Solo con su onomástica se puede elaborar una letanía mientras que siguiendo sus 56 títulos nobiliarios se recorrería buena parte de la geografía española. María Teresa Cayetana de Silva (Madrid, 10 de junio de 1762-23 de julio de 1802) es una de las tres mujeres más influyentes en las últimas décadas del siglo XVIII y la frontera del XIX. Ella hizo uso de la libertad que le permitía su posición privilegiada y favoreció a los artistas del momento.

Hija única de Francisco de Paula de Silva y Álvarez de Toledo, heredero del ducado de Alba, y de María del Pilar Ana de Silva-Bazán, tenía ocho años cuando quedó huérfana de padre, haciéndose cargo de su educación su abuelo paterno y su madre.

A los once años se acordó su matrimonio con su primo, José de Toledo y Gonzaga, enlace que se celebraría el 15 de enero de 1775. La intención del abuelo paterno era unir los títulos de nobleza más influyentes, los ducados de Alba de Tormes y de Medina Sidonia, que aportarían cada contrayente. El empeño quedó frustrado pues la pareja no tuvo descendencia.
En la misma fecha y en el mismo lugar -una capilla aneja a la madrileña iglesia de San Ginés- su madre contraía matrimonio con Joaquín Atanasio Pignatelli, conde de Fuentes. Pignatelli murió al año siguiente y la madre casó de nuevo en 1778 con el duque de Arcos, Antonio Ponce de León.
La joven pareja mandó reconstruir el palacio de Buenavista -actual Cuartel del Ejército, en la plaza de Cibeles- que la Casa de Alba había comprado a la Casa Real. Alternó estancias en esta residencia, en el palacio de la Moncloa y en su palacio de Piedrahita (Ávila), por cuyos salones pasó la flor y nata de la cultura, la política, las artes y el famoseo de la época, del escritor Ramón de la Cruz a la actriz La Tirana, del político Jovellanos al pintor Francisco de Goya.

A los catorce años heredó el ducado de Alba, que por segunda vez recaía en una mujer. Antes lo había heredado su abuela, María Teresa Álvarez de Toledo y Haro, primera mujer Grande de España por derecho propio. Cayetana enviudó en 1796, cuando contaba treinta y cuatro años.
Es creencia admitida que la duquesa compitió en influencia y mecenazgo con la propia reina María Luisa y con la duquesa de Osuna. No solo en influencia. En los libelos que circularon contra la reina se afirma que María Luisa y Cayetana compartieron amores con Juan Pignatelli, hermanastro de la de Alba. Lo que es seguro es que el valido Manuel Godoy detestaba a la duquesa. “La de Alba y todos sus secuaces deberían estar sepultados en el abismo”, dejó escrito, en documento que se conserva en el Archivo Histórico Nacional. Empero, los motivos de esta enemistad más parecen de índole política que sentimental pues el duque participó en alguna de las intrigas contra el ministro.
Cayetana fue una mujer rica, hermosa, libre y una figura popular. La leyenda se apoderó de ella. Una versión de esa leyenda es que mantuvo una relación amorosa con Goya. Es cierto que el pintor pasó largas temporadas acogido a la hospitalidad de los Alba primero, y de la duquesa, después de la muerte de su marido. Goya la retrató repetidamente, como retrató a María Luisa, a la duquesa de Osuna y a muchos de los nobles de aquella corte.
Se contaba de ella que gustaba de relacionarse con toreros y hombres de baja condición social, que gustaba salir de noche y mezclarse en diversiones poco acordes con su condición de Grande de España. Como era normal entre los nobles, derrochó sin medida en caprichos y gestos ostentosos.
En su enfrentamiento con María Luisa se le atribuye haber hecho vestir a sus sirvientas con un modelo de traje copiado a la reina. Esta, por su parte, dejó correr la especie de que la duquesa había mantenido relaciones y luego había sido rechazada por Godoy.
Menos verosimilitud tiene la especie de que Cayetana fuera la modelo de las majas pintadas por Goya, a quien investigaciones más recientes identifican como Pepita Tudó, amante y luego esposa de Godoy.
La duquesa murió en su palacio el 23 de julio de 1802, extendiéndose el rumor de que había sido envenenada. El rey mandó investigarlo sin que se encontraran indicios criminales. Investigaciones realizadas en 1949 concluyeron que la causa de la muerte fue una meningo-encefalitis.
Fue enterrada en la iglesia de los jesuitas de la calle Noviciado de Madrid y, tras la exclaustración de los jesuitas, en 1842 sus restos fueron trasladados a la Sacramental de San Isidro de Madrid. Entonces se descubrió que el cadáver había sido mutilado: le faltaba un pie y las piernas aparecían serradas, parece que para acomodar el cuerpo en el ataúd.

No tuvo hijos en su matrimonio y en los últimos años adoptó una niña negra, Maria de la Luz. Desaparecidos ambos cónyuges, los títulos correspondientes a los Álvarez de Toledo pasaron al hermano del duque, Francisco de Borja Álvarez de Toledo, en tanto que los de la Casa de Alba pasaron a un sobrino nieto del abuelo Alba, Carlos Miguel Fitz-James Stuart y Silva, duque de Berwick y de Liria.

En su testamento Cayetana legó sus bienes a Carlos Pignatelli, a María de la Luz, la niña adoptada, a Javier de Goya y Bayeu, hijo del pintor, a sus colaboradores y empleados de confianza. La familia Fitz-James recurrió la voluntad de la duquesa y, tras un largo proceso, acabó recibiendo únicamente una treintena de cuadros.
Los Alba pasaron a residir en el Palacio de Liria, que era propiedad de los nuevos herederos Berwick. Los enemigos de Cayetana aprovecharon para ajustar cuentas. La Moncloa fue expropiada por Carlos IV y convertida en Real Sitio de la Florida -actual presidencia del Gobierno- y el palacio de Buenavista pasó a propiedad de Godoy con alguno de los mejores lienzos que albergaba, la Venus del espejo de Velázquez, entre ellos.
De las tres mujeres que reinaron en los salones literarios de su tiempo, Cayetana era la más joven y la primera en morir. Probablemente, la más popular. Desde entonces, su leyenda no ha dejado de acrecentarse y alimentar la imaginación de escritores.
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