Isabel Clara Eugenia, la heredera que no fue

Isabel Clara Eugenia y su hermana Micaela. Alonso Sánchez Coello
Isabel Clara Eugenia y su hermana Micaela. Alonso Sánchez Coello

Isabel Clara Eugenia (Valsaín, Segovia, 12 de agosto de 1566-Bruselas, 1 de diciembre de 1633) fue hija de Felipe II, el rey en cuyos dominios no se ponía el sol. Había nacido en un palacete del bosque de Valsaín, en el tercer matrimonio de su padre. Felipe había casado primero con María Manuela de Portugal, hija de Catalina, póstuma de Felipe el Hermoso, aquella criatura venida al mundo en Torquemada, cuando su madre huía de la peste de Burgos y de la nobleza castellana. Del primer matrimonio había nacido el príncipe Carlos, que tanto juego dio a la leyenda negra, quien tenía 21 años cuando llegó al mundo Isabel Clara Eugenia y moriría dos años después. Felipe casó luego con María de Inglaterra, con quien no tuvo hijos, y, muerta esta, contrajo matrimonio con Isabel de Valois, también conocida como Isabel de la Paz, pues el enlace fue la plasmación del fin de hostilidades con Francia. De este tercer matrimonio nacería nuestra infanta, su hermana Micaela, un año después, y una tercera niña, Juana, que moriría al poco de nacer. Recibió el nombre de su madre -Isabel-, de la santa del día en que nació -Clara- y de San Eugenio, cuyos restos habían sido trasladados de París a Toledo por mediación de la reina. Fue bautizada por Juan Bautista Castaneo, entonces nuncio apostólico, luego papa Urbano VII.

La infanta con el medallón de su padre en la mano. Juan Pantoja de la Cruz
La infanta con el medallón de su padre en la mano. Juan Pantoja de la Cruz

Así que tenemos al rey casi omnipotente pero incapaz de conseguir un heredero a quien transmitir sus reinos, con una niña que resultó inteligente y sagaz. Todos los cronistas coinciden en que Isabel Clara Eugenia fue la hija favorita del monarca y la única a la que permitió husmear en los asuntos de gobierno. La joven no solo revisaba los documentos del reino sino que traducía al español los que estaban redactados en italiano. La estrecha relación entre padre e hija se refleja en los retratos de esta, donde aparece con un medallón del padre.

La infanta Isabel Clara Eugenia y Magdalena Ruiz. Alonso Sánchez Coello
La infanta Isabel Clara Eugenia y Magdalena Ruiz. Alonso Sánchez Coello

Si en algún momento Felipe II tuvo la inclinación de legar su corona a su hija desechó la idea a la espera de un heredero varón. En cambio, reclamó para ella el trono francés cuando en 1589 fue asesinado el rey Enrique III, hermano de la reina Isabel de Valois. Pero esta había renunciado a sus derechos al casarse con el rey español y la reclamación de Felipe provocó un efecto de rechazo a la española y de unión entre las distintas facciones francesas que aupó al trono a Enrique IV. Independientemente del final fallido de esta iniciativa real resulta evidente que la infanta gozó de poder en la corte española, como se refleja en las ocasiones que fue retratada por los artistas de la época. En la sala 55 del Museo del Prado pueden contemplarse algunos de estos retratos. De paso, invito al visitante a adivinar cuál de los lienzos de esta sala es de Sánchez Coello y cuál de Sofonisba Anguissola.

Retrato de Isabel Clara Eugenia en Flandes. Pedro Pablo Rubens y Jan Brueghel el Viejo
Retrato de Isabel Clara Eugenia en Flandes. Pedro Pablo Rubens y Jan Brueghel el Viejo

Isabel Clara Eugenia había sido prometida siendo todavía niña al emperador Rodolfo de Austria, pero llegada la edad de matrimoniar, el novio rehusó casarse. Tenía 32 años, una edad muy avanzada en la época, cuando el rey, viendo acercarse su final, concertó el matrimonio de su hija con el archiduque Alberto de Austria, nieto de Fernando, hermano del emperador Carlos V, de quien la novia era nieta. Alberto era por entonces cardenal de la Santa Cruz de Jerusalén y arzobispo de Toledo, cargos a los que renunció para casar con la infanta. Felipe II concedió a su hija como dote los Paises Bajos y el condado de Borgoña, reservándose el ducado de Borgoña, como soberano de la Orden del Toisón de Oro. Con este matrimonia el rey pretendió desarmar la rebelión que se arrastraba en el dominio hispano -la llamada Guerra de los Ochenta Años- dando paso a una rama local de los Habsburgo. La pareja tuvo tres hijos, ninguno de los cuales sobrevivió, razón por la que los Países Bajos volvieron a la corona española.

Isabel Clara Eugenia en el sitio de Breda. Peeter Snayers
Isabel Clara Eugenia en el sitio de Breda. Peeter Snayers

Alberto murió en 1621 y, siguiendo el mismo impulso que otras mujeres de su familia, su viuda pretendió retirarse en el convento. Ingresó en la orden tercera de San Francisco y solicitó permiso a su sobrino, Felipe IV, recién llegado al trono español, para volver a Madrid y acogerse al monasterio de las Descalzas Reales pero el rey consideró más oportuno que asumiera la gobernación del ducado. En esta tarea Isabel Clara Eugenia consiguió la rendición de Breda (1625) pero perdió Bolduque (1629) y Maastrich (1632). Durante su mandato, los Países Bajos vivieron un momento de prosperidad que se aprecia, sobre todo, en el esplendor de las artes.

Si en lo político y lo militar su gobernación estuvo trufada de éxitos y de fracasos, su protección a las artes estuvo ligada sin fisuras a proclamar la imagen del poder de los Habsburgo. La gobernadora protegió las actividades de Wenzel Coebergher, de Peeter Snayers, de Jan Brueghel el Viejo y, sobre todo, de Pedro Pablo Rubens, quien desde 1609 se convirtió en el pintor de los archiduques, retratados también por Pantoja de la Cruz o Frans Pourbus. Rubens y van Dyck realizaron los tapices que representan la gloria de la iglesia católica, que se encuentran en el monasterio de las Descalzas Reales.

Copia anónima del retrato realizado por Van Dyck. Museo del Prado
Copia del retrato realizado por Van Dyck. Museo del Prado

Nuestra infanta gobernadora permaneció en Flandes hasta su muerte, ocurrida en Bruselas en 1633. Los últimos retratos la muestran con el hábito franciscano, desprovista totalmente de joyas o aditamentos profanos. Así la pintará Rubens en 1625 y así lo hará Van Dyck en 1627; una copia anónima de este se encuentra en el Museo del Prado. Desde el lienzo Isabel Clara Eugenia mira al espectador con serenidad y firmeza dejando en el aire el interrogante de qué hubiera ocurrido en España y en Europa si a Felipe II le hubiera sucedido su primogénita en vez del único hijo varón sobreviviente.

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