Victoria Carolina Coronado y Romero de Tejada (Almendrajejo, Badajoz, 12 diciembre de 1820-Lisboa, 15 de enero de 1911) nació en una familia acomodada y de tendencia progresista pero recibió la formación que se suponía necesitaba una señorita de su clase social: labores, música…
Así que resultó una autodidacta inteligente que suplió con lectura -Garcilaso, Santa Teresa, Fray Luis de León, San Juan de la Cruz- y aplicación las carencias académicas que padecían las jóvenes del siglo XIX, orientadas exclusivamente a mantenerse en el ámbito familiar. Aprendió por sí misma francés e italiano para poder leer a los autores -Lamartine, Petrarca- en su lengua original. Tocaba con destreza el piano y el arpa.
Se inició en la literatura con sus versos, luchando contra la opinión familiar. Por entonces no estaba bien visto que una joven de buena familia se dedicara a la escritura y, por extensión, a ninguna actividad remunerada. Ni siquiera su salud enclenque -tan acorde con el romanticismo de su siglo- le alejaron de su vocación. La literatura fue su fortaleza.
Pronto demostró su capacidad para la poesía. Tenía diez años cuando empezó a escribir versos a tono con el espíritu romántico de su tiempo, alimentado además por su naturaleza enfermiza. Fue comparada con Rosalía de Castro y Gustavo Adolfo Bécquer, coetáneos suyos. Aunque es conocida sobre todo por su obra lírica, escribió numerosas novelas y ensayos y aún se atrevió con alguna pieza teatral.
Contaba 32 años cuando contrajo matrimonio con Justo Horacio Perry, diplomático norteamericano, con quien tuvo un hijo -Carlos Horacio, que murió al año- y dos hijas -Carolina, fallecida con 16 años, y Matilde-. En 1855, un año después de la muerte de su hijo, la retrató Federico Madrazo, enlutada y doliente pero hermosa, lienzo que puede contemplarse en el Museo del Prado.
Compaginaba sus inclinaciones revolucionarias y su amistad con la reina Isabel II, sus fervores sociales y su lujosa vida en la corte. Su belleza y su inteligencia le valieron la admiración de los intelectuales que acudían a las tertulias literarias y políticas que organizaba el matrimonio Coronado-Perry en su palacete madrileño.
Contraria a la esclavitud, fue una de las dirigentes de la Sociedad Abolicionista de Madrid, en la que también militaba Concepción Arenal. Sus versos A la abolición de la esclavitud en Cuba, declamados en público el 14 de octubre de 1868, provocaron un escándalo político. Sus ideas revolucionarias le valieron alguna censura a pesar de lo cual consiguió publicar sus obras en la prensa.
Justo es reconocer que tuvo valiosos apoyos. Juan Eugenio Harztenbusch fue su maestro e impulsor, dirigió su trabajo y prologó su libro de poesía, que ella le dedicó. La Biblioteca Nacional guarda una colección de cartas escritas entre 1840 y 1849 que expresan no solo las inquietudes de la poetisa sino las limitaciones que las costumbres de la época imponían a las mujeres.
Bretón de los Herreros, Donoso Cortés, Martínez de la Rosa, le apoyaron igualmente, le dedicaron sus versos y le hicieron buenas críticas. Unas y otros le abrieron las puertas del Liceo Artístico y Literario de Madrid y la introdujeron entre los escritores de su tiempo. Ferrer del Río la situaba “al frente de las poetisas españolas”.
Efectivamente, Carolina Coronado fue la más conocida y la impulsora de algunas de las escritoras reunidas en un grupo conocido como la Hermandad lírica que tenían el nexo común de haber nacido en torno a 1820, pertenecer a la clase acomodada y ser autodidactas: Amalia Fenollosa, Manuela Cambronero, Josefa Massanés, Ángela Grassi, Gertrudis Gómez de Avellaneda, entre ellas. “Enlazan sus raíces / a la planta compañera, / y viven en la ribera / sosteniéndose entre sí”, escribió Coronado en Flor de agua sobre esta colaboración femenina.
La mayoría de estas escritoras consiguieron publicar sus obras en el suplemento de la revista El Genio, de Víctor Balaguer. El pensil del Bello Sexo, que así se llamaba el suplemento, puede considerarse la primera antología de escritoras españolas.
La Hermandad fue una red de apoyo para abrirse hueco en un mundo masculino, que miraba con recelo a las mujeres que pretendían dedicarse a la escritura, una tarea considerada exclusivamente masculina. En una época revolucionaria, incluso quienes decían profesar ideas progresistas y reclamar la libertad miraban con reticencia la actividad de las mujeres fuera del hogar. “¡Libertad! ¿qué nos importa? / ¿qué ganamos, qué tendremos? / ¿un encierro por tribuna / y una aguja por derecho?”, se quejaba Carolina en su poema Libertad en 1852.
No solo por su obra, también su vida responde al modelo de escritora romántica. Sufría ataques de catalepsia que le provocaban muertes aparentes, alguna de las cuales fue tomada como real y publicada su necrológica en la prensa. En 1848 sufrió una parálisis parcial que aconsejó su traslado a Madrid para recibir tratamiento.
Carolina y su marido viajaron con frecuencia al extranjero y hacia 1870, después de la Revolución de 1868, la familia se traslado a Portugal, asentándose en el palacio de Mitra, en Pozo do Bispo, cerca de Lisboa. Allí falleció Horacio Perry en 1891.
Carolina tuvo una relación peculiar con el más allá. Vivió siempre con el temor de que ser enterrada viva en uno de sus ataques. Tuvo la premonición de la muerte de su hija y, cuando falleció su marido, se opuso a su enterramiento, mandó embalsamar el cadáver y siguió refiriéndose a él como el silencioso o el hombre de arriba.
El 15 de enero de 1911 la muerte, que tantas veces había ensayado su visita, acudió finalmente a buscar a la escritora. Carolina Coronado descansa en el cementerio de Badajoz.
Obras: Lírica: Poesías (recopilación, prologada por Hartzenbusch). Novela: La Sigea, El bonete de San Ramón, Jarilla, Paquita. Ensayo: Galería de poetisas contemporáneas, España y Napoleón, Primer paralelo: Safo y Santa Teresa, Los genios gemelos, Anales del Tajo. Teatro: El cuadro de la Esperanza (la única estrenada), Alfonso IV de León, Un alcalde de monterilla, El divino Figueroa.
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