Delhy Tejero, pintora Sinsombrero

Delhy Tejero es una de las Sinsombrero y, como ellas, ignorada por las nuevas generaciones. Hizo lo que quiso en su vida y, como sus compañeras de generación, pagó un alto precio por ello. La guerra civil destrozó el mundo en el que trató de ser feliz, ella siguió trabajando hasta sus últimos días, en un peculiar exilio interior.

Delhy -Adela, de nombre real- nació en Toro (Zamora) el 22 de febrero de 1904, hija de Agustín Tejero y Paula Bedate, la segunda de tres hermanas. Tenía seis años cuando su madre murió de sobreparto. Fue una niña rara, se sentía artista, incomprendida y sola, en un medio cerrado, donde la religión lo controlaba todo, poco propicio para el desarrollo intelectual de las mujeres. En Toro asiste a clases de dibujo en la Fundación González Allende, que sigue los principios de la Institución Libre de Enseñanza.

Ya había publicado en la prensa local sus primeras ilustraciones y dibujos cuando en 1925 se traslada a Madrid. Su objetivo es ingresar en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde, efectivamente, entra al año siguiente y donde, entre otros, tiene como maestros a Julio Romero de Torres o a Moreno Carbonero. Madrid vive un momento de explosión artística e intelectual y ella se sumerge en ese mundo, sintiéndolo suyo. Ese año participa en una exposición colectiva en la Embajada de Cuba, que compra su primer cuadro. Empieza a colaborar en revistas importantes: Blanco y Negro, Crónica o La Esfera.

El dinero que le proporcionan las colaboraciones y las becas que obtiene le permiten ingresar en la Residencia de Señoritas de María de Maeztu, donde permanece entre 1928 y 1931, años decisivos en su vida. Allí conocerá a Alberti, Lorca, también a Clara Campoamor, Josefina Carabias, Marina Romero, que se convertirán en amigas suyas. En 1929 consigue el título de profesora de Dibujo y Bellas Artes.

Lejos del estrecho mundo de donde procede, Adela se siente una mujer libre y crea su propia imagen. Es una mujer hermosa y extravagante, se pinta las uñas de negro, se cubre con una capa también negra, fuma. Forma parte de la generación de mujeres que se están emancipando, que han tomado las calles con la naturalidad con que siempre lo hicieron ellos. Mujeres libres, modernas, autónomas: las Simsombrero. Para que la ruptura sea total, decide cambiar el nombre de Adela por Delhy, con el que pronto será reconocida.

En 1931, cuando viaja a París y Bruselas, ya es una ilustradora famosa en España, a la altura de Ribas, Penagos o Bartolozzi. Aprovecha para estudiar procedimientos industriales de pintura mural y expone en la Escuela Superior Logelain. A su vuelta es nombrada profesora interina de esta disciplina en la Escuela de Artes y Oficios de Madrid. En 1932 tiene su primer estudio en Madrid y expone su obra Castilla en la Exposición Nacional de Bellas Artes, con la que gana la tercera medalla, y al año siguiente expone en el Círculo de Bellas Artes de Madrid su primera muestra individual: murales, óleos de gran formato, dibujos de técnicas experimentales -incluida la delcomanía, cuya creación se atribuiría luego a Oscar Domínguez-, su serie de Brujas y Duendinas, que aún hoy resultan modernas. El éxito es extraordinario, la exposición tiene que ser prolongada.

Delhy ha conseguido triunfar. Los personajes de sus obras son la mayoría mujeres. Sus amigas son pintoras también famosas: Ángeles Santos, Maruja Mallo, Remedios Varo, Rosario de Velasco. Mujeres independientes. La fama de Delhy llega hasta Toro y el ayuntamiento le da su nombre a la plaza donde nació.

En 1934 pasa a dar clases de pintura mural en la Academia de Bellas Artes de San Fernando y recibe una beca para estudiar en París, de donde vuelve unos meses más tarde. El levantamiento militar de 1936 la sorprende de vacaciones en Marruecos. Cuando pretende volver ha de hacerlo por Lisboa y desde allí, por Salamanca, llega a Toro. Sorprende su exótica imagen y la creen espía. Es sometida a interrogatorio del que se salva al demostrar que conoce bien la vida de su pueblo. Ese año empezará a escribir su diario, que ella llama los cuadernines, donde vuelca sus inquietudes, lo que ha permitido conocer mejor a la mujer que se esconde tras la artista.

Tejero intenta recuperar su vida de Madrid pero tiene que permanecer en Toro. Da clases de dibujo en el instituto y realiza algunos encargos de murales en Salamanca, convertida en una de las capitales de la rebelión. Según cuenta Tania Balló en el segundo tomo de Las Sinsombrero, la propia Pilar Primo de Rivera -hermana del fundador de Falange- pretende que decore el castillo de la Mota, sede de la Sección Femenina de Falange, pero Delhy se niega. Se siente apolítica aunque profundamente republicana. Esta falta de vinculación con ningún partido político le permitió sobrevivir en el franquismo.

