Cléo de Merode, la belleza

Cléopatre-Diane de Mérode, conocida en el mundo artístico como Cléo de Mérode (París, 27 de septiembre de 1875-17 de octubre de 1966) fue una mujer culta, educada y discreta, una bailarina francesa que triunfó primero en el Folies Bergère y en la Ópera de Paris y luego paseó su triunfo en todo el mundo pero fue su extraordinaria belleza lo que la convirtió en inspiración de artistas y figura de leyenda.

En 1986 el periódico L’Illustration convocó un concurso entre sus lectores quienes debían elegir a la más hermosa entre 131 famosas fotografiadas, las mujeres más guapas de final de siglo, incluida Sarah Bernhardt, que entonces tenía más de 50 años. Cléo fue elegida Reina de la Belleza.

Cléo de Mérode. Giovani Boldini

Fotógrafos, pintores y escultores pugnaban por tenerla como modelo. Alexandre Falguière esculpió La Danseuse, desnudo en mármol, a partir de un posado de Cléo para un busto. Degas se inspiró en ella para algunas de sus bailarinas. Toulouse-Lautrec, Benedito, Boldini… la plasmaron en sus lienzos. La fotografiaron Nadar y Reutlinger. Su rostro y su cuerpo, su sensual cabellera ondulada siempre ocultando sus orejas, reproducidos en miles de tarjetas, dieron la vuelta al mundo. Desde el 19 de septiembre y hasta el 12 de enero el retrato realizado por Boldini ocupa un lugar destacado en el exposición que puede verse en la sala de la Fundación Mapfre de Madrid.

Como en todas las figuras convertidas en icono, su historia está trufada de verdades, medias verdades y mentiras. Difícil determinar qué hay de cierto en sus supuestos amores. Se sabe que la pretendieron hombres poderosos: el pintor Gustav Klimt, el arquitecto Adolf Loos, el empresario Randolph Hearst y hasta el rey Leopoldo II de Bélgica, amores que ella siempre negó y que le valdría el apodo de Cleopold.

Se sabe también que de joven tuvo amores con un conde francés, con el que no pudo casarse por la barrera que suponía su profesión. En 1906, durante una gira por España conoció al aristócrata, diplomático y escultor Luis de Périnat, que tuvo entre sus discípulos a Sebastián Miranda. Con él vivió un romance durante una década.

Foografía de Cecil Beaton en la revista Vogue.

Ella, que siempre quiso ser considerada por su arte como bailarina, tuvo en su hermosura su principal rival. De poco le sirvió que se negara sistemáticamente a bailar semidesnuda, que su repertorio de ballet clásico se ampliara con otras danzas: pavanas, jotas, etc, que reivindicara su profesionalidad, la leyenda atropelló sus deseos. En 1950 ganó la demanda contra Simone de Beavoir, que la había incluido en el capítulo de Prostitutas y Hetairas en su libro El segundo sexo. Tenía 89 años cuando fue fotografiada por Cecil Beaton para la revista Vogue. Para entonces hacía décadas que vivía retirada entre Biarritz y París. Tenía 91 años cuando murió, fue enterrada en el cementerio Père-Lachaise. Sobre su tumba se colocó la escultura que le había dedicado Luis de Periñat.

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