Cuando se menciona a Carmen Baroja y Nessi (Pamplona, 10 diciembre 1883-Madrid, 4 junio 1950) inmediatamente se añade que fue hermana del escritor Pío y del pintor Ricardo, madre del antropólogo Julio y del escritor Pío Caro Baroja, como si se tratara de un parásito que se nutre de la fama ajena. Empero, Carmen fue una mujer con inquietudes personales, que trató de tener una vida autónoma, que fue limitada por su familia y, si se rindió a la realidad, quiso dejar constancia de su existencia en un libro peculiar: Recuerdos de una mujer de la Generación del 98.

Carmen nació en una familia burguesa de ideología liberal y anticarlista, con un profundo concepto de clan; su madre, Carmen Nessi, su padre, Serafín Baroja. Ella fue la última y la única chica de los cuatro hijos que tuvo el matrimonio: Darío, muerto aún joven, Ricardo y Pío, once años mayor que ella. Después de una infancia itinerante -Pamplona, Valencia, Burjasot, Cestona, San Sebastián-, por causa de la profesión paterna -ingeniero de minas-, la familia recaló en Madrid aunque siempre tuvo como su hogar la casona de Vera de Bidasoa, Itzea,adquirida por Pío Baroja. Su padre inculcó a Carmen la afición a la música, recibió clases de solfeo y piano, también de francés.
Llegan a Madrid en 1898 para cuidar de su tía Juana Nessi, propietaria de la panadería Viena Capellanes, lo que obliga a los hermanos Pío y Ricardo, más bohemios que empresarios, a hacerse cargo del negocio. Es una época en la que Ricardo, Pío y Carmen comparten aficiones y diversiones: lecturas, el teatro, la ópera, visita a exposiciones, excursiones. Juntos hacen nuevos amigos, artistas y literatos: Valle Inclán, Azorín, Enrique Díez-Canedo, Enrique de Mesa, luego, Manuel Azaña, Cipriano de Rivas Cherif, Corpus Barga…
Todos ellos acuden también a casa de los Baroja, donde el padre gusta de organizar conciertos en los que él toca el chelo y Carmen, el piano. El programa incluía una primera parte de autores clásicos -excepto Chopin, odiado por Pío- y una segunda de música vasca. La Sonata a Kreutzer de Beethoven se convierte en una suerte de himno familiar.
Cuando Carmen alcanza la edad considerada casadera, la madre le urge a que contraiga matrimonio, pero ella se resiste, quiere una vida como la de sus hermanos: tener una profesión o un oficio que le permita independizarse y “andar libre, sin dedicarse a a la vergonzosa caza del novio”. Entre esas disyuntivas se debatió Carmen durante la mayor parte de su vida, resultando casi siempre derrotada, lo que hizo de ella una joven triste y pesimista.
“Mi madre me acostumbró desde pequeña, sin violencia, y acaso yo era muy a propósito, para sentir la idea del deber. Mis hermanos y luego mi marido lo aceptaban. La moral de mi casa, muy a la española, era por demás rígida para mí en cosas pueriles y sin importancia, y muy laxa para mis hermanos en cosas que yo, ya entonces, consideraba importantes. Luego, después de casada, esta moral todavía se acentuó más y ya no tuve derecho más que a hacer mis labores domésticas y llevar la carga de muchísimas cosas. Lo que pudiera hacer fuera de esto o de ahorrar molestias y trabajos a los demás era como robar algo a mis deberes de mujer de su casa. Según mi familia no tenía derecho a nada más o acaso yo lo pensaba”, escribió en sus memorias.
En 1902 contrajo el tifus, enfermedad en la que fue asistida por su hermano Pío, que era médico, quien narraría esta experiencia en su obra El árbol de la ciencia. Para ayudar a la convalecencia, en el verano de 1903 Pío y Carmen se trasladaron a El Paular, en la sierra madrileña, donde encontraron a un grupo de escritores, pedagogos, naturalistas y artistas: Ramón Menéndez Pidal y María Goyri; José Ibáñez Martín y Carmen Gallardo; los Troyano de los Ríos, y otros más. Allí descubrió Carmen un modelo de mujer acorde con sus aspiraciones.
De vuelta a Madrid, Carmen empezó a estudiar en los libros de su hermano Ricardo, empeñada en hacerse orfebre. En 1906, con la complicidad de su padre, viaja a París con su hermano Pío. Se alojan en una pensión para estudiantes, la mayoría mujeres, dirigida por madame Paulhan, madre del escritor Jean Paulhan, donde Carmen conoció a universitarias de muy distinta procedencia, estudiantes de Bellas Artes, Derecho, Filosofía o Medicina. No se conoce bien qué hizo Carmen en París. Amparo Hurtado, que ha recuperado su autobiografía, aventura que pudo hacer algún curso de Bellas Artes. Lo que es seguro es que allí hizo una arqueta de metal, que frecuentaba el museo de Cluny y que tomó abundantes apuntes y notas.
