Luisa Sigea de Velasco -también conocida como Luisa Sigea Toledana- (Tarancón, Cuenca, en 1522-Burgos, 13 de octubre de 1560) fue una intelectual que brilló con luz propia a mediados del siglo XVI y que representa como pocas la historia de las mujeres repetida siglo tras siglo en España, se reconocieron sus méritos al mismo tiempo que se la aislaba por su condición femenina. Gastó energías y tiempo en buscar el modo de mantenerse por sí misma, a merced de la corte o de los nobles y acabó refugiándose en su entorno familiar.
La biografía de Sigea es en sí misma un retrato de su tiempo. Su padre, Diego de Sigeo, Sigea o Sygée era un humanista de origen francés que estudió en Alcalá y se instaló en Toledo como preceptor de María Pacheco, hija del conde de Tendilla, que habría de ser esposa del capitán comunero Juan de Padilla. Después de la derrota del movimiento comunero María consiguió huir a Portugal en 1522 y con ella partió también el preceptor. Su familia le seguiría tiempo después. Diego permaneció con Pacheco hasta su muerte, ocurrida en 1531, pasando después al servicio de la casa de Braganza, como preceptor de los hijos del duque Jaime I, hasta 1549.
No solo educó a los hijos de la nobleza, también proporcionó una educación elevada a sus propias hijas: Luisa y Ángela, muy superior a la que entonces era normal entre las mujeres. Siguiendo el modelo introducido en la corte de Isabel la Católica, del que fue exponente el grupo conocido como las Puellae doctae, las hermanas Sigea pudieron competir intelectualmente con sus pares masculinos. Dos fueron los aspectos en los que destacaron ambas: la música y las lenguas clásicas. En el ámbito musical fue Ángela quien más destacó y, aunque las dos hablaban latín y el griego, Luisa se reveló como políglota al dominar además el hebreo, árabe, portugués, francés e italiano. Era experta en filosofía, historia y poesía. Y, según criterio unánime, muy hermosa.
El propósito de Luisa no era únicamente acumular conocimientos sino vivir de ellos, algo por entonces inusual en las mujeres. Para empezar, en 1540 escribió una carta en latín al papa Paulo III, que envió a través del humanista Girolamo Britonio, en la que, a modo de currículum, incluía “algunas flores de mi ingenio” en forma de poemas, que fueron muy elogiados. En 1542 era reclamada por la corte portuguesa como dama de cámara de la reina Catalina, la hija menor de Juana I de Castilla y de Felipe el Hermoso.
No era con Catalina con quien se empleó en realidad sino con su sobrina, la infanta María de Portugal, hija de Manuel I y de Leonor, primogénita de la misma reina Juana I, mal llamada la Loca. Mientras las cortes europeas se ponían de acuerdo en buscarle un marido acorde con su rango, la infanta María, mujer culta, rica y de gran belleza, reunió en torno a ella un grupo de mujeres eruditas, entre quienes estaban Paula de Vicente -hija del escritor Gil Vicente-,Joana Vaz y las hermanas Sigea. Parece que Luisa fue feliz en ese puesto y, desde luego, fue considerada por encima del resto de sus compañeros si hay que atenerse a los emolumentos que percibía:16.000 reis al año entre 1543 y 1552, librados a “donna Luisa de Sygea, latina” y 25.000 reis más librados a su Diego para el casamiento de su hija.
Desde esa posición pudo relacionarse con los intelectuales que frecuentaban la corte de la infanta y ser agasajada, como expresa en su correspondencia con el papa, con el nuncio de Portugal y con el embajador de Hungría. Pudo además de disponer de tiempo para escribir sus propias obras. En 1546, mientras los embajadores negociaban un posible matrimonio entre la rica infanta María y el heredero de la corona española, Felipe II, recientemente enviudado,Luisa escribía el poema Syntra, donde aventura el enlace de la princesa con un heredero que gobernará el mundo. Felipe II acabaría casándose con la reina inglesa. En 1552 escribía su segunda obra: Duarum virginum colloquium de vita aulica et privata, donde agradece a la infanta el tiempo y el espacio concedido por esta para estudiar y escribir. La obra estudia las diferencias entre la vida cortesana y la vida retirada, y con ella Luisa pretende demostrar su erudición para ser reconocida entre el resto de humanistas.
