Jimena Díaz, el poder de las mujeres medievales

Si hay algo peor que ser ignorada por la historia es ser mitificada por la leyenda. Eso es lo que le ocurrió a Jimena Díaz y a otras mujeres que, como ella, vivieron en un tiempo de gestas, de cantos épicos dedicados al macho alfa de cada tribu y olvidaron el papel que las mujeres representaron también en la gestión del poder. El Cantar de Mío Cid, el poema de gesta dedicado al marido de la noble Jimena, olvida a ratos a la esposa y mitifica a partes iguales a la pareja. La escasez de documentación fiable contribuye a dotar de un aura legendaria a ambos.

Jimena Díaz era hija del conde Diego Fernández y de su segunda esposa, Cristina Fernández. Su nacimiento se sitúa en 1046. Por parte paterma estaba emparentada con la dinastía reinante en León, sobrina de Urraca y Alfonso VI. Era, pues, una dama noble, educada en la corte, donde, tuvo oportunidad de aprender los secretos del poder. Ninguna maestra mejor que Urraca en esa materia. Una de sus hermanastras, Aurovita Díaz, casaría con Muño Gustioz, que luego acompañaría al Cid en sus correrías y a Jimena en su viudedad.

La literatura y el cine han descargado toneladas de almíbar sobre los amores de Jimena y Rodrigo pero, realmente, su matrimonio formaba parte parte del plan desarrollado por el rey Alfonso para congraciarse con los nobles castellanos. El enlace se celebró entre 1074 y 1076 en la iglesia de San Miguel de Palencia. La armonía entre el rey y el caballero duró lo justo porque en 1080 lo manda al destierro por vez primera, considerando que se había excedido en su expedición contra el rey de Toledo, vasallo del rey.

En este primer destierro, Rodrigo Díaz, al frente de su mesnada, se ofrece como guerrero al rey árabe de Zaragoza. Es probable que en esta salida le acompañe Jimena. Poco después la pareja vuelve a Castilla pero la armonía con el rey dura poco. Alfonso VI destierra de nuevo a su vasallo, esta vez con mayor dureza, llegando a la expropiación de sus bienes.

El Cid opta ya por hacer la guerra por su cuenta y, mientras Jimena y sus hijos quedan bajo vigilancia en el monasterio de Cardeña, cerca de Burgos, él se dirige a Valencia, plaza que consigue rendir en 1094, nombrándose a sí mismo Príncipe Campeador, esto es, señor de la ciudad. Jimena y sus hijos se reunirán con Rodrigo ese mismo año.

Contra lo que repite la leyenda, y muy a pesar de Dióscoro Puebla, el pintor burgalés cuyo retrato cuelga en el museo del Prado, las hijas del Cid no se llamaron doña Elvira y doña Sol ni casaron con los condes de Carrión, ni fueron abandonadas en Corpes ni en ningún otro lugar. Rodrigo y Jimena tuvieron tres hijos: Cristina, María y Diego. La primera casó con Ramiro Sánchez, señor de Monzón; María, con Ramón Berenguer III, conde de Barcelona; y Diego murió en 1097 en la batalla de Consuegra luchando contra los almorávides en el ejército del rey Alfonso VI, donde le había enviado su padre.

Un año después, el Cid consagra la catedral de Valencia. En esa ciudad morirá el año 1099, momento en que Jimena asume el mando como señora de Valencia. En su catedral se conserva un documento de donación firmado por ella. Durante tres años defenderá la plaza ayudada por su yerno Ramón Berenguer III, hasta que en 1102 Alfonso VI se presenta en la ciudad y, a la vista de las dificultades de mantenerse, da orden de incendiarla y abandonarla, acompañando a Jimena hasta Castilla.

De vuelta a Burgos, Jimena Díaz se refugia durante un tiempo en San Pedro de Cardeña y en Burgos, donde muere, probablemente en 1116. Sus restos recibieron sepultura en el monasterio de Cerdeña, junto a los del Cid, que habían sido trasladados desde Valencia. En 1808, durante la francesada, las tumbas fueron profanadas; el general Thiébault recuperó los restos y los depositó en un mausoleo construido en el paseo del Espolón. En 1826 volvieron al monasterio de Cerdeña de donde fueron extraídos nuevamente en 1842, después de la desamortización del monasterio. En el ayuntamiento de Burgos permanecieron hasta 1921 cuando fueron depositados en la catedral de Burgos.

Allí, bajo el crucero, descansa Jimena Díaz, mujer de estirpe real, mediadora entre el rey y su marido, señora de Valencia, quien, como tantas otras mujeres de su época, supo tejer alianzas, educar y formar a sus hijos y gobernar cuando fue preciso, sin que su labor haya recibido el justo reconocimiento de la historia.

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