Isabel de Rocabertí

Isabel de Rocabertí (Peralada, Gerona, 22 de enero de 1551-Barcelona, 6 de agosto de1624), también conocida como Hipólita de Jesús, fue una dama de gran inteligencia obligada a ingresar en el convento, donde parece que encontró su lugar. Escribió diversos tratados religiosos y, por indicación de su confesor, una autobiografía. Fue famosa por su virtud y su carisma pero, sobre todo, por sus escritos, reunidos en veintidós tomos, una mujer del Siglo de Oro español.

Era hija ilegítima del vizconde Rocabertí, Francesc Dalmau, quien encomendó su cuidado a Ángela Jerónima Poch Codina. Nada se sabe de su madre. En 1561 -es decir, a los diez años- ingresa en el monasterio dominico de Nuestra Señora de los Ángeles de Barcelona, con una dote de 300 libras, una cifra considerable si se compara con las 20 libras que había aportado su tía Jerónima Rocabertí y Solera, que era la priora del convento.

En aquel monasterio -situado en el número 3 de la calle de los Ángeles, que actualmente forma parte del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona- profesará en junio de 1569 como Hipólita Soler, nombre con el que firmará sus cartas y escritos, excepto en un documento notarial, suscrito como Hipólita Rocabertí Soler. Tres meses después de profesar la priora le encomienda hacer ejercicios espirituales con un sacerdote muy docto y espiritual, de los que sale convertida. Enseguida será designada maestra de novicias, cargo en el que permanece treinta años dedicada a la enseñanza de las novicias, a escribir y a sus penitencias, contenta en el aislamiento conventual. De tal manera era así que cuando en 1586 el obispo de Barcelona, Juan Dimas Loris, la envió con otras cuatro monjas a reformar la comunidad de agustinas de Santa María Magdalena, acató la decisión por obediencia pero pasó los cinco años del mandato con constantes achaques, deseosa de volver al sosiego de su celda. Allí la encontró la muerte, pasados los setenta años, rodeada de una fama de santidad.

En su estancia conventual escribió principalmente tratados espirituales, comentarios bíblicos y alguna poesía. Para instruir a sus novicias traduce los textos bíblicos, siempre desde la ortodoxia católica y el respeto a la Vulgata -la versión de la biblia traducida del griego en el siglo IV por Jerónimo de Estridón-. Escribe en latín y en castellano, dando prueba de una gran cultura bíblica y de un profundo conocimiento de la historia de la iglesia, sus dogmas y sus doctores, singularmente San Agustín.

A pesar de que eran años de la Contrarreforma, su respeto al dogma oficial no solo la mantuvo lejos de la Inquisición sino que se interpretó que su dominio de los asuntos sobre los que escribía, eran una muestra de la protección divina, teniendo en cuenta su dominio del castellano siendo “de nación catalana” y de tratarse de “una flaca mujer, sin estudios de humanidad, sin valimientos de maestros de Sagrada, sin filosofías ni teologías aprendidas en escuelas”. Todo menos reconocer que se trataba de una mujer valiosa por sí misma.

Entre los años 1604 y 1615 escribió su autobiografía, siguiendo el mandato de su confesor. Son relatos no cronológicos, en los se revela como una religiosa rigurosa, de salud delicada, con frecuentes dolores de cabeza, que tenía visiones, temerosa del pecado, que combatía la tentación con la oración y la escritura, y deseosa del martirio. Estas memorias no llegaron a publicarse en vida de Isabel y fue su sobrino Juan Tomás de Rocabertí, arzobispo de Valencia, quien las publicó en 1679, junto con sus escritos religiosos, reunidos en un total de veintidós volúmenes. En uno de ellos, De los sagrados huessos de Christo señor nuestro, se la describe como dueña “de tan superior inteligencia que, sin haverla nadie enseñado latín, dexó trabajados, y escritos de su mano pasados de cincuenta libros, de diferentes asumptos espirituales, repartidos en 24 tomos”.

Este sobrino había sido maestro general de la Orden de Predicadores (Dominicos) antes que arzobispo y ya en 1671 había promovido la causa de beatificación de Hipólita de Jesús en Barcelona, remitida a Roma en 1674. Allí fue paralizado el proceso al entender que las visiones que relataba en sus escritos podían obedecer a sugestión, vinculados a ataques de melancolía y a otros achaques. Esta paralización es la que mueve al arzobispo Rocabertí a publicar sus memorias y el resto de su obra. Para entonces habían cambiado los vientos y en 1687 todos sus escritos son incluidos en el Índice.

El proceso de beatificación fue paralizado indefinidamente. Isabel, olvidada. En el año 2020 el Instituto Cervantes la incluye entre las escritoras del Siglo de Oro en su exposición Tan sabia como valerosa.

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