Dolores Ibárruri (Gallarta, 9 de diciembre de 1895-Madrid, 12 de noviembre de 1989) nació en una familia de arraigadas creencias religiosas hasta el punto de que de niña pensaron que se hiciera monja. La vida y su propia decisión la condujeron por otros derroteros: se hizo comunista y llegó a dirigir el partido en el exilio. Defendió el derecho de las mujeres a elegir su destino, cualquiera que fuera su condición. Fue vitoreada y vituperada hasta el paroxismo.
Hija de Antonio Ibárruri y de Juliana Gómez. Una familia de mineros en una zona minera. Enseguida destacó por su inteligencia, llegó a aprobar el curso preparatorio para acceder a la Escuela Normal de Magisterio pero las carencias económicas familiares le obligaron a abandonar los estudios y emplearse como costurera y sirvienta.
Como se esperaba de ella, el 16 de febrero de 1916 se casó con un minero, Julián Ruiz, un socialista combativo. La pareja tuvo seis hijos: Ester, Rubén, las trillizas Amagoia, Azucena y Amaya, y Eva. Amagoia murió al nacer, Eva a los tres meses, Azucena a los dos años, Ester a los tres; Rubén murió en la batalla de Stalingrado en 1942, combatiendo como teniente del ejército ruso. Solo Amaya la sobrevivió.
Alentada por el marido, empezó a leer documentos de filosofía marxista. El resultado de aquellas lectura fue el abandono de las creencias religiosas; en adelante, el marxismo sería el mecanismo de la liberación de la clase obrera. Se afilió a la agrupación socialista de Somorrostro, participó en la huelga general de 1917, acompañando a su marido. Influida aún por el triunfo de la revolución bolchevique, en la Semana Santa de 1918 escribió en la prensa obrera un artículo: El minero vizcaíno. Por la coincidencia con la festividad religiosa utilizó el seudónimo Pasionaria, que acabaría siendo su segunda naturaleza, quizá su verdadera naturaleza. El matrimonio abandonó el partido socialista en 1919, pasando al recién fundado Partido Comunista.
Dolores destacó en su actividad política en una época tan convulsa que con frecuencia esa actividad la condujo a la cárcel. En 1920 era miembro del comité provincial de Vizcaya del Partido Comunista, que al año siguiente se trasformaría en el Partido Comunista de España (PCE). En 1930 formaba parte del comité central del PCE, al año siguiente se trasladó a Madrid, se presentó a las elecciones a Cortes pero no fue elegida. Empezó a trabajar en el periódico Mundo Obrero, órgano del partido. En 1933 fue elegida presidenta de la Unión de Mujeres Antifascistas, que se acababa de crear. Julián permaneció en Vizcaya. La pareja se divorció en 1937.
En las elecciones de 1936 fue elegida diputada por Asturias; en el Parlamento desarrolló una actividad que agigantó aún más su fama, que ya entonces era enorme. En 1937 fue elegida vicepresidenta de las Cortes. Su imagen siempre vestida de oscuro, con el pelo recogido en un moño, era la plasmación de la feminidad-maternidad-abnegación. Su oratoria desnuda, directa, frecuentemente agresiva, penetraba fácilmente en las masas obreras, la mayoría iletradas. Esa misma habilidad dialéctica la convirtió en la bestia negra de las derechas y en la voz de los comunistas en el Parlamento y fuera de él.

Famosos fueron sus encontronazos verbales con el diputado José Calvo Sotelo, líder del partido Renovación Española, algunos reales y otros atribuidos. Entre estos últimos habría que incluir la frase supuestamente expresada por Ibárruri en la sesión del 16 de junio de 1936: Este hombre ha hablado por última vez. Como, efectivamente, Calvo Sotelo fue asesinado el 13 de julio, desde la derecha se creó la leyenda de que ella estaba detrás del crimen. El franquismo propaló esta leyenda y la utilizó hasta la saciedad. El 26 de febrero de 1941 el Tribunal de Responsabilidades Políticas dictó sentencia contra la dirigente comunista, que entonces se encontraba ya en el exilio. Entre las culpas que se le atribuían estaba la amenaza al líder de las derechas muerto a tiros.
El acta de aquella sesión, de un dramatismo que aún hoy estremece, no recoge tal expresión ni otra parecida en boca de Pasionaria. Calvo Sotelo, que se reclamaba fascista, había tenido una intervención insultante hacia el jefe de Gobierno, Casares Quiroga, que llevó al presidente de las Cortes, Martínez Barrio, a pedirle que retirara sus palabras “que no están toleradas no en la relación de una Cámara legislativa, sino en la relación sencilla entre caballeros”. Tras un nuevo rifirrafe, Calvo Sotelo se dirigió a Casares con la frase tantas veces repetida: “Yo digo lo que Santo Domingo de Silos contestó a un rey castellano: ‘Señor, la vida podéis quitarme, pero mas no podéis’. Y es preferible morir con gloria a vivir con vilipendio”. (Pág. 1405 del apéndice n° 45 del Diario de Sesiones, Legislatura 1936, 16 de junio).
