Cuando leí la noticia en El País me pareció oir la risa irónica del karma junto a la sorpresa del aludido. ¿Qué ha pasado?, se estará preguntando aún. El aludido es el diputado provincial Ángel Guerra, convertido en protagonista en la prensa nacional por haber sugerido a su compañera, la diputada provincial socialista Carmen Miravalles, que se fuera a la cocina. Cuando la diputada le reprochó el machismo de su comentario, Guerra respondió que en la Ribera nos conocemos todos. Del diálogo que hoy reproducen los periódicos, eso es lo más auténtico.
Después de casi cuatro décadas dedicado a la política local, Ángel Guerra es suficientemente conocido en la comarca: ha sido presidente del Partido Popular, alcalde de Aranda y concejal de otros pueblos además de diputado provincial, su auténtica dedicación en esta etapa de su vida. En la Ribera se recuerdan también sus inicios como maestro en el Colegio Virgen de las Viñas y como cantante aficionado, al estilo Patxi Andión, con su hit parade, Los fantasmas.
Como ocurre en la política local, unas veces con razón y otras sin ella, con frecuencia su nombre se asociaba a cuestiones algo turbias, sin llegar a mayores, porque luego se ganaban las elecciones. Nada que no ocurriera en otros partidos. Hace casi veinte años, una militante del mismo partido en que milita Guerra, me contó una serie de historias en las que el diputado salía mal parado. ¿Cómo consentís esas cosas las mujeres del PP?, le pregunté. No lo consentimos, me dijo, se lo hemos contado al presidente de la Diputación, nos ha respondido que ya lo sabía pero que cómo va a dejarlo en la calle. Me pareció una curiosa manera de entender la Corporación provincial como hospicio de políticos expósitos, pero el caso es que Guerra siguió siendo diputado, vicepresidente para más señas y, luego, presidente de Sodebur, cargos muy bien remunerados, mientras que mi interlocutora, una mujer bien preparada política y profesionalmente, volvió a su vida profesional, lejos del partido.
Para quien lo haya olvidado, aquellos fueron los años de la denuncia de Nevenka Fernández, cuando el Partido Popular se volcó en apoyar a su acosador, el alcalde de Ponferrada Ismael Álvarez. De ahí que ahora Guerra exprese su perplejidad por la reacción de Miravalles. ¿Qué he hecho de malo? ¿Qué he hecho que no haya hecho antes?, se está preguntando. No lo entiende, no entiende que Ismael Álvarez hoy no se iría de rositas como se fue entonces no solo porque las mujeres no se lo permitirían sino porque tampoco se lo consentirían muchos hombres.
Carmen Miravalles tuvo el coraje suficiente para parar a su compañero diputado pero tuvo también el respaldo de sus compañeros de partido, que inmediatamente, pidieron la destitución de Guerra y, en menor medida, tuvo el apoyo del presidente de la Diputación, quien se apresuró a disculparse por el comportamiento del diputado machista. Bonito gesto, si fuera consecuente. El presidente debería saber que cuando un político se comporta de tal manera que obliga a su superior a pedir disculpas, lo normal es cesarlo. (Ya puestos, no estaría de más encargar una auditoría sobre la rentabilidad económica y social de Sodebur)
Lo de Guerra no ha sido un derroche de originalidad. A todas las mujeres que nos hemos dedicado a una profesión nos han mandado a la cocina más de una vez, generalmente, los mismos que no sabrían hacer una tortilla francesa, pero sería irónico que, después de tantos años de machacar en la misma piedra, Ángel Guerra tuviera que irse a su casa empujado por una mujer. Qué risa la del karma.
De profesión: PARÁSITOS.