Julia Gonzaga (1513-1556) fue una noble del Renacimiento italiano casada a los catorce años, en una boda concertada por su padre, con Vespasiano Colonna, duque de Capri, del que enviudó tres años después, dejándola al mando de un gran territorio con la sola condición de no volver a contraer matrimonio, dedicada a las que se consideraban tareas propias de una mujer: la caridad y la devoción. Pero Julia, que además de hermosa era extremadamente inteligente, creo en torno suyo un núcleo religioso e intelectual próximo al reformismo del que formaban parte el teólogo español Juan de Valdés -quien le dedicó su obra Alphabeto christiano– o el historiador Pedro Carnesecchi.

Fue retratada por Tiziano y por Sebastián del Pombo y Ludovico Ariosto escribió sobre ella en su Orlando furioso: “A la incomparable Giulia Gonzaga, que cuando asienta la planta o fija los serenos ojos, no sólo le cede la primacía toda belleza, sino que también la admira, cual si fuese una diosa bajada del cielo’.

Su inteligencia, belleza y poder dieron pábulo a diversas historias con ribetes de leyenda. La primera de ellas se refiere a su relación con Hipólito de Médicis, sobrino del papa Clemente VII, del que habría tenido un hijo. La segunda quiere que sus cualidades y belleza llegaron a oídos del sultán turco Solimán, quien encomendó a Barbarroja secuestrarla para incorporarla a su harén; en agosto de 1534 el pirata desembarcó en Gaeta, la empresa se frustró porque Julia pudo huir aprovechando la noche.
Supongo que ya lo conocerá, pero la magnate leonesa Jimena Díaz, nacida como hija de los condes de Oviedo en Nava, se casó dos veces con Ruy Díaz de Vivar (quien probablemente nació en la urbe imperal de León, por razones obvias del cargo político de su padre como alferez del rey Fernando I de León), una por los usos y costumbres de Castiella, y la importante fue por la Lex Gothorum o Fuero Juzgo o Fuero de los Jueces de León. Un saludo