De entre los diputados asistentes a aquella sesión, únicamente Salvador Madariaga y Josep Tarradellas recordaron tiempo después haber oído una amenaza en boca de Ibárruri, quien siempre negó haberla pronunciado. La investigación histórica ha aclarado con suficiencia la autoría de la muerte de Calvo Sotelo, a la que Pasionaria parece ajena.
Todo en Dolores está rodeado de un aura de leyenda. Otras frases que se le atribuyen: “Hijos sí, maridos, no”, “Es preferible morir de pie que vivir de rodillas”, “No pasarán” -algunas ni siquiera eran suyas- contribuyeron a convertirla en una madre dolorosa para sus seguidores y una harpía para sus detractores. Fue un símbolo de un tiempo y una manera de hacer política, idealizado en los versos de Alberti, Miguel Hernández o Neruda.
¿Quién no la quiere? No es la hermana, / la novia ni la compañera. / Es algo más: la clase obrera, / madre del sol de la mañana, escribió sobre ella Rafael Alberti. Vasca de generosos yacimientos: / encina, piedra, vida, hierba noble, / naciste para dar dirección a los vientos, / naciste para ser esposa de algún roble, le dedicó Hernández.
Mujer tan idealizada y sublimada hubo de padecer virulentos ataques del más rancio machismo cuando en 1937 se enamoró de Francisco Antón, 17 años más joven que ella, “esbelto, moreno y guapo”, en palabras de Paul Preston. Dolores se comportó en aquella ocasión no como la heroína que los hombres pretendían, sino como cualquier persona enamorada, sacó a Paco del frente y lo colocó cerca de ella.
Al término de la guerra, Antón pasó a Francia para reorganizar el partido, junto con Santiago Carrillo. Cuando el partido comunista fue ilegalizado, se le confinó en el campo francés de LeVernet, controlado por los alemanes. En agosto de 1939 Alemania y la URSS firmaron el Tratado de no Agresión; Dolores pidió a Stalin la liberación de Antón. Enrique Líster en sus memorias pone en boca del líder ruso a propósito de tal petición: “Si Julieta no puede vivir sin su Romeo, habrá que traer a Romeo”. Irene Falcón, secretaria de Ibárruri desde 1937 hasta su muerte, negaba ese gesto de debilidad de la líder carismática. Santiago Carrillo sostenía que desde la muerte de su hijo Rubén, Dolores había renunciado a tener “vida personal”. Se supone que lo que quería decir el líder comunista es que había renunciado a nuevas relaciones amorosas, pues Pasionaria siguió viviendo durante más de 40 años aún atendiendo a su vida personal, su hija y su familiar. Además de a la política, que también era su vida personal.
La relación concluyó cuando Paco Antón se enamoró de una mujer joven, Carmen Rodríguez, y se lo contó a Dolores. Inmediatamente sufrió un proceso de depuración típicamente estalinista que duró tres años. Fue enviado a Varsovia, donde trabajó en una fábrica en jornadas agotadoras. En 1964, por mediación de Santiago Carrillo, vuelve a ser readmitido en el comité central del PCE, y se traslada a vivir a Checoslovaquia. Murió en París en 1976.
A despecho de las groseras acusaciones de la derecha y de la defensa idílica de los comunistas próximos a ella, todo apunta a que también en la ruptura Dolores se comportó como cualquier mujer despechada, haciendo purgar a su amado el abandono.
Terminada la guerra civil, Dolores se exilió en la URSS. En 1942 sustituyó a José Díaz como secretaria general del PCE, cargo en el que permaneció hasta su dimisión, en 1960. Tiempos en los que el pecé era el partido por excelencia en la oposición clandestina al franquismo. Fue miembro del secretariado de la Internacional Comunista, lo que no le impidió condenar la invasión de Checoslovaquia por los tanques del Pacto de Varsovia, que acabaron con la Primavera de Praga. En 1962 publicó sus memorias, que tituló El único camino.
Los últimos años del exilio Dolores tuvo una presencia más simbólica que real en el comunismo español e internacional, sustituida por Santiago Carrillo. Pero su admirable fortaleza física aún le permitió asistir a la muerte del dictador Franco y volver a su país de nacimiento.
Sin embargo, la Pasionaria que llegó a España el 13 de mayo de 1977 nada tenía que ver con la dura, vibrante y en ocasiones explosiva Dolores de los años 30. Ni la España que dejó tenía apenas que ver con la que la recibió emocionada y la vio llegar a su escaño, del brazo de Rafael Alberti. Ibárruri había sido elegida en las primeras elecciones democráticas de 1979, también por Asturias. Para entonces, la cabeza de Dolores, con su sempiterno moño, ahora blanco, solo hilaba sus propias ensoñaciones.
Murió sin saber que tres días antes había caído el muro de Berlín y con él el sistema comunista que representaba la URSS y al que ella había dedicado su vida entera. Sus restos descansan en el cementerio civil de Madrid. En junio de 2005 fue elegida presidenta de honor a perpetuidad del ya entonces declinante PCE.
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