Lluïsa Vidal, pintora modernista

Lluïsa Vidal i Puig (Barcelona, 2 abril, 1876-Barcelona, 22 octubre 1918) fue una mujer contra corriente. Nacida en un ambiente conservador, abocada al hogar y a la maternidad, se empeñó en ser pintora. Estudió en París, viajó a Inglaterra, se hizo dibujante e ilustradora y destacó como retratista. Solidaria con las mujeres, tuvo en ellas sus modelos favoritos, retratando con habilidad y dominio el mundo femenino. Incardinada en el modernismo catalán, reconocida en su momento, enseguida fue olvidada por los historiadores del arte. Una vez más, ellos son los que cuentan.

Fue a nacer en una familia burguesa, numerosa y culta, vinculada al modernismo y la Renaixença catalana. Su padre, Francesc Vidal, fue un artista -ebanista, decorador y fundidor- considerado el mejor ebanista del momento. Entre sus clientes figuraban instituciones públicas y particulares. Redecoró parte del Liceo barcelonés y algunos salones del palacio real madrileño y colaboró en el monumento a Colón que se alza en el puerto de Barcelona. Su madre era una mujer culta, políglota y aficionada a la música. De convicciones religiosas profundas, la pareja tuvo doce hijos a los que inculcaría su amor al arte y estimularía a buscar su propia independencia, lo que en el caso de las mujeres era algo muy novedoso a finales del siglo XIX. Esta educación exquisita no estaba exenta de contradicciones pues se producía en un ambiente profundamente religioso en el que no se contemplaba la igualdad de mujeres y hombres sino el sometimiento de aquellas a estos. De hecho, el padre obstaculizó cuanto pudo las decisiones de sus hijos que no se acomodaran a los planes que tenía para ellos.

En aquella familia melómana las hijas tuvieron una buena formación musical. Sus maestros -Enrique Granados, Isaac Albéniz- serían grandes figuras. Pau Casals tenía 19 años cuando empezó a dar clase a las hermanas Vidal; acabaría casándose con Frasquita, la más dotada para la música. Como los primeros hijos del matrimonio Vidal-Puig eran chicas, el padre pensó en Lluïsa como su sucesora y la hizo participar de su ambiente de trabajo y social. Le puso maestros de dibujo, de música, de pintura. Ella resultó una alumna aplicada, pues si enseguida destacó con los pinceles, también tocaba el violín.

Con solo 16 años acompañó a su padre a Madrid, donde Francesc había recibido el encargo de enmarcar el retrato de Felipe II, que entonces se atribuía a Sánchez Coello aunque luego se demostró que su autora era Sofonisba Aguissola. Lluïsa pudo aprender así la lección: más tarde algunas de sus obras serían atribuidas a Ramón Casas -en concreto un retrato de Dolors Vidal, esposa de Miquel Utrillo-. En el museo del Prado, la pintora descubriría a los grandes maestros, a los que tanto admiraría.

En 1898 se inicia profesionalmente en la IV Exposición de Bellas Artes e Industrias Artísticas de Barcelona, donde ya obtuvo críticas excelentes y fue tratada como artista consagrada.

En 1901 viajó sola a París, rompiendo los esquemas de las mujeres de su generación. Allí trató de aprender las reglas académicas de la pintura y adquirir la formación de la que carecía. Se matriculó en la Académie Julian, la única escuela para mujeres, copió obras del Louvre y pudo conocer a los artistas que triunfaban entonces. En 1902 pasó también una temporada en Inglaterra, visitando los museos y pintando al aire libre. En París contactó con el movimiento feminista a través del periódico La Fronde, realizado exclusivamente por mujeres. A la vuelta se aproxima al grupo de feministas católicas de Joana Romeu, seudónimo de Carmen Karr, periodista, escritora y publicista, a la mayoría de las cuales plasmó en sus retratos. El Ayuntamiento de Barcelona le encargó un retrato de Josepa Massanés, que fue el primer retrato femenino en la Galería de Catalanes Ilustres.

Fue una mujer comprometida social y artísticamente. Se relacionó con los artistas europeos que huían de la guerra y perteneció al Comité Femenino Pacifista de Cataluña. Colaboró con el Patronato de Obreras de la Aguja y fue presidenta del Tribunal de exámenes del Instituto de Cultura y Biblioteca Popular para la Mujer. También abrió una academia donde impartía clases de modelado, decoración, dibujo y pintura, con modelos vivos. En lo artístico, es la única mujer miembro del grupo modernista que se reunía en el establecimiento El Quatre Gats, aunque siempre se movió en el entorno más burgués de la Sala Parés. En el ambiente cultural barcelonés sus obras tuvieron críticas excelentes no exentas de un machismo poco sutil. Los expertos certificaron como supremo elogio que su obra era viril.

Lluïsa recibió influencias de Rusiñol, en la composición, y de Casas en el retrato pero sobre todo de Velazquez, de John Singer Sargent y de Manet. Como no tenía acceso a los modelos de las academias utilizó a las mujeres de su entorno, sus hermanas, sus amigas. Dominaba la sanguina y el óleo en sus retratos pero también pintó muchos paisajes y fiestas populares. Pertenece a la misma generación de Richard Canals, Julio González, Javier Gosé, Joaquín Mir, Ramón Pichot, Josep María Sert y el joven Picasso. Su aportación al movimiento modernista en Cataluña ha sido comparada con la de Berthe Morisot al impresionismo en Francia.

Lluïsa falleció víctima de la pandemia conocida como gripe española, que ocasionará millones de muertos en 1918. Había testado a favor de sus hermanas solteras pero no pudo hacer constar su profesión porque aún cuando ella había sostenido a la familia en el tiempo en que su padre atravesó una larga crisis personal, y lo hizo ejerciendo su profesión de pintora, legalmente las mujeres no podían tener otra dedicación que las labores propias de su sexo. Eso, en la Cataluña avanzada y modernista.

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