Acepta el encargo de decorar el Hotel Condestable de Burgos, otra de las capitales rebeldes, para conseguir dinero. Obtiene un salvoconducto para salir de España y en París visita el pabellón español de la Exposición Internacional, donde encuentra a sus antiguos compañeros. En Florencia asiste a la Escuela de Pintura Mural de San Marcos; en Pompeya se inicia en la técnica de la encáustica (que utiliza la cera como aglutinante de pigmentos).

Viaja por Italia, se instala un tiempo en Capri, donde conoce al escritor sueco Axel Munthe. Se enamora, se desenamora, siente el agobio del fascismo, pinta paisajes. En 1938 se traslada a Paris. Pero el Paris que encuentra no es ya la ciudad que conoció. Europa vive los prolegómenos de la guerra. Sigue refugiándose en la pintura mientras confía a los cuadernines sus angustias.

Se matricula en un curso de pintura en la Sorbona, conoce a Picasso y se relaciona con los exiliados españoles. También contacta con la Escuela Surrealista y Óscar Dominguez la introduce en el círculo de Breton y en el esoterismo, entonces de moda. Se enamora de Walter Bianchi, pintor italiano y con él se aficiona a la teosofía. También se encuentra con Remedios Varo, a la que ve “rojita perdida”. Ella se siente equidistante en la guerra que se desarrolla en España, que considera un enfrentamiento fraticida. “Muchas veces tengo miedo hasta de mí, muchas pienso que si yo soy de la misma raza, si llevo sangre española y esto me llena de terror; me observo todas las mañanas, ¿pero no tendré yo instintos criminales?”, escribirá en su cuadernín.

En marzo de 1939 participa en la exposición colectiva «Le rêve dans l’art et la litterature», en la Galería Contemporánea de París, con Francisco Bores, Óscar Domínguez, Marc Chagall, Cocteau, Max Jacob, Paul Klee, Man Ray, Joan Miró, y Remedios Varo. Más tarde destruirá la mayor parte de su obra surrealista.

En agosto de 1939 vuelve a España, que tampoco es ya el país que ella vivió. Se instala en un estudio en el edificio del Palacio de la Prensa de Madrid. Todos sus amigos están en el exilio. Aunque no parece que sufra represión política en el nuevo régimen, es expedientada por haber abandonado el trabajo durante la guerra y, finalmente, el Ministerio de Educación suprime la cátedra de pintura mural de la Escuela de Artes y Oficios. No puede dar clases pero no le faltan encargos de murales: para un comedor infantil en El Pardo, una iglesia del Plantío, un oratorio en Aranjuez, uno para el cine del Palacio de la Prensa, más tarde otro para el ayuntamiento de Zamora y, ya en 1949, uno más para la sede del Banco Popular Español, en la calle Alcalá de Madrid.

En ese tiempo toma contacto con un grupo religioso del que forma parte Lilí Álvarez, deportista famosa, y el agustino César Vaca. Por indicación suya destruirá los cuadros que considera carnales. Finalmente, abandonará el grupo integrista, lo que se apreciará en su pintura, que retoma la corporalidad figurativa. Son años de éxito profesional y experimentación. “Pinto con ilusión lo que la gente ha definido con varios nombres: figurativa, abstracto, pop-art, ismos, realismo mágico…, sabiendo que todo es figurativo. No se inventa nada, todo está en este mundo. Todo es barajar y anacronismo”, escribirá por entonces. Expone en el Museo de Arte Moderno y obtiene una medalla de ilustración de libros.

En 1953 participa en la primera exposición de arte abstracto en Santander, con Saura, Miralles, la vanguardia del momento, entre quienes ella es la única mujer. Profundiza en el informalismo y experimenta con distintas técnicas. Expone en la Bienal de La Habana, junto a Vázquez Díaz, Benjamín Palencia o Pablo Gargallo. En 1955 mostrará su última exposición individual en la Dirección General de Bellas Artes. Camón Aznar o Lafuente Ferrari le dedican críticas elogiosas.

Aún pintará varios retablos en pueblos nuevos del Instituto de Colonización en Almería, Huelva, Badajoz o Jaén, de inspiración bizantina o realizadas en planos constructivistas. Un infarto de miocardio, a finales de los años cincuenta, y una progresiva ceguera, irán apartándola de la vida social. No quiere que los demás vean su decadencia. Esta es la razón por la que en el mural de la Tabacalera de Sevilla utilice el lienzo.

En 1966 viaja a París para comprobar si había muerto el grupo surrealista al que ella había pertenecido y para sustituir los frescos con motivos pompeyanos que había realizado en los años 30. No lo consigue y tampoco logra identificar el París que había conocido. Vuelve a Madrid, donde sigue trabajando y experimentando hasta el último aliento. Sus cuentos, ilustrados por ella, son publicados en ABC y Ya. Muere el 10 de octubre de 1968, en un día sin sol, como a ella le gustaban. Sus restos reposan en Toro.

En 1971 su familia abrió una casa museo de la pintora en su Toro natal y en los años siguientes instituciones públicas y privadas le dedicaron frecuentes homenajes. (Su familia mantiene una web dedicada a su memoria, de donde he extraído las imágenes que acompañan el texto, que bien vale una visita). A pesar de lo cual, una tiene la sensación de que Delhy Tejero, tan moderna, tan experimentadora, sigue siendo desconocida para las nuevas generaciones

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