Si visitas la galería de los Uffici comprobarás que uno de los puntos de atracción, donde indefectiblemente se amontonan los visitantes de cualquier procedencia, es el díptico de los duques de Urbino, retratados por Piero della Francesca de perfil, para expresar su poderío. Las guías se extienden sobre la figura del caballero, Federico de Montefeltro -que posa por su lado bueno, evitando la enorme cicatriz de su nariz y la falta del ojo derecho, testigos de sus peleas dentro y fuera del campo de batalla- y pasan de largo de la esposa, Battista Sforza. Un segundo de atención.
Battista era hija de Alessandro Sorza. Por la temprana muerte de sus padres fue educada en la corte de su tío Francesco Sforza, duque de Milán, todo un tipo en su época. Recibió una educación humanista: hablaba latín y griego fluