María Gutiérrez Blanchard (Santander, 6 de marzo de 1881-París, 5 de abril de 1932), María Blanchard en el mundo del arte, nació en una familia acomodada y culta. Un accidente de su madre durante el embarazo le provocó una desviación de columna que la deformó el cuerpo -cifoscoliosis- y la ocasionó grandes sufrimientos físicos y espirituales. Ella, amante de lo bello en estado puro, se negó siempre a ser fotografiada y afirmó que hubiera cambiado toda su obra por un poco de belleza.
En 1903 se traslada a Madrid con el propósito de iniciarse en el camino del arte. Frecuenta los estudios de pintores consagrados y tres años después consigue exponer y ser premiada, que le vale para obtener una beca de la Diputación y el Ayuntamiento de Santander. En 1909 se traslada a París, en ese momento el epicentro del mundo artístico. Frente a la sociedad cerrada que había encontrado en Madrid, París significa para María la libertad y el descubrimiento del cubismo. En la Academia de Pintura Vitti, aprende con Anglada Camarasa y Van Dongen. Viaja por Europa y establece amistad con Diego Rivera. En Paris y se relaciona con Juan Gris y los pintores de la vanguardia cubista.
En 1915 vuelve a España, Ramón Gómez de la Serna organiza una exposición con obras de Blanchard que es recibida con burlas por la crítica y el público. Tampoco consigue ser respetada por sus alumnos cuando ejerce la docencia en Salamanca, así que decide volver a París, la ciudad donde se sentía libre y donde se quedará para siempre. Participa en exposiciones colectivas con otros pintores cubistas y también individuales, en la capital de Francia y en otras ciudades europeas, recibiendo críticas muy favorables. Paul Claudel inspiró sus poemas en alguna de sus obras.
Coincidiendo con la primera guerra mundial, algunos artistas se replantean una vuelta a los cánones clásicos del arte. María Blanchard vuelve a la figuración y se adentra en el realismo mágico, lo que la enfrenta a Juan Gris, quien sigue profundizando en el cubismo. La muerte de Gris en 1927 la sume en un estado de abatimiento y en una crisis religiosa que la lleva a desear entrar en un convento, sin dejar por ello de pintar. Su familia la rodeó de afecto y compañía, pero su presencia cerca de la artista supuso para ella también una agobiante carga económica.
Murió en París, a su entierro acudieron grandes figuras de la cultura instalados en la capital francesa y muchos de los indigentes a los que María había ayudado durante su estancia parisina. La prensa francesa escribió ese día: “El sitio que ocupaba en el arte contemporáneo era preponderante. Su arte, poderoso, hecho de misticismo y de un amor apasionado por la profesión, quedará como uno de los auténticos artistas y más significativos de nuestra época. Su vida de reclusa y enferma, había por otro lado contribuido a desarrollar y a agudizar singularmente una de las más bellas inteligencias de ese tiempo«.
En España, el Ateneo le rindió un homenaje al que asistieron Clara Campoamor, Ramón Gómez de la Serna o Federico García Lorca, quien leyó un elogio a la artista fallecida. Lamentablemente, a partir de ahí su obra cayó en el olvido y sólo a partir del siglo XXI ha empezado a ser recuperada. A pesar de ello, cuando se habla del cubismo se menciona indefectiblemente a Gris y se omite a Blanchard. El Museo Reina Sofía de Madrid cuelga una muestra de su obra.