Juana de Avis, señora de Aranda

Varias son las ciudades y villas castellanas -Cuéllar, Toro- que cuentan en su patrimonio monumental con una Casa de las Bolas. La Casa de las Bolas de Aranda fue construida en el siglo XV; de la primitiva edificación solo se conserva una puerta con arco de medio punto y una ventana gótica con bolas en el alféizar, adorno que se repite en la doble cornisa y que dan nombre a la casa. Aquí residieron entre 1461 y 1464 la reina Juana de Avis, su hija, y sus cuñados Isabel y Alfonso. Un capítulo entero de la historia de España: la hija cargará con el infamante apodo de la BeltranejaAlfonso será efímero rey de Castilla y su hermana Isabel pasará a la historia como la Reina Católica. Bien es verdad que Isabel y Juana la Beltraneja disputaron la corona embarcando al reino en una guerra civil. Ninguno de ellos disfrutó de muchos momentos de dicha pero menos que ninguno, la reina Juana.

Juana de Avis (Almada, 20 de marzo de 1439​-Madrid, 13 de junio de 1475​) fue hija póstuma de Eduardo I de Portugal y de Leonor de Aragón. A los 16 años contrajo matrimonio con Enrique IV de Castilla, que acababa de obtener la nulidad matrimonial del suyo con Blanca de Navarra, alegando que su mujer le producía impotencia.

Enrique tenía ya 30 años y era un hombre rudo y deforme, sin ningún atractivo físico y muy pocos morales, más amante de la caza que del gobierno, siempre remiso en atender sus obligaciones conyugales, probablemente por algún tipo de enfermedad, que Gregorio Marañón diagnostica como displasia eunucoide con reacción acromegálica. Juana era lo que se entiende como un bellezón. Llegó a Castilla acompañada de doce doncellas portuguesas, a las que se había prometido matrimonio provechoso con caballeros principales del reino. Tal elenco de hermosura y desparpajo, en parte por la edad y en parte por las costumbres más desinhibidas de la corte portuguesa, fue recibido en la pacata y austera corte castellana como si se tratara de una embajada de Sodoma y Gomorra. Alfonso de Palencia, cronista, fanático enemigo de Enrique, las vio como “más inclinadas a las seducciones de lo que a doncellas conviene”. Con una mirada pringada de lascivia nos ha contado cómo se cuidaban, se aseaban, se perfumaban aquellas jóvenes, llamadas a conformar la nueva corte.

Es el hecho que pasaban los años y la reina no se embarazaba así que, según refieren las crónicas, el rey echó mano de las habilidades del médico judío Samaya Lubel, quien mediante una cánula logró la inseminación artificial de la reina, lo que ocurrió en Aranda. “Estando allí, la reina se hizo preñada, de que el rey fue muy alegre”, contó Enríquez del Castillo. Tan contento se puso el rey que regaló la villa a la reina. Juana, a cambio, concedió a Aranda dos ferias anuales, con importantes exenciones a las operaciones realizadas en los quince días que duraban. En Madrid dio a luz una niña, a quien bautizaron como Juana. Fueron sus padrinos en el bautismo la infanta Isabel, que entonces tenía 11 años, y Juan Pacheco, marqués de Villena. Ambos acabarían siendo los principales enemigos de la niña y de la madre. Isabel porque ambicionaba la corona y el marqués porque ambicionaba el poder.

La niña fue jurada heredera de la corona castellana como hija de Enrique IV, sin que entonces nadie se opusiera ni alegara inconveniencia alguna, pero el rey, de natural veleidoso, empezó a mostrar sus preferencias por Beltrán de la Cueva, a quien Gregorio Marañón describe como un “señorito jactancioso lleno de vanidad”, obsequiándole con títulos y mercedes, lo que hizo recelar a Pacheco de que podría perder su ascendiente sobre el rey. Para desactivar al de la Cueva empezó a deslizar la acusación de que Juana no era hija del rey sino de Beltrán. La acusación hizo fortuna hasta el punto de que la historia ha apodado a la heredera legal del trono como la Beltraneja. Isabel, que no apreciaba a su cuñada, basaba su derecho a la corona, en la invalidez del matrimonio de Enrique y Juana por defectos de forma lo que convertía en ilegítima a la heredera. La misma Isabel que contraería matrimonio con una bula falsificada.

El cronista Enríquez del Castillo relata que en 1463 la reina Juana abortó un feto de varón de seis meses cuando, estando también en Aranda, se le incendiaron los cabellos. De nuevo el médico Samaya acudió a curar a la reina.

El reinado de Enrique IV estuvo plagado de conflictos en parte por la poca autoridad y la volubilidad del rey y más aún por la permanente rebeldía de los nobles, que organizan una verdadera revolución. En 1465 destronan al monarca en efigie y coronan a su hermanastro Alfonso, niño de once años, que muere poco después. Isabel reclama su condición de princesa heredera. La reina Juana es recluida en el castillo de Alaejos, convertida en rehén del arzobispo Alonso de Fonseca, sin que Enrique IV hiciera nada por evitarlo. Sola, separada de su hija, que había sido entregada a otra facción de los nobles, y de su marido, que no era un modelo conyugal, se enamoró fatalmente de Pedro de Castilla y Fonseca, sobrino del arzobispo, con quien tuvo dos hijos gemelos: Pedro y Andrés de Castilla y Portugal, nacidos en noviembre de 1468. Ni siquiera entonces fue dichosa, pues sufrió desprecio y maltratos por parte de su amante. Con su ayuda logró huir del castillo de Alaejos pensando reclamar la ayuda de los nobles y reivindicar los derechos de su hija como heredera de la corona de Castilla.

Acudió primero al castillo de Cuéllar, propiedad de Beltrán de la Cueva, quien le negó ayuda, que sí encontró en Trijueque en la familia Mendoza. La muerte del rey Enrique IV en 1474 precipitó los acontecimientos. Isabel se proclamó reina de Castilla iniciándose una guerra civil entre su facción y la de Juana la Beltraneja, que se prolongó durante cinco años. Aranda, villa tan apreciada por Juana de Avis, había aclamado a Isabel cuando hizo su entrada en la villa por el barrio de Allendeduero.

La reina Juana, finalmente, se recluyó en el convento de San Francisco de Madrid, adonde en 1475 fue a buscarla la muerte, no se sabe si víctima del veneno o de la peste. Dejó mandado ser enterrada en un lugar donde su cuerpo no fuera manchado por la tierra. Tenía 37 años.

En 1760 Felipe IV mandó derribar el convento madrileño, fundado según se decía por San Francisco de Asís, para construir uno nuevo. Desapareció así la sepultura y los restos de la pobre reina Juana, sumidos en el olvido de la historia.

3 thoughts on “Juana de Avis, señora de Aranda

  1. Pues si así de mal lo pasaban las señoras, ni nos imaginemos cómo de mal las sirvientas.

    Si no recuerdo mal, Beltrán de la Cueva era también señor de Roa, ¿no?, luego en este tiempo no es de extrañar que muchas de las decisiones de gobierno se tomaran en esta parte de Castilla.

  2. Desde el Museo Casa de las Bolas, muchas gracias por compartir este «trocito» de historia en el que esta casa tiene parte de protagonismo. Nos encantan tus artículos y aprendemos mucho contigo. De nuevo, gracias.

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