Ya en Madrid de nuevo, se instaló en el taller de su hermano Ricardo y empezó a trabajar el metal y los esmaltes. En 1908 ganó la tercera medalla en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes con una arqueta de cobre y en 1910, una lámpara de hojas caladas –Phara coronata, la llamó- ganó una segunda medalla. Siguió trabajando hasta 1912, obteniendo buenas críticas por su trabajo.
Ese año muere Serafín, el patriarca de los Baroja y el único alegre de la familia. Carmen, tan reacia al matrimonio, en 1913 se casa con Rafael Caro Raggio, empleado de Correos, pero con aficiones artísticas, razón por la que frecuentaba el taller de los Baroja. Ambos aspiran a disponer de taller propio; durante catorce años Carmen se tomará un paréntesis profesional, absorbida por sus circunstancias familiares.
En 1918 Rafael funda la Editorial Caro Raggio, dedicada a publicar novela francesa y libros de ciencias esotéricas y especialmente las obras de Pío y Ricardo Baroja y de Azorín, amigo de los escritores. En este paréntesis familiar Carmen y Rafael tuvieron cuatro hijos: Julio, Ricardo -muerto a los cuatro años-, Carmen -que moriría antes de cumplir los dos años- y Pío.
En 1926 vuelve a la vida social: participa en la creación de la compañía de teatro El Mirlo Blanco y en la fundación de la primera asociación española feminista y cultural, el Lyceum Club Femenino, llamado a convertirse en el caldo de cultivo de la modernidad entre las mujeres burguesas, dramáticamente clausurado por el pronunciamiento militar de 1936.
El Mirlo Blanco nace el 2 de noviembre de 1925, cuando los tertulianos que se reúnen en casa de Ricardo Baroja -casado ya con Carmen Monné- deciden representar Don Juan Tenorio de Zorrilla. Entre esos tertulianos figuran Valle Inclán -en el papel de Brígida-, Azaña o Rivas Cherif, que dirige la obra. La idea cuaja como proyecto colectivo: Monné es directora general y tramoyista, Rivas Cherif, director artístico; los hermanos Baroja escriben obras para la escena: Pío: Arlequín, mancebo de botica; Ricardo: Marinos Vascos; y Carmen: La mère Michel. Se representa también Ligazón, de Valle Inclán; El viajero, de Claudio de la Torre; o Eva y Adán de Edgar Neville. Hasta el pequeño Julio Caro ayuda a su tío Ricardo con los decorados. Solo la abuela, Carmen Nessi, y el padre, Rafael Caro, se mantienen al margen del proyecto. El Mirlo Blanco gozará de éxito de público y de buena crítica teatral. Memorias íntimas de un teatro de cámara, escribió Carmen en La Gaceta Literaria en abril de 1927 tras la última representación.
Algunas de las mujeres que frecuentaban el grupo de teatro: Isabel Oyarzábal -conocida como Ella Palencia- escritora y traductora, Magda Donato, periodista y autora de teatro, Carmen de Juan, maestra del Instituto Escuela, Josefina Blanco, actriz, ahora casada con Valle Inclán, volverían a encontrarse en abril de 1926 para impulsar un club siguiendo el tipo británico, un centro cultural que les sirviera de plataforma feminista. María de Maeztu convocó y presidió la asamblea fundacional del club, formado exclusivamente por mujeres y sostenido por sus medios, bautizado como Lyceum Club Femenino, que registró 115 socias fundadoras, Carmen Baroja entre ellas.

El Lyceum tuvo su sede en la llamada Casa de las Siete Chimeneas, en la actual Plaza del Rey madrileña. Asombra adentrarse en las actividades del club, mencionar a las mujeres que formaron parte del mismo o colaboraron con él, teniendo en cuenta que en 1926 las mujeres españolas carecían de capacidad legal para obrar o para disponer de dinero. Fue una auténtica revolución, pronto combatida desde instancias conservadoras, especialmente eclesiásticas, que calificaban a las socias de criminales.
Ellas, entretanto, debatían sobre las leyes que mantenían sometidas a las mujeres, al tiempo que iniciaban la discusión sobre el sufragio femenino. Hay que tener en cuenta que socias del club eran tanto Clara Campoamor, como Victoria Kent, que años después se enfrentarían en la defensa y el rechazo del sufragio en el parlamento. Se crearon seis secciones: social, de música, de artes plásticas e industriales –dirigida por Carmen Baroja-, de literatura, de ciencias e internacional. Organizaron cursos de derecho civil y político y formaron comisiones dirigidas por abogadas profesionales, para estudiar la reforma de los Códigos Civil y Penal, cuyas conclusiones fueron trasladadas al gobierno, como “el mínimum de los derechos humanos”.

