Estefanía de Requesens (Barcelona, 1504?-Barcelona, 25 de abril, 1549) pertenecía a una de las familias catalanas más influyentes del siglo XVI y al casarse con el ayo de Felipe II pasó a pertenecer a una de las familias más influyentes de la corte castellana. Era una mujer culta e inteligente, testigo directo de una época histórica apasionante sobre la que escribió en una abundante correspondencia con su madre. Como tantas otras mujeres de su alcurnia, nos relata el reverso de la historia oficial.
Era hija de Lluís de Requesens, gobernador de Cataluña, conde de Palamós, consejero del rey Juan II de Aragón, y de su segunda esposa, Hipólita Roís de Liori, dama de gran personalidad, sobrina del duque de Calabria, que habría de influir mucho en su hija. El cosmógrafo Jaume Ferrer de Blanes dedicó a Hipólita la edición de Sentències catòliques del diví poeta Dant.
La muerte de su padre en 1509 dejó a Estefanía heredera del patrimonio Requesens. (Anecdóticamente, Isabel de Requesens prima de Lluís, pleiteó por el título. Estefanía ganó el litigio pero cedió el condado de Palamós a Isabel). La familia residía en el desaparecido Palau Menor de la barcelonesa calle de los Templarios. Entre 1524 y 1526 perteneció al círculo de seguidores de Ignacio de Loyola. Cuando el emperador Carlos V pasó por Barcelona se alojó en el palacio de Requesens. Le acompañaba en ese viaje Juan de Zúñiga y Avellaneda, noble castellano, hijo del conde de Miranda.
Estefanía casó con Juan de Zúñiga en 1526. En las capitulaciones matrimoniales se fijó que para mantener el linaje de los Requesens, el segundo de sus hijos varones debería llevar este apellido en primer lugar. La pareja tuvo once hijos, de los que solo sobrevivieron cuatro: Luis, Juan, Hipólita y Diego. Durante un tiempo la pareja reside en Barcelona hasta que en 1533 el matrimonio es reclamado en la corte.
En los años siguientes Estefanía escribirá a su madre un centenar de cartas en las que, en un estilo intimista, directo, de gran nivel literario, referirá detalles de su vida personal y doméstica y del devenir cotidiano en la corte. También escribió a su hijo mayor unas recomendaciones morales, que verían la luz en 1904. La versión castellana del Libros del aparejos para bien morir (1536) de Erasmo de Rotterdam, fue dedicada al matrimonio, que parece tener afinidad con la filosofía erasmista.
La familia Zúñiga-Requesens pasó a residir en el palacio real de Madrid. Desde este privilegiado observatorio Estefanía fue testigo de cuanto acontecía en la corte. El príncipe Felipe era el compañero de juegos de su hijo Luis, quien en los primeros años había sido mimado por su abuela materna. El padre, algo más severo, pidió permiso a su suegra para azotarlo un poco, aunque parece que no fue necesario.
Esta severidad, pero también su lealtad e idoneidad para el cargo, movieron al emperador a nombrar a Zúñiga ayo del príncipe, futuro Felipe II “para que le instruyese en buenas y loables costumbres y lo represente en su ausencia” y lo iniciase en el ejercicio de la caballería y en la caza. Estefanía cuida del enfermizo príncipe, de su marido, con problemas de gota y de orina, de su hijo Luis, cuando enferma de viruela, para que no le queden manchas, y de otros hombres de la corte.
La relación de Carlos I y de Juan de Zúñiga es tan estrecha que en diciembre de 1536 ambas familias pasan juntos las navidades en Tordesillas, en compañía de la reina Juana, que permanece allí recluida.
En 1539 fallece la emperatriz Isabel y Estefanía se convierte en la figura materna para Felipe, máxime cuando su marido debe atender las tareas que le encomienda el emperador. Es Zúñiga quien negocia el doble enlace de los príncipes Juana y Felipe con los hijos del rey de Portugal, Juan y María Manuela. Y es el matrimonio Zúñiga-Requesens quien recibe a María Manuela a la entrada a la catedral de Salamanca, donde el 14 de noviembre de 1543 se celebra la boda de los príncipes. Es Juan también quien acompaña a Felipe primero en el funeral de su esposa, muerta de sobreparto del príncipe Carlos, y luego, en el retiro al monasterio del Abrojo.
Zúñiga muere en junio de 1546 del mismo mal de gota que aquejaba al emperador. Tres meses después muere Hipólita. Estefanía vuelve entonces a su casa de Barcelona. Allí recibe a Ignacio de Loyola y allí recibirá al príncipe Felipe cuando hace un alto en su viaje a los Países Bajos. En su Palau menor morirá el 25 de abril de 1549.
Buena parte de la correspondencia cruzada entre Zúñiga y su suegra y entre esta y su hija se conserva en los archivos. En ella se nos revela el buen juicio de ambas, su cultura, el acervo de conocimientos acumulado por las mujeres. Tratan de recetas, de remedios para los males del cuerpo, del apego de ambas a sus tradiciones, de la maternidad, de la muerte de los hijos, de la educación infantil, pero también de la política de los reinos hispanos, de Europa.
Esas cartas hablan de la sabiduría femenina transmitida de hijas a madres. No son las mujeres ignorantes y sumisas que gustan a los hombres, tienen criterio propio, conciencia de su condición y de las limitaciones que les impone la sociedad, no pretenden cambiar esas limitaciones pero saben cómo sortearlas. Teresa Vinyoles, catedrática e investigadora medieval, ha definido esta correspondencia entre mujeres medievales como “mirillas de la vida”.