Tartesos, fenicios, iberos, celtas, cartagineses, romanos… conforman el sustrato primitivo de lo que hemos dado en llamar España. De todos ellos conocemos las virtudes y los hechos de guerra de sus hombres, raramente, nos han llegado las virtudes y méritos de sus mujeres. A pesar de que Dido aparece como fundadora de Cartago, según relata Virgilio en la Eneida, o de que, con frecuencia, las mujeres fueran utilizadas como moneda de cambio para obtener la paz. Es el caso de Imilce, princesa ibera, hija del rey Mucro de Cástulo, “fuerte y célebre ciudad de Hispania, tan estrechamente unida a los cartagineses que la esposa del propio Aníbal era de allí”, escribió Tito Livio. Aníbal, hay que recordarlo, es considerado uno de los grandes estrategas militares de la historia.
Los cartagineses eran un pueblo con tendencias a expandirse de sus límites y a consolidar sus conquistas mediante alianzas matrimoniales. Amílcar se casó con la hija de un jefe numidio; Asdrúbal con una princesa hispánica y Aníbal con Imilce como prueba de alianza entre Cartago y la Oretania, antes de la segunda guerra púnica. La alianza duró poco, los oretanos se pasaron al bando romano tan pronto como estos les prometieran mayores privilegios que los cartagineses.
Imilce y Anibal se casaron en Cartagena en el 221 a.C. y tuvieron un hijo al que llamaron Aspar. El poeta Silio Itálico puso romanticismo a la historia. Cuenta que cuando Aníbal se disponía a marchar a Roma y atravesar los Alpes con los famosos elefantes, para emprender la que sería segunda guerra pública, obligó a Imilce y a su hijo a embarcar en Cádiz y refugiarse en Cartago. Imilde le responde en versos lastimeros:
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¡¿A mí me impides acompañarte, olvidado
de que mi vida depende de la tuya? ¿En tan poco estimaré
el matrimonio y la cesión de mi virginidad, como para fallarte
en subir contigo montañas? ¡Confía en la hombría
femenina! No hay fuerza que supere al amor conyugal.
Pero si sólo soy juzgada por mi sexo, y has resuelto despedirme,
me avengo y no interpongo demora al destino. Que la divinidad te asista, hago votos.
Marcha con buen pie, marcha con el favor de los dioses y conforme a tus deseos,
y en la batalla, en el sangriento combate, acuérdate
de mantener vivo el recuerdo de tu esposa y de tu hijo.”
(Púnicas III 109-127)
Imilce murió mientras Aníbal se encontraba peleando en Roma y fue enterrada en Cástulo, ciudad situada cerca de la actual Linares. Se cree que la escultura que desde el siglo XVI se alza en el centro de la fuente de la Plaza del Pópulo en Baeza procede del sepulcro levantado en su memoria.