido por Juan de Tournai y Jacques de Francia, y allí permaneció hasta que en 1835 el convento fue demolido y los restos de los nobles allí enterrados fueron trasladados a la catedral de la ciudad. En 1879 la escultura sepulcral fue recuperada por la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona y trasladada al Museo Provincial de Antigüedades. Actualmente se encuentra en el Museo Nacional de Arte de Cataluña.
La reina aparece ataviada con el hábito franciscano, tocada con la corona real, que ha perdido los cristales de colores que la adornaron. Sostiene en sus manos un cetro, parcialmente perdido también. Nada destaca y esa es quizá su mejor representación, la de ella y la de las mujeres que, como ella, estuvieron a merced de la voluntad de los hombres de su familia, prestas para ser utilizadas como moneda de cambio. De buen grado o por la fuerza.
Fuentes: Real Academia de la Historia