Seis meses después de su fundación el club había triplicado el número de asociadas. Se realizaron cursillos, seminarios, conciertos, conferencias, en las que participaron científicos, intelectuales y artistas. La confluencia de aquellas mujeres burguesas cultas, con ideas de progreso -María de Maeztu, Isabel Oyarzábal, Victoria Kent, Zenobia Camprubí, María Martos, Rosario Lacy, Helen Phipps, Amalia Galarraga, Pilar Zubiarre, Mabel Rick, Trudy Graa, Elena Fortún, Eulalia Lapresta, Aurora Lanzarote y tantas otras- supuso una auténtica explosión de creatividad, de energía, de anhelo de transformación social. También un modelo para otras mujeres deseosas de escapar de su inactividad forzosa. “Las mujeres no encontraron un centro de unión hasta que apareció el Lyceum Club”, escribió María Teresa León en su Memoria de la melancolía. Carmen acabó dándose de baja del Lyceum cuando creyó que “se iba haciendo demasiado político (…) era el comunismo más snob”.
Ahí estaba, pues, Carmen Baroja, embarazada de su último hijo -Pío Caro Baroja- y decidida a recuperar su actividad fuera del ámbito doméstico, a volver a escribir. Así lo hizo, no sin dificultad, pues tuvo que luchar contra la oposición de su madre y de su marido. Si hubiera tenido medios propios, en alguna ocasión hubiera agarrado a mis hijos y me hubiera marchado, pero no tuve nunca medios, ni serví para ganar nada por falta de preparación, ni tuve coraje para intentarlo, ni de soltera, ni de casada. Probablemente, ha sido mejor”, escribiría años después. A través del Lyceum contactó con Luis de Hoyos, catedrático de Etnografía, Folclore y Artes Populares de la Universidad de Madrid, que dirigía la catalogación de piezas para el Museo Histórico Textil, a cuyo trabajo se incorporó Carmen, lo que le permitió recuperar la orfebrería y las artes decorativas, ahora como historiadora.
En 1931 se produjo una ruptura en la siempre sólida relación familiar. Pío y Ricardo Baroja fichan por la editorial Espasa Calpe, lo que significa que abandonan la pequeña editorial Caro Raggio, dejándola sin su principal fondo, con gran disgusto del matrimonio Caro Baroja. Al tiempo, Pío y Ricardo declaraban públicamente su desconfianza con los políticos de la recién estrenada República, lo que disgustó a Manuel Azaña y Cipriano Rivas, que se enemistaron con los tres hermanos.
Carmen se enfrasca en su trabajo y en 1933 publica El encaje en España. Era su primer estudio, en el que analiza la industria encajera como fuente de economía femenina y estudia la situación laboral de las encajeras. En 1934 es nombrada miembro del comité ejecutivo del Patronato del Pueblo Español, presidido por Gregorio Marañón, y sigue recopilando material para un estudio sobre pensamiento mágico-religioso.

En septiembre de 1935 muere Carmen Nessi, lo que convierte a su hija en la matriarca -la etxecoandre– de los Baroja. Estando ella y sus hijos en Itzea se produce el levantamiento militar de 1936. Allí pasarían la guerra, con su hermano Ricardo y su cuñada. Pío huye a Francia y su marido queda en Madrid, incomunicado. La casa familiar de la calle Mendizábal es destruida por las bombas, desapareciendo con ella los manuscritos, libros, cuadros y toda la maquinaria de la editorial. Carmen se refugia de tanto desastre en la literatura. Escribe para su hijo Pío –el Chico– un relato de ficción: Martinito, el de la Casa Grande, en el que el protagonista es un duende que protege a la familia de la casa de Itzea. Un mundo mágico en el que se mezclan mitos y leyendas vascas con elementos folclóricos.
Finalizada la guerra, vuelve de nuevo a Madrid, reunidos ya con Rafael y con su hermano Pío, que ha retornado de Francia. Rafael Caro muere en enero de 1943. Carmen sigue escribiendo, colabora con el diario La Nación de Buenos Aires, y trabajando en el Museo del Pueblo Español, lejos de la vida social, en su personal exilio interior. Escribió algunas adaptaciones al cine de las obras de Pío, como Las noches del Buen Retiro. En 1945 publicó el Catálogo de la colección de amuletos y en 1948 los dos volúmenes del Catálogo de la colección de pendientes. En este tiempo coincide con su hijo Julio, que dirige el museo. Muere en Madrid el 4 de junio de 1950 después de dar a la editorial su último libro Amuletos mágicos y joyas populares, que finalmente quedó inédito.
Entre 1943 y 1946 había escribió sus memorias que ella tituló Recuerdos de una mujer de la generación del 98. Un escrito que a su muerte quedó olvidada en Itzea. De allí lo rescató la filóloga Amparo Hurtado quien, tras organizar los folios dispersos, consiguió que se publicara en 1998. Las memorias retratan, en un lenguaje directo no exento de fina ironía, la situación de las mujeres a comienzos del siglo XX, las esperanzas de cambio que supuso el feminismo, la demolición de todo avance durante la dictadura. Relatan también la existencia de una mujer atrapada entre sus aspiraciones de independencia y la realidad familiar. “Yo hubiera querido trabajar para ser un poco independiente, pero no supe o no pude hacerlo”, confiesa.
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