La bailarina del maestro de Agüero

Casi todo lo que conocemos lo han contado los hombres. Hablemos de historia, de literatura, de ciencia, de arte, de bricolage… los manuales los han escrito ellos. Las mujeres eran seres transparentes. No es que no hicieran grandes hazañas en la historia, en la literatura, en la ciencia, en el arte o en el bricolage, las hacían y, ocasionalmente, eran reconocidas y ensalzadas ellas y sus hazañas.

Pasado un tiempo la escritora y su obra, la guerrera y su hazaña, la científica y su descubrimiento, la artista y su trabajo caen en el olvido, sepultadas por el abrumador relato de las hazañas de ellos, siempre prestos a escribir la historia. Afortunadamente, cada vez es mayor el número de estudiosas dispuestas a espulgar esa historia desde la perspectiva de género. A estas debemos el hallazgo de muchos nombres de mujer olvidadas, de mucha obra excluida, mucho descubrimiento científico con nombre de mujer. Como modernas Hércules, están limpiando los establos de Augías.

La primera constatación de estos descubrimientos es que desde que el mundo es mundo siempre ha habido mujeres que han destacado al mismo nivel que sus pares masculinos, lo que no ha impedido que ellos sean presentados como los héroes y ellas como subordinadas, cuando no convertidas en símbolo de todo lo negativo y pernicioso. El poder y las religiones, valga la redundancia, se han encargado de que sea así. Desde Eva -o Lilit- la mujer se ha presentado como la perdición de los hombres. Todo en ella es pecaminoso, desde el cabello a los pies. Solo se salva, y no siempre, la mujer-madre. Nadie -y menos que nadie los poderosos y los clérigos de cualquier religión- nos ha explicado en virtud de qué ellos son seres puros y sabios y ellas impuras y torpes.

La escultura románica es una expresión cabal de ese concepto de la mujer como el mal absoluto. O, por mejor decir, la versión que nos ha llegado de un arte surgido en el siglo XI, que se extendió por Europa durante las dos centurias siguientes. Dejando aparte la escultura fantástica -arpías, sirenas, lamias, esfinges, mantícoras- a ojos del espectador del siglo XXI las mujeres del románico vienen a representar la tentación, la lujuria, la perdición del alma. Solo se salva la Virgen María -esto es, el dogma, la maternidad- frente a Eva, representante de las mujeres del mundo, quizá también inteligentes y libres.

El paradigma de esta idea es Salomé, la que pidió y obtuvo de Herodes la cabeza del Bautista como premio a su danza. Son cientos de danzantes repartidas por el universo románico. El capitel de la colegiata de Santa María la Mayor de Alquézar muestra los comensales del banquete contemplando la difícil contorsión de Salomé.

Una versión distinta de las bailarinas son las del llamado maestro de Agüero o de San Juan de la Peña, arquitecto y escultor que realizó su obra entre los años 1165 y 1200. Estas son mujeres esbeltas, poderosas, con rico ropaje. En una primera versión se presentan de frente, con las manos a la cadera, dispuestas a danzar, con acompañamiento de algún músico -ocasionalmente una mujer- y en una segunda versión, en plena danza, contorsionándose desmelenadas. Son figuras llenas de vida, de alegría, libres. Hay que tener la mirada muy sucia para ver en ellas algo pecaminoso. Existen ejemplares de bailarinas en San Antón de Tauste, San Gil de Luna, San Miguel de Biota, San Nicolás de El Frago, San Pedro el Viejo de Huesca, San Salvador de Egea y Santiago de Agüero.

Nada sabemos del escultor, menos aún de la modelo. Algunos estudiosos del románico como García Omedes o García-Lloret aventuran que se trata de un maestro cantero formado en el Bearn que llegó a Aragón para trabajar en Santa María de Uncastillo. De ser así, será en esa iglesia donde ensaye las acrobacias de sus bailarinas. En una de las portadas de San Miguel de Biota, de las últimas en las que trabajó, hallamos una cabeza de hombre que se identifica como el retrato del maestro. Parece la testa de un hombre sabio.

San Miguel de Biota

Las bailarinas del maestro de Agüero me parecen un canto a la vida, como lo es mucha de la escultura románica. Lo que me lleva a una interrogante acerca de la interpretación que se ha hecho a posteriori de la iconografía de este arte. Sabemos que entonces no tenían la condición de artistas que tienen hoy los escultores pero también que entre ellos había auténticos creados. ¿Qué nos quieren decir las mujeres del románico y, más en concreto las bailarinas del maestro de Agüero? Con la misma o parecida base de quienes ven en ellas una tentación pecaminosa yo imagino la mirada de un hombre enamorado. Los imagino a ambos artistas, cada uno en lo suyo, desplazándose por los pueblos, allí donde reclamaban su arte, llevando alegría y libertad. Luego, la iglesia hará su particular versión pero, ¿cómo saber cuál fue la intención del escultor?

El modelo hará fortuna y se extenderá a otras muchas iglesias fuera de los límites aragoneses. Ninguna alcanzará la gracia y la belleza de la bailarina del maestro Agüero.

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