Isabel de Aragón y Portugal

Isabel (Dueñas, Palencia, 2 de octubre de 1470-Zaragoza, 23 de agosto de 1498) fue la hija primogénita de los Reyes Católicos y, como el resto de sus hermanos, educada en el convencimiento de que tenían unas responsabilidades con la corona. Resulta difícil conocer si fue feliz o desgraciada pero lo que es seguro es que no pudo hacer lo que hubiera querido, que era refugiarse en un convento. Cuentan los cronistas que era la hija favorita y quien más se parecía a la reina.

Nació en el palacio de los Buendía -o de los Acuña- de Dueñas, un año después del enlace de sus padres, que había tenido lugar en Valladolid, el 19 de octubre de 1469. Cuando Isabel de Castilla se proclamó reina, el 13 de diciembre de 1474, su hija pasó a ser la heredera de la corona, princesa de Asturias, siendo jurada en febrero de 1475. Y así fue hasta que en 1480 fue proclamado heredero el príncipe Juan, que había nacido el 30 de junio de 1478.

Fueron aquellos unos tiempos precarios para la familia Trastamara, obligada a defender un trono que había sido conquistado con alguna artimaña, desalojando de él a la heredera legítima, la hija de Enrique IV, Juana -por mal nombre, la Beltraneja-. Así, pues, hasta que en el año 1479 se firma la paz de Alcaçobas, Isabel no fue plenamente reconocida como reina. Aquella paz llevaba aneja unas condiciones onerosas para las arcas del reino y dolorosas para cualquier madre: las Tercerías de Moura. Este acuerdo contemplaba la renuncia de Juana la Beltraneja a sus pretensiones al trono de Castilla y acordaba la boda de la primogénita de los reyes de Castilla y del único hijo del rey de Portugal, el príncipe Alfonso, quienes debían ser confiados -rehenes, en realidad- a Beatriz de Aveiro, tía de la Reina Católica, hasta que alcanzaran la mayoría de edad para contraer matrimonio. Se concertó también la dote de la novia en 100.000 doblas -una millonada de la época- con la que se compensaba a Portugal por los daños sufridos en la guerra de sucesión, en la que Alfonso V, el padre de Juan II, había defendido los derechos de su sobrina y esposa, Juana.

En el momento de la firma la novia tenía nueve años y el novio, cuatro. Ambos pasan a vivir con la infanta Beatriz en Moura (Portugal). La tercería no fue muy rigurosa porque en 1483 Isabel se reúne con sus padres y sus hermanos, a la espera de que el novio alcance la mayoría de edad (catorce años). La familia había aumentado en ese tiempo, a Juan le había seguido en 1479 Juana y a esta María, en 1482. Catalina, la pequeña, nacerá en 1485.

Los cronistas describen a Isabel como una joven inteligente, culta -lo fueron todos los hijos de los Reyes Católicos- y de gran belleza. Era rubia, como su madre, y, como ella, extremadamente piadosa. Algunos de ellos refieren que desde muy niña se convirtió en consejera de sus padres por su claro juicio y que hubiera querido heredar los reinos familiares, destinados a su hermano por su condición de varón. Pero aceptó la decisión paterna y en abril de 1490 el matrimonio de Isabel y Alfonso se celebró por poderes en la catedral de Sevilla. Luego, la nobleza castellana acompañó a la infanta hasta Badajoz donde la esperaba la comitiva portuguesa, encabezada por don Manuel, primo del rey. Las bodas se celebraron en la catedral de Évora el 3 de noviembre de 1490, cuando la novia acababa de cumplir los veinte años. Los festejos pasaron a los anales como el gran acontecimiento de la época.

La Virgen de los Reyes Católicos (Museo del Prado). Isabel y Fernando aparecen con sus hijos Isabel (derecha) y Juan (izquierda)

A partir de este instante, leyenda e historia se mezclan en un totum revolutum de manera que no siempre es fácil separar lo real y lo relatado. Cuéntase que los novios se enamoraron perdidamente el uno del otro hasta el punto de consumar el matrimonio el mismo día del encuentro, gesto de impaciencia que la leyenda también atribuirá a la pareja formada por Juana y Felipe el Hermoso. Quizá se quería expresar que los novios no cumplían solo la obligación impuesta por los padres sino que lo hacían con agrado y buena disposición. Fuera una unión de conveniencia o un amor loco, les duró poco. El 13 de julio de 1491 Alfonso cayó del caballo cuando cabalgaba al encuentro de su padre y se mató.

