En Madrid hay bastantes estatuas erigidas en memoria de ilustres próceres, todos con los pantalones bien puestos. Raramente se encuentran mujeres sobre el pedestal y, entre las que hay, la mayoría son reinas, personas que ejercieron el poder de forma vicaria y que no necesitaron demostrar méritos propios.
No es el caso de Emilia Pardo Bazán, cuya efigie se levanta en unos jardincillos que llevan su nombre. Este espacio mínimo se encuentra entre la calle Princesa de Madrid, donde vivió la homenajeada, y el palacio de Liria de la casa de Alba, cuya titular -entonces María Rosario de Silva- tomó la iniciativa e inició la colecta para levantar el monumento, construido con las aportaciones de mujeres española y argentinas. El escultor fue Rafael Vela del Castillo (autor también de la escultura de Tirso de Molina en la plaza de su nombre); realizó el pedestal un entonces joven arquitecto, Pedro Muguruza, quien con los años sería considerado el arquitecto del régimen franquista (fue coautor del proyecto del Valle de los Caídos). El monumento fue inaugurado el 24 de junio de 1926, cuando doña Emilia llevaba cinco años difunta.
La Pardo Bazán, como era conocida en su época, había nacido el 16 de septiembre de 1851 en La Coruña en una familia progresista de la alta burguesía que le proporcionó una educación acorde con su estatus. Enseguida destacó por sus dotes literarias, todavía niña escribía versos y cuentos. A los 15 años fue premiada por uno de esos relatos.
A los 16 años se casó con José Quiroga, aún estudiante de Derecho, de 20. Escenario del acontecimiento fue el pazo familiar de Meirás, luego famoso por otras razones. Tuvo oportunidad de viajar durante largas temporadas por el extranjero, donde conoció a Victor Hugo, y de frecuentar a los intelectuales de la época, de alguno de los cuales fue amiga, caso de Giner de los Ríos. Hablaba con fluidez francés, inglés y alemán pero no pudo matricularse en la universidad por estar entonces prohibido a las mujeres. En 1876 nace el primero de sus tres hijos y gana un concurso literario. Escribe indistintamente prosa y verso aunque sean más conocidas sus novelas. Introduce en España el naturalismo, corriente literaria que había conocido en Francia, a la que pertenece su obra más conocida: Los pazos de Ulloa. Con La cuestión palpitante provocó un escándalo que le valió feroces ataques tanto por la obra como por el hecho de que fuera escrita por una mujer casada y madre. También ganó encendidos elogios del mismo Zola, sorprendido de que obra de tanta calidad hubiera sido escrita por una mujer.
La relación con su marido se deteriora por causa de su actividad literaria y acaban separándose amigablemente en 1884. Cuando Quiroga murió en 1912, Emilia le guardó luto durante un año. La relación epistolar y amistosa que mantenía con Benito Pérez Galdós se tornó relación sentimental, una relaci que se prolongaría durante más de dos décadas, con altibajos e infidelidades mutuas. A Pérez Galdós le molestó especialmente la breve relación de Emilia con Lázaro Galdiano, financiero, editor y coleccionista, y con Narcís Oller, escritor y abogado, ambos más jóvenes.
Con La Tribuna introduce en la narrativa española el proletariado y el ambiente industrial, con personajes femeninos por añadidura, adelantándose a Blasco Ibáñez y a Pérez Galdós. En 1885 habla de las crisis matrimoniales en La dama joven. Luego, introducirá otras tendencias literarias, como el simbolismo y el idealismo.
En 1891 funda y escribe la revista Nuevo Teatro Crítico, de corte cultural y divulgativo; al año siguiente funda y dirige la Biblioteca de la Mujer desde donde diserta sobre la emancipación económica e intelectual de las mujeres. Estos proyectos le costaron dinero y sinsabores. Simultáneamente, colabora en periódicos y revistas, escribe ensayos, cuentos, crónicas de viaje, luego teatro, una extensa obra que le vale el conocimiento en los ámbitos literario y popular. También tuvo enconados enfrentamientos con otros escritores contemporáneos -Menéndez Pelayo, Pereda, el padre Coloma- que le reprochaban intervenir en áreas reservadas a los hombres y criticaban su defensa de los derechos de las mujeres. Fue amiga de los escritores Pérez de Ayala, Unamuno, Campoamor y Fernández Florez, y de los políticos más importantes de su época: Canalejas, Cánovas, Castelar y Pi y Margall. Fue una mujer fuerte, independiente, inteligente, feminista, razón por la que era tan denostada por clericales y conservadores.
En estos años, la Real Academia Española rechazó la candidatura de Concepción Arenal, de Gertrudis Gómez de Avellaneda y la de la propia Emilia Pardo Bazán, esta en tres ocasiones, en 1889, 1892 y 1912. A lo más que llegó en el reconocimiento de sus colegas fue a presidenta de la sección de Literatura del Ateneo de Madrid en 1906. Alfonso XIII le concedió el título de condesa de Pardo Bazán como reconocimiento a su valor literario; en 1910 fue nombrada consejera de Instrucción Pública; en 1916 fue nombrada catedrática de literatura en la Universidad Central de Madrid.
Murió en Madrid el 12 de mayo de 1921, a los 70 años. Si hubiera nacido hombre sería reconocido como una de las primeras figuras de las literatura española del siglo XIX.
Me encantan estas revisiones que haces de las figuras femeninas, aunque me sean tan conocidas como esta que nos traes hoy aquí.
A pesar de los hombre, doña Emilia consiguió imponerse y sobresalir.