Se llamaba Luisa Ignacia Roldán (Sevilla, septiembre de 1652-10 de enero de 1684), hija de Pedro Roldán, escultor que tenía su propia academia, de quien aprendió un oficio en el que llegó a destacar hasta el punto de ser contratada como escultora de Cámara del último rey de los Austrias y del primero de los Borbón. La obra de la Roldana, como es conocida, se encuentra diseminada en iglesias y museos de medio mundo. Solo muy recientemente ha empezado a ser apreciada en su justo valor.
Empezó ayudando en el taller de su padre y, como sus hermanas, dorando y pintando las obras que esculpían los hombres de la familia, su padre y sus hermanos, pero pronto se aventuró en territorio propio. Sevilla vivía entonces un extraordinario momento artístico en el que, además de Roldán en la escultura, brillaban Murillo y Valdés Leal en la pintura. Aprovechando que el Concilio de Trento proponía acercar las imágenes litúrgicas a los fieles humanizando su aspecto, Luisa se lanzó a esculpir en madera y a modelar en barro imágenes piadosas, muchos belenes, de gran expresividad.
Tenía 19 años cuando se prometió a Luis Antonio Navarro de los Arcos, aprendiz de escultor también, encontrando la oposición radical de su padre, no se sabe si por recelos hacia el novio o por temor a que Luisa abandonara el núcleo familiar y se independizara. Dispuesta a conseguir su propósito sin salirse de las normas establecidas, la pareja se acogió al amparo de la iglesia para contraer matrimonio eclesiástico, en lo que se conoce como el rapto de la Roldana. El padre se negó a asistir a la boda, celebrada el 25 de diciebre de 1671. La pareja tuvo siete hijos, de los que solo tres alcanzaron la madurez.
Se cree que el nuevo matrimonio se dedicó a la imaginería que ella esculpía y él policromaba y, probablemente, firmaba como cabeza de familia. Algo debió ablandarse Pedro Roldán porque Luisa también colaboró con su padre en algunos pasos de Semana Santa que, de nuevo, aparecen firmados por el marido. Algunos autores atribuyen a ella la autoría de la Esperanza Macarena que se venera en la basílica del barrio de San Gil de Sevilla. Investigaciones recientes han establecido que la Virgen de la Estrella, que se atribuía a Martínez Montañés, en realidad es obra del taller de Luisa Roldán y Luis Antonio Navarro. Suya es también la Virgen Peregrina, que se guarda en el museo de las Madres Benedictinas de Sahagún (León). Fue adquirida por el franciscano padre Salmerón, que la encontró en el taller de Pedro Roldán, pero identificada como obra de la hija. Como muchas de estas imágenes, es una talla de las llamadas de vestir o de candelero, es decir, solo están talladas las partes que se ven: la cara y las manos, el resto es un maniquí al que se viste. En este caso la imagen sostiene un Niño Jesús, obra también de Luisa Roldán.
Hacia 1686 la familia se traslada a Cádiz, donde el ayuntamiento y el cabildo de la catedral le encargan diversos trabajos. Consta la autoría del Ecce Homo y otras imágenes de la catedral y las esculturas de los santos patronos de la ciudad, San Germán y San Servando. Su estancia en Cádiz debió ser muy productiva pues son varias las obras suyas en la ciudad y en pueblos de la provincia.
La Roldana siempre aspiró a la consagración como artista. En los primeros meses de 1689 la familia se ha trasladado ya a Madrid, probablemente buscando una mejoría económica y ese reconocimiento que anhelaba Luisa. Retoma su producción de imágenes religiosas: La Sagrada Familia, Los desposorios místicos de Santa Catalina, la Muerte de la Magdalena corresponden a esta época. En 1692, por mediación de Cristóbal de Ontañón, consigue ser nombrada escultora de cámara de Carlos II, que hasta entonces ninguna mujer había recibido. El prestigio y la gloria que pudiera proporcionarle el nombramiento no estuvo acompañado de la equivalente prestación económica. La Hacienda pública estaba bajo mínimos y los trabajos artísticos eran los últimos en ser pagados de manera que nunca llegaba a cobrar los cien ducados anuales que se le habían asignado. Fueron años de carencias, de verdadera miseria, en las que la familia suplicaba poder comer o un lugar donde alojarse. Tantas penurias afectaron a las relaciones del matrimonio. Cuando el rey la encomienda el Arcángel San Miguel con el diablo a sus pies para el monasterio de El Escorial, obra de las más conocidas suyas, de gran dramatismo, ella se autorretrata en el rostro de San Miguel y retrata al marido en el demonio. Luis Antonio, que no consiguió prosperar como escultor, solicitó al rey el puesto de ayudante de furriel, que le fue negado.
En 1700 muere Carlos II, el último rey de la Casa de los Austrias. Un año después ocupa el trono español Felipe V, que renovará a Luisa el nombramiento de escultora de Cámara pero no mejorará la situación de escasez de la familia. A esta época corresponden los ángeles de la capilla de Jesús del Gran Poder en la colegiata de San Isidro y el Arcángel San Miguel del monasterio de las Descalzas Reales, ambos en Madrid.
La gracia y la elegancia de sus terracotas, sus esculturas de figuras sagradas, sus belenes, le valieron la admiración de sus contemporáneos. Antonio Palomino dijo de ella que “su modestia era grande; su pericia, superior, y su virtud, extraordinaria”. Pero pronto fue olvidada y solo muy recientemente vuelve a ser considerada como una de las primeras figuras del barroco español, entre los mejores escultores del siglo XVII.
Buena parte de su producción se encuentra en Andalucía pero también queda rastro de la Roldana en Madrid, en Nueva York (la Hispanic Society of America tiene cinco de estas obras), Los Ángeles, Ontario o Londres.
Morirá en Madrid el 10 de enero de 1706, poco después de haber hecho declaración de pobreza. Recientemente una de sus terracotas policromadas ha salido al mercado por un precio de tres millones de euros.