Luisa Isabel de Orleans (1709-1742) es, probablemente, la más desconocida de las reinas de España. También una de las más breves y, aunque bajo la corona real se han encontrado testas de todo tipo y jaez, esta es acaso la más peculiar. Incluso su abuela dijo de ella que era «la persona más desagradable que he visto en mi vida».

Luisa Isabel era nieta del rey Luis XIV de Francia, antes de cumplir los doce años contrajo matrimonio con el Príncipe de Asturias, Luis, entonces de quince años. La boda se celebro en Lerma (Burgos) el 20 de enero de 1722. Desde el primer momento dio muestras de desequilibrio mental: gustaba de pasearse por los salones de palacio desnuda o a medio vestir, comía compulsivamente, se embriagaba. Una niña perfectamente asilvestrada.
Lo malo es que el 15 de enero de 1724 el rey Felipe V -que tampoco andaba muy cuerdo- decidió abdicar, convirtiendo a Luis I y Luisa Isabel en reyes de España. Ella siguió con su comportamiento inadecuado, escandalizando a la corte y consumiendo la paciencia de su adolescente marido. Así estaban las cosas cuando el rey contrajo la viruela. Entonces, la reina cuidó de su marido y no se separó de él hasta su muerte, ocurrida el 31 de agosto de 1724, hasta el punto de contagiarse ella misma de la enfermedad.
La muerte de Luis obligó a Felipe V a volver al trono. Tan pronto como volvió, su esposa, Isabel de Farnesio, mandó a la niña-viuda a París, de vuelta con sus padres. Estos la internaron en un convento, donde permaneció dos años. El resto de su corta vida residió en el Palacio de Luxemburgo, donde la encontró la muerte a los 32 años.
El reciente incendio de la iglesia parisina de Saint Sulpice ha recordado que allí reposan los restos de quien fue breve y desequilibrada reina de España.
El pintor Jean Ranc la retrató con los símbolos de la monarquía hispana -columna, trono y corona- en un lienzo que dejó inacabado.