Las mujeres del convoy de Angulema

Cerca de medio millón de españoles atravesaron la frontera francesa tras la derrota de las fuerzas de la República española en 1939. La mayoría lo hizo en condiciones inclementes y durante muchos meses sufrió toda suerte de calamidades en campos de concentración inhumanos, carentes de las mínimas condiciones de habitabilidad, padeciendo hambre, sed y enfermedades sin cuento.

Uno de estos campos, y no de los peores pues permitía mantener unidas a las familias, se estableció en las inmediaciones de Angulema, el de Les Alliers. Angulema es una ciudad de apariencia plácida, situada en una elevación del terreno sobre el valle del Charente, con una catedral románica verdaderamente admirable. En algunos casos, los empresarios de la comarca ofrecieron trabajo a los españoles refugiados, lo que contribuyó a hacer más llevadera la situación.

Pues de este lugar tan apacible partió un convoy que constituye una página negra entre las muchas que se escribieron en ese momento de la historia española. Cuando Angulema fue ocupada por las tropas nazis la embajada alemana en España preguntó al ministerio de Asuntos Exteriores si estaba dispuesto a hacerse cargo de los dos mil españoles rojos que estaban internados en Les Alliers, advirtiendo que las autoridades alemanas de ocupación se disponían a alejarlos de Francia. El ministro, a la sazón Serrano Suñer (ese señor tan guapo, tan romántico y enamorado que nos presentaba hace unos meses la TVE que financiamos con nuestros impuestos, cuñado del generalísimo como mérito añadido) ni se molestó en responder a la reiterada correspondencia alemana.

La policía francesa presentó la expedición que se preparaba como un viaje hacia países libres y se encargó de predicar estas bondades entre los refugiados españoles que habían conseguido trabajo y vivían fuera de Les Alliers. Pero el comisario del campo, un tal Soulier, y las autoridades francesas conocían bien el destino del tren, según atestiguó la señora Sangüesa, intérprete española ante el comisario.

El 20 de de agosto de 1940 salía de Angulema un convoy con 927 refugiados españoles, hombres, mujeres y niños, en dirección a Mauthausen. Era el primer convoy que llegaba a un lugar luego tristemente conocido. Cuando el tren llegó a al campo se ordenó bajar a los hombres y a los niños mayores de 14 años, 470 personas en total, y el resto, mujeres y niños menores de esa edad, permanecieron en el convoy que, al cabo de unas horas, tomó camino de vuelta en dirección a la frontera española.

Ocurrió que una de las españolas del tren enfermó con unos síntomas que los nazis identificaron como similares a la peste así que al pasar de nuevo por Angulema pararon para dejarla en un hospital y luego el tren siguió camino hasta Irún, donde el 1 de septiembre los alemanes entregaban a todos, mujeres y niños, al gobierno español. A renglón seguido informaron al ministerio de Asuntos Exteriores que los rojos que habían luchado contra el gobierno nacional español habían sido llevados de Angulema al campo de concentración de Mauthausen. El guapito de Serrano Suñer mandó archivar la documentación pues no parecía oportuno hacer nada a favor de los internados. La mujer hospitalizada se recuperó pronto y pudo contar lo que estaba ocurriendo al resto de refugiados, que de esta manera supieron adonde conducían los trenes que ofrecía la administración francesa.

Los españoles de Mauthausen fueron utilizados para construir las cámaras de gas. De los 470 internos solo el 13% consiguió sobrevivir hasta el 5 de mayo de 1945, fecha de la liberación del campo de concentración.

En el 2008 la Fundación Acción Pro Derechos Humanos presentó denuncia ante la Audiencia Nacional por la inhibición de las autoridades españolas en el destino de los españoles del Convoy de los 927, en un proceso por crímenes contra la humanidad contra tres vigilantes del campo de concentración de Mauthausen. La Audiencia Nacional reconoció probada la existencia de víctimas españolas en los campos de concentración nazis, pero acabó sobreseyendo la denuncia tras la reforma introducida por el gobierno del Partido Popular en la ley de justicia universal, que impide a los nacionales españoles reclamar a los tribunales españoles cuando los delitos se hayan cometido fuera del territorio español por ciudadanos extranjeros no residentes o que no se encuentren en territorio español.

Comoquiera que sea, algunos de los españoles de Mauthausen y los que fueron recluidos en otros campos nazis han tenido el reconocimiento, aunque tardío, de la historia. Pienso en la mujer enferma de Angulema y en sus compañeras de convoy y me pregunto qué ocurrió y cómo fue la vida de todas ellas, las que fueron trasladadas a otros campos de concentración y las que fueron entregadas al gobierno franquista aquel 1 de septiembre de 1940. Esas mujeres de las que nunca se habla.

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