En ese año de 1552 Luisa se casa con Francisco de Cuevas, a quien probablemente ha conocido durante las negociaciones del fallido enlace de la infanta con Felipe II. El novio es miembro de una familia burgalesa bien asentada; él mismo había servido en la corte de Juana I, por cuyo servicio fue recompensado hasta la muerte de la reina, recibiendo después una pensión de 10.000 maravedíes. Luisa permanece en la corte portuguesa hasta 1555, cuando se traslada a Burgos, pero en todo momento busca un empleo duradero y bien remunerado. Se lamenta constantemente de su falta de recursos, en lo que algunos críticos de su obra han interpretado como muestra de la pobreza del marido. Más bien parece una reivindicación de su propia valía: ella quiere ser reconocida y valorada por ella misma, no depender del marido.
En 1556 Francisco pasa a ser “secretario español de su magestad”(Carlos I, una vez muerta la reina Juana), cargo en el que permanece hasta 1558, cuando muere el emperador. Entonces le proponen pasar a servir a María de Hungría como secretario, o a Leonor, reina de Francia, como contador, “y que también sirviese Luisa Sigea, su mujer, por las habilidades que tiene y por haber enseñado a la infanta de Portugal”. Francisco se excusa por no poder incorporarse al nuevo empleo. Luisa está embarazada de su hija Juana que es bautizada en Burgos el 25 de agosto de 1557.
En 1557 Luisa también escribe a otra de las hijas de la reina Juana I, María de Hungría, quien había vuelto a España con su hermano Carlos, pero María muere en octubre de 1558 y, aunque deja a la pareja una pensión anual de 150.000 maravedíes, 93.750 para Francisco y 56.250 para Luisa, ambos se encuentran sin empleo; en 1559 escribe a Felipe II, que acaba de casarse con Isabel de Valois, presentando su curriculum y ofreciéndose como dama de su esposa. Ese mismo año escribe al preceptor del príncipe Carlos, Honorato de Juan, y hasta al embajador de Francisco II, rey de Francia, para que interceda ante la reina Isabel de Valois.
Desde Toledo, donde se han reunido las cortes, escribe en latín, epístolas eruditas dirigidas a hombres poderosos, en todos los casos pide que intercedan por ella ante quien puede proporcionarle una vida acorde con su nivel intelectual. Sus cartas, expresión de la de la época, muestran la tristeza y desesperanza que siente por la falta de reconocimiento efectivo.
Luisa vuelve a Burgos, donde muere el 13 de octubre de 1560 sin haber obtenido un empleo en la corte. Se cuenta que murió en la pobreza y en la melancolía. Lo primero, no parece exacto pues el marido mantuvo una posición económica desahogada y pudo dotar a su hija con suficiencia a su hija cuando en 1580 se casa con Rodrigo Ronquillo, un hidalgo burgalés. Sí es probable que, llegada a la cuarentena, Luisa sintiera que no había sido reconocida como correspondía a su nivel intelectual ni se conformara con una vida retirada, lejos de la corte, donde había jugado un papel destacado, y se dejara llevar por la tristeza y la desesperanza.
Pasados tengo hasta aora
muchos meses y largos
tras un desseo en vano sostenido
que tanto oy dia mejora
quanto los más amargos
y más deseperados e tenido;
lo que en ellos sentido
no puedo yo contallo;
el alma allá lo cuente;
mas ella no lo siente
tan poco que no calle como callo;
¡oh grande sentimiento!
Bien es cierto que tuvo fama entre los intelectuales de la época: hablaron de ella con admiración Lucio Marineo Sículo, Juan Vaseo, García Matamoros o Alfonso Fernández de Madrid, Juan Pérez de Moya, Francisco de Pisa, Guillaume Postel, Girolamo Britonio o André de Resende, pero lo hicieron con la sorpresa que produce la rareza, esto es, que una mujer fuera inteligente y políglota, una erudita, pero no hablan de sus obras, que no debieron ser muy conocidas. Después de su muerte, su padre consiguió que Syntra se publicara en París pero el libro debió pasar inadvertido también. Fue, en fin, una mujer excepcional pero no del todo reconocida en su tiempo.
Aquí está Sigea, no hace falta decir nada más, cualquiera que no sepa el resto es un tonto inculto, escribió André de Resende como epitafio.
Obras: Syntra (1546), Dialogus de differentia vitae rusticae et urbanae o Colloquium havitum apud villam inter Flamminia Romanam et Blesillan Senensem. Epistolario. Poemas.
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