Inés de Castro, reinar después de morir

La historia de Inés de Castro se mueve en el filo de la leyenda de manera que no siempre es fácil deslindar hasta donde llega el dato histórico y donde se adentra la literatura, el relato oral. En Portugal, es una reina querida. Parece que sí, llegó a ceñir corona pero no, en vida no alcanzó a reinar.

Sobre Inés de Castro escribió Camoens en Os Lusíadas, García Resende en el Cancioneiro Geral (1516), Antonio Ferreira (1587), Luis Vélez de Guevara (1652), Ezra Pound (1925), Henry de Montherlant (1942), Alejandro Casona (1955). Además de la treintena de óperas o las muchas versiones cinematográficas o televisivas que la han escogido como protagonista hasta ayer mismo.

¿Quién era esta Inés de la que hablan los romances? Una joven gallega de la Casa de Castro, familia noble y principal, emparentada con los primeros reyes de Castilla, llegada a este mundo hacia 1325. Se supone que era hija natural de Pedro Fernández de Castro, primer señor de Monforte de Lemos, nietoo de Sancho IV de Castilla, y de Aldonza Lorenzo de Valladares, emparentada con Alfonso VI de León. Fue educada como correspondía a una joven noble, primero en Galicia y luego en Peñafiel, en el palacio de don Juan Manuel, junto con Constanza Manuel, hija de don Juan. Esta joven fue prometida al infante Pedro de Portugal y, aunque en principio se opuso al enlace, acabó aceptado el compromiso con quien estaba llamado a ser rey de Portugal.

Hacia la corte de Alfonso IV el Bravo, rey de Portugal, viajaron ambas jóvenes en 1340, Constanza como prometida e Inés como dama de compañía. Quiere la leyenda que Pedro cayó perdidamente enamorado de Inés en el momento mismo de verla por vez primera, aunque, cumpliendo el compromiso con Constanza, casó con esta, sin que ello le impidiera mantener un apasionado romance con Inés. El matrimonio duró poco, la esposa murió en 1345, al dar a luz a un niño, Fernando, heredero de la corona.

Pedro e Inés vieron libre el camino para su amor y se dedicaron a aumentar la nómina de infantes: Alfonso (1346), muerto a los pocos meses; Beatriz (1347), Juan de Portugal (1349) y Dionisio (1354). En 1354 Pedro consideró llegado el momento de contraer matrimonio con Inés. Bendijo la unión el obispo de Guarda, en presencia solo de algunos servidores de la casa. Una boda privada y clandestina, de la que no quedó constancia o, si la hubo, desapareció.

Los nobles portugueses empezaron a recelar de la influencia que podía adquirir la familia Castro, que ya era poderosa en Castilla, si Inés conseguía ser reina, y acudieron al rey Alfonso IV reclamando que acabara con aquella relación, preferentemente eliminando a Inés. El relato atribuye el complot contra Inés a tres consejeros del rey, nobles enemigos de los Castro: Pedro Coelho, Alonso Gonçalves y Diego López Pacheco. Alfonso IV se encontró en la tesitura de elegir entre proteger la corona de su nieto legítimo, Fernando, y permitir la muerte de una mujer cuyo único delito era haberse enamorado del heredero del trono.

No se sabe cómo resolvió el rey sus dudas pero es el hecho que, instigado por los nobles contrarios a los Castro, aprovechó un día que Pedro se encontraba de cacería, para acudir al monasterio de Santa Clara de Coimbra, cercano a la Quinta de las lágrimas donde residía la pareja. Inés lo recibió rodeada de sus hijos. La leyenda sostiene que Inés convenció a su suegro de su inocencia y este, conmovido, abandonaba el recinto cuando los nobles contrarios le pidieron permiso para ejecutar lo que él había dejado pendiente. Coelho, Gonçalves y López Pacheco apuñalaron a Inés de Castro hasta dejarla muerta.

Pedro se levantó en armas contra su padre por la muerte de su amada y se dedicó a asolar las tierras entre el Duero y el Miño hasta que en 1357 padre e hijo firmaron una tregua poco antes de la muerte del rey y de que Pedro ciñera la corona de Portugal.

A partir de ese momento la leyenda se adueña del relato. Cuenta esta que el rey Pedro informó a la corte de su matrimonio con Inés, mandó desenterrar a su amada, vestirla con el ropaje real, ceñirle la corona, sentarla en el trono y ordenó a la nobleza rendirle honores de reina. Los historiadores recuerdan que en Portugal se mantenía la costumbre de besar la mano de los reyes difuntos; también la de colocar la efigie de cera del difunto real sobre su ataúd y apuntan la hipótesis de que Pedro pudiera colocar sobre el trono la efigie en cera de Inés y que fuera a esta a quien se rindieran los honores.

Sepultura de Pedro I de Portugal

Pedro mandó que los restos de Inés recibieron las exequias que le correspondían como reina y ordenó su traslado al monasterio de Alcobaça, donde fueron depositados en una sepultura de mármol blanco. Allí permanecen los restos de ambos, como el rey dispuso: los pies de uno frente a los del otro, de manera que al levantarse el día del juicio final, pudiera ver lo primero a su amada Inés. El monasterio es una de las siete maravillas de Portugal, declarado patrimonio de la Humanidad.

Monasterio de Alcobaça

Menos simbólica fue la venganza sobre los asesinos, quienes, tan pronto como supieron de la muerte de Alfonso IV huyeron a Castilla, temerosos de la venganza del nuevo rey. Pedro, empecinado en su venganza, firmó un acuerdo con el rey castellano por el que ambos se comprometían a entregar a los nobles refugiados en sus respectivos reinos. A Pedro Pacheco mandó extraerle el corazón por el pecho, a Álvaro Gonçalves, por el espalda. Diego López Pacheco se fugó a Francia antes de que pudieran alcanzarlo.

Inés de Castro, la mujer que reinó después de muerta, es una figura querida en Portugal, cuya descendencia alcanzó el reconocimiento que ella no obtuvo en vida. De sus hijos, Juan de Portugal, duque de Valencia de Campos, casó María Téllez de Meneses; Dionisio fue señor de Cifuentes. Beatriz casó con el infante Sancho de Castilla, iniciando una estirpe que ocuparía los tronos de los reinos peninsulares y europeos. A su linaje pertenecía una mujer, igualmente desgraciada, que eligió recluirse en el mismo monasterio de Santa Clara donde ella fue asesinada: Juana, mal llamada la Beltraneja, hija de Juana de Portugal, reina de Castilla.

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