Leonor de Aquitania

La catedral de San Andrés de Burdeos es uno de los monumentos más visitados y conocidos de la ciudad. Románica en sus orígenes, fue consagrada en 1096 pero las obras continuaron hasta el siglo XVI. Tiene un aspecto de fortaleza, en parte porque ha tenido que ser reforzada con enormes arbotantes por asentarse en suelo húmedo e inestable. En el año 1137 fue escenario de la boda de Leonor de Aquitania y el delfín de Francia, el futuro Luis VII. La novia llegó a ser una de las mujeres más poderosas de la historia, -la actual canciller Angela Merkel pero en grado superlativo- y con una vida que parece a propósito para ser novelada. Es probablemente la mujer más influyente y poderosa en la Edad Media y un referente en el modelo femenino. Era inteligente y culta, parece que también muy hermosa, con una gran personalidad, consciente del papel que desempeñaba en su tiempo.

Su nacimiento se sitúa en 1124, hija primogénita de Guillermo X, duque de Aquitania, y de Aenor de Chatellerault; fue educada como si fuera varón, algo excepcional en la época, así que no solo aprendió a leer y escribir, sino también a cazar y a luchar en la guerra, en una corte refinada donde se cultivaban las artes, la literatura y el amor cortés. En este tiempo se le atribuyó un romance con su tío Raimundo, de edad pareja a la suya. En 1130 murió el único hermano de Leonor; en 1137 al duque Guillermo se le ocurrió peregrinar a Santiago y en el camino le sorprendió la muerte, dejando a su hija el extenso ducado de Aquitania y el condado de Poitou, territorios que eran feudatarios del rey de Francia pero que superaban en extensión a los dominios privativos del rey. Luis VI, el monarca, concertó inmediatamente el matrimonio de su heredero con la duquesa para de esta manera asegurarse el control de sus dominios. Poco después moría el rey, con lo que Leonor se convertía en reina de Francia a los 15 años.

Llegar a la corte suponía perder el lujo, el confort, el refinamiento y la libertad del ducado de Aquitania para vivir en un ambiente de rigor y religiosidad, donde cualquier expresión de alegría o creatividad estaba mal vista. Tampoco Luis VII, el marido, era un seductor y para colmo, Leonor tardó ocho años en quedar embarazada y entonces dio a luz una niña, María. Como su conducta respondía a la educación abierta y tolerante recibida en su familia, se la miraba como libertina y se ganó la enemiga del clero, especialmente del abad Bernardo de Claraval, una eminencia de la época, que en 1147 predicaba la segunda cruzada a Tierra Santa. Allá que se fue Luis VII llevando consigo a Leonor, no se sabe si motu proprio o empujada por el marido, que era de natural celoso. Siguiendo el ejemplo de la reina otras damas acompañaron a sus maridos, lo que sirvió de excusa para justificar la derrota con que se saldó la expedición.

Al llegar a Antioquía Leonor se reencontró con su tío Raimundo de Poitiers, con quien se reunía privadamente, lo que dio pábulo a habladurías, con fundamento o sin él, debidamente atizadas por quienes ya veían mal que una mujer pudiera tener iniciativa propia. Antioquía y Raimundo eran más de lo que podían soportar los celos de Luis, así que obligó a su mujer a volver con él a Francia, pasando por Roma. Leonor aceptó volver pero no acompañando al marido. En la mejor tradición paternalista, el papa intentó la reconciliación de la pareja, de donde la reina resultó embarazada, dando a luz a su segunda hija, Alix, en 1151. Seguidamente, Leonor consiguió dos hitos difíciles de alcanzar para una mujer: pidió y obtuvo la anulación de su matrimonio, que consiguió en marzo de 1152, y conservó sus dominios privativos.

Tres meses después Leonor de Aquitania volvía a la catedral de San Andrés de Burdeos, ahora para casarse con Enrique Plantagenet, que era conde de Anjou, duque de Normandía, y diez años más joven que ella. Enrique solo tenía una afinidad con Luis, también acabó siendo rey, él de Inglaterra. Por si alguien se pregunta qué le podía ir peor al rey de Francia, que tenía que ver cómo sus teóricos vasallos formaban un reino ocho veces superior en superficie al suyo, hay que añadir que la nueva pareja empezó a tener hijos, ocho en total, de los que cinco fueron varones: Guillermo, muerto pronto, Enrique, Ricardo, Godofredo, Leonor, Juana, Matilde y Juan. Leonor volvía a lucir como mecenas en una corte a imagen y semejanza de la que conoció en su niñez.

Es sabido, no obstante, que pocas veces la dicha es completa y así pudo constatarlo también Leonor. El marido, que al decir de las crónicas era apuesto y con labia, resultó dado a las aventuras extra matrimoniales. La esposa aguantó cuanto pudo hasta que llegó Rosamunda Clifford, a quien Enrique convirtió en su amante públicamente. Leonor se enfrentó a Enrique y alentó el enfrentamiento de sus hijos contra su padre. Enrique II sometió la rebelión y en 1173 encarceló a Leonor, que permaneció arrestada hasta la muerte de su marido, en 1189. Años amargos para la reina porque en ese tiempo Enrique se comportó públicamente como si Rosamunda fuera la auténtica soberana.

Tenía más de sesenta años cuando recuperó la libertad. Si tuvo la tentación de descansar de tantas fatigas se le pasó pronto porque durante el reinado de su hijo Ricardo -conocido como Corazón de León- tuvo que ejercer la regencia de su extenso reino en las frecuentes y prolongadas ausencias del monarca. No fue una gestión de trámite: hubo de controlar a los nobles, dados a levantamientos, y la rebelión de su hijo Juan, apellidado Sin Tierra. Tuvo además que reunir el rescate para liberar a Ricardo, que había sido apresado por el emperador de Austria cuando volvía de la tercera cruzada. Cuando fue liberado, Leonor se refugió en la abadía de Fontevrault, que tuvo que abandonar al poco pues Ricardo murió en 1199. Promovió para la sucesión en el trono a Juan Sin Tierra, dando con ello prueba de gran pragmatismo pues de sobra conocía a su hijo.

Después de haber sido reina de Francia y de Inglaterra y de haber controlado el acceso al trono de este país, con casi ochenta años aún se embarca en una nueva aventura: cruza los Pirineos y llega hasta Castilla para escoger entre sus nietas -las hijas de Leonor Plantagenet y Alfonso VIII- la candidata a casarse con el sucesor de Felipe II Augusto, la futura reina de Francia. Eligió a Blanca y, como luego se demostró, acertó plenamente.

A la vuelta de este viaje se retiró a la abadía de Fontevrault, donde murió el 1 de abril de 1204, a los 82 años de edad. Ella, dos veces reina, fue sepultada junto a dos reyes: su marido, Enrique, y su hijo, Ricardo Corazón de León, y una reina consorte, su nuera, Isabel de Angulema, esposa de su hijo Juan Sin Tierra. Ella quiso ser representada leyendo, como muestra de su cultura, en un sepulcro que sobresale por encima del resto, como expresión de su poder. 

 

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