Eva de Autun

La historia, también la historia del arte, la han escrito los hombres. Ellos han prescrito lo que está bien y lo que no, lo que es loable y lo que es rechazable. Todo lo bueno, lo digno de admiración era masculino; ellas representaban la tentación, el peligro, lo pecaminoso, representadas en Eva, la madre de la humanidad. Por su culpa, señala el relato bíblico, el hombre ha de ganarse el pan con el sudor de su frente y la mujer ha de parir con dolor. A lo largo de los siglos el arte -mayoritariamente en manos masculinas también- ha insistido en reproducir ese esquema.

Eva. Capitel de Santa María de Siones (Burgos)

En la abundante expresión escultórica del románico hay ejemplos sin cuento de lo dicho. La mujer y cuanto a ella se refiere representa la tentación y el pecado, en ocasiones de manera expresa y nítida, en otras mediante la interpretación que se hace de la iconografía. (Recientemente, la historiadora del Arte, Isabel Mellén, ha escrito un libro en el que aporta una explicación distinta sobre el significado de algunas imágenes y sobre la participación activa de las mujeres en las construcciones románicas: Tierra de Damas)

Adán y Eva. Colegiata de Saint Gaudens. Francia

Eva se nos aparece siempre como cogida en falta, en actitud avergonzada y sumisa, frecuentemente con la famosa manzana en la mano, siempre tapándose el sexo con la mano, mientras Adán se echa la mano a la garganta, arrepentido de haber mordido el fruto prohibido ofrecido por ella. En Autun hay una versión diferente; Gislebertus, maestro escultor borgoñón que trabajó en la Abadía de Cluny y en la catedral de Saint Lazare de Autun hasta mediado el siglo XII dejando prueba de su inspiración, nos presenta una Eva diferente. En posición horizontal, vemos que sus rodillas y codos se apoyan en el suelo, como expresión de penitencia, según el modelo canónico. La obra fue realizada para el dintel de la puerta norte del transepto, por donde accedían a la iglesia los peregrinos, donde se encontraba acompañada de Adán y un San Lázaro en el parteluz. Solo nos ha llegado Eva, actualmente depositada en el Museo Rolín, cercano a su emplazamiento original, donde es uno de sus mayores atractivos.

Lo que se nos muestra es una Eva desnuda, de un realismo y una sensualidad inusuales en el siglo XII y en el románico, que se diría indiferente a la mirada ajena, apoya el rostro en la mano derecha mientras con la izquierda coge una fruta, que aquí es una granada. En el ángulo superior derecho, entre el ramaje se distingue la mano del demonio. Se mire como se mire, nuestra Eva tiene un atractivo que más parece alentar a la imitación que al rechazo del pecado.

Aún admitiendo que Gislebertus fuera un genio innovador y que en el siglo XII se ensayaran ya formas pregóticas, esta Eva tiene una expresión que trasciende su tiempo y me parece absolutamente moderna. Observo esa mano asiendo con firmeza la granada como gesto supremo de voluntad libérrima. ¿Pasa algo?, parece decir. Y decido que esa mano y esa Eva me representan a mí y a todas las mujeres que cogemos nuestra granada y, con ella en la mano, decidimos qué tipo de vida queremos, adónde vamos, cómo y con quién hacemos el camino.

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