La viuda vuelve a Castilla a tiempo de acompañar a sus padres en la toma del reino de Granada, el 2 de enero de 1492. Isabel se entrega al dolor de la viudez: se corta el pelo, se viste de negro y se desprende de sus trajes suntuosos, cubriéndose con el austero hábito de las clarisas. Más aún, comunica a sus padres su propósito de retirarse al convento. El cronista Pedro Mártir de Anglería, que viene a ser una fusión de erudito y crónica rosa del momento, va relatando la presión paterna sobre Isabel. En diciembre de 1494 escribe que “ella no quiere conocer a ningún otro hombre y renuncia a las segundas nupcias”. Sus padres, añade Anglería, “le ruegan y suplican que procree y les dé los debidos nietos”. Por el cronista conocemos que “tanta es su modestia, tanta su castidad de viuda, que no ha vuelto a comer en mesa después de la muerte del marido, ni ha gustado ningún manjar exquisito. Tanto se ha mortificado con los ayunos y vigilas, que se ha venido a quedar más flaca que un tronco seco. Ruborizada, se pone nerviosa siempre que se provoca la conversación sobre el matrimonio”. Curiosamente, cuando, años después, su hermana Juana enviude y tenga un comportamiento similar los cronistas, siguiendo el dictamen del rey y del clero, coincidirán en atribuirlo a locura. En 1497, Anglería certificará que los reyes “han logrado doblegar el ánimo inflexible de la hija viuda para el segundo casamiento. Dentro de poco la llevaremos al rey Manuel de Portugal, hombre, si no muy prestante de cuerpo, muy insigne, sin embargo, por la benignidad se sus costumbres”. Diplomática manera de definir a quien sería conocido como don Manuel el Afortunado como feo pero buena persona. 

Ante la resistencia de Isabel los reyes habían ofrecido a Manuel la mano de su hija María, pero al rey portugués le había gustado la hermana mayor -que además ocupaba el segundo lugar en la herencia a los tronos de Castilla y de Aragón- así que rechazó la alternativa. No iba a resultarle gratis. Isabel aceptó volver a casarse pero puso como condición que Portugal ordenara la expulsión de los judíos, como habían hecho sus padres en 1492. En 1496 Portugal ordenó la expulsión de judíos y en 1498 la de los musulmanes que no aceptaran convertirse al cristianismo.

El 13 de septiembre de 1497 los reyes y su hija mayor salen de Medina del Campo hacia Valencia de Alcántara para entregar a su hija al rey de Portugal. El rey se separa de la comitiva para acompañar a su hijo Juan, que en abril de ese año se había casado con Margarita de Austria, en su visita a Salamanca. Estando en la ciudad el príncipe se siente enfermo y el 4 de octubre, muere.

Isabel, que ya es reina de Portugal, se convierte de nuevo en heredera de los reinos de España. Los Reyes Católicos llaman a la pareja para ser jurados príncipes de Asturias. Cuando el 7 de abril de 1498 son recibidos en el monasterio de Guadalupe, Isabel llega embarazada de cinco meses. Ese mes las cortes de Toledo le juran como princesa de Asturias. El 23 agosto, cuando se encuentra en Zaragoza para ser reconocida heredera de la corona de Aragón, Isabel da a luz un niño, bautizado Miguel de la Paz, y, ese mismo día, muere.

Isabel la Católica, al contrario que su hija, sí quiso reinar y tuvo grandes apoyos para lograr sus propósitos, incluido el clero hispano y el Papa de Roma. Pero la muerte segó cuanto ella sembraba: Miguel de la Paz, heredero de los grandes reinos peninsulares, morirá también a los dos años.

Isabel, que no quiso ser reina de Portugal y fue por dos veces princesa de Asturias, logrará después de muerta su propósito de recogerse en el convento: está enterrada en el de Santa Isabel de los Reyes de Toledo.

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