Louise Élisabeth Vigée-Lebrun, pintora

Si en el siglo XXI las mujeres tienen más dificultades que los hombres para conseguir su independencia económica, cabe imaginar los problemas que tendrían que arrostrar las mujeres para lograrlo en el siglo XVIII. Marie Louise Élisabeth Vigée-Lebrun (París, 16 de abril de 1755-Louveciennes, 30 de marzo de 1842) supo remontar todas las penalidades que se encontró en el camino, creó una vasta producción pictórica que se reparte en los principales museos del mundo, fue aceptada en las Academias que estaban vedadas a las mujeres, viajó por toda Europa, logró el reconocimiento de la crítica y aun tuvo tiempo de escribir sus memorias.

Fue una artista precoz. Había aprendido de su padre, Louis Vigée, la técnica del retrato al pastel, que luego perfeccionó con otros maestros. A los doce años muere el padre y su madre, Jeanne Massin, se casa con Jacques-François Le Sèvre, con quien la joven no congenia, lo que la empujará a aceptar el matrimonio con Jean Baptiste Lebrun, pintor y marchante vecino suyo, con quien se casa en 1776.

Autoretrato

A los quince años tenía su propio estudio, que fue embargado por carecer de licencia. Se inscribe en la Academia de Saint Luc, que envía sus obras al Salón de París sin su conocimiento. Ella era consciente de su talento y pronto aprendió a utilizar sus propias armas en un mundo eminentemente masculino. Usó su propia imagen para dar a conocer su talento y habilidad, de ahí los numerosos autoretratos suyos que se conservan. A cambio tuvo que soportar que siempre se pusiera su condición de mujer bella y virtuosa por encima de su dominio del arte pictórico.

Louise Élisabeth se especializa en retratos amables a la nobleza francesa, lo que le abre las puertas del palacio real de Versailles. En sus retratos mezcla el parecido físico con una idealización del modelo. Tenía veintitrés años cuando pinta el primer retrato de la reina María Antonieta quien quedó tan complacida que encargó nuevos retratos para toda la familia real. En 1785 pinta el cuadro de María Antonieta con sus hijos. Esta proximidad y la abundancia de retratos le ha valido el apelativo de “pintora de la reina”.

En 1780 viaja con su marido a los Países Bajos, donde entra en contacto con la pintura flamenca y queda deslumbrada con el uso del color por parte de Rubens. Durante su estancia retrata también a algunos nobles holandeses. Se especializó en una pintura refinada, llena de belleza y expresividad, de técnica depurada e innovaciones cromáticas. Sus retratos son excelentes crónicas de su época y reflejan el modelo de mujer que ella era. Influyó en otros pintores y aceptó las novedades técnicas y temáticas que traía el siglo XIX.

Antes de cumplir treinta años, en 1783, es admitida en la Real Academia de Pintura y Escultura como pintora de alegorías históricas. Con ella ingresan otras tres mujeres pintoras, incluida Adélaïde Labille-Guiard, lo que suscita la oposición de los académicos varones. La reina María Antonieta presionó a su marido para que fuera aceptada Louise Élisabeth y el rey zanjó la discusión. Cuando las artistas fueron admitidas los académicos crearon una rivalidad real o imaginada entre Vigée-Lebrun y Labille-Guiard, desviando de esta manera la posible comparación entre la obra de las académicas y la de sus compañeros varones.

Vigée-Lebrun y Labille-Guiard tenían muchas afinidades, ambas eran retratistas, de estilos muy similares, ambas gozaban del favor de la familia real y habían conseguido la fama con su talento. Pero así como Louise Élisabeth era una mujer conservadora, que al estallar la Revolución Francesa en 1789 huye del país, Adélaïde se alineó con los valores revolucionarios. En 1790 defendió que la Academia abriera sus puertas a las mujeres en igualdad que los hombres.

La experiencia matrimonial de Vigée le valió para ampliar sus conocimientos artísticos pero en lo personal fue un fracaso. El marido, cuenta Louise Élisabeth en sus memorias, resultó jugador y mujeriego, que gastaba en prostitutas lo que ella ganaba con sus pinturas. Se divorciaron en 1794, estando ella ausente de Francia y no volvió a casarse.

Autoretrato con su hija (M. Louvre)

Cuando los reyes fueron detenidos en 1789, la pintora había huido de Francia con su hija, que tenía nueve años, y se dedica a recorrer Europa en busca de clientes: durante doce años viajará por Italia, Austria y Rusia. Visitará Florencia, Nápoles, Parma, Turín, Venecia y Roma, donde será admitida por la Academia de San Luca y será aclamada por la crítica; en 1792 visitará Viena, donde recibe encargos de aristócratas franceses exiliados y de nobles austríacos y polacos. En 1795 se instala en San Petersburgo, donde es saludada por la corte, retratará a la familia de la zarina Catalina la Grande e ingresará en la Academia de Bellas Artes de San Petersburgo.

Volvió a Francia en 1802, reinando Napoleón, pero su fama se había extendido por Europa y los burgueses y nobles la reclamaban. En la primera década del siglo XIX viajó a Inglaterra, donde pintó a figuras notables, Lord Byron, entre otros. En 1807 fue nombrada miembro honorario de la Sociedad para el Progreso de las Bellas Artes de Ginebra. Paulatinamente fue abandonando el retrato para dedicarse al paisaje. Se la considera la artista femenina más importante del siglo XVIII y con Angelica Kauffmann la más aclamada de su tiempo. En sus salones reunió a los más destacados artistas, escritores e intelectuales ilustrados de su tiempo y nunca perdió su interés y curiosidad por el arte.

Escribió sus memorias, que tituló Souvenirs, y se publicaron entre 1835 y 1837. En ellas expone su visión de las dificultades que se presentaban ante las mujeres de su tiempo que pretendían dedicarse a la pintura y el control que ejercían las academias.

A su muerte, fue enterrada en el cementerio de Louveciennes, donde había comprado una casa que fue requisada por el ejército prusiano durante la guerra de 1814. Disfrutó de una vida tan activa y agitada que bien pudo escribir en su epitafio: Ici, enfin, je repose… (Aquí, por fin, descanso…)

Autoretrato pintando a Maria Antonieta

Su obra cuelga en los primeros museos del mundo y sigue siendo apreciada por el público. En 2016, una exposición recopilatoria suya se expuso en el Gran Palais de Paris y, luego, en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York y en el Museo de Bellas Artes de Ottawa. En 2011 el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid ofreció una exposición dedicada a las mujeres artistas en la que se mostraba el autoretrato de Vigée-Lebrun, que se encuentra en la Galería Uffici de Florencia. Una copia bastante aceptable de este óleo cuelga también en el Museo de la Casa de las Bolas de Aranda. El Museo del Prado cuenta con dos obras suyas que habitualmente no están en su colección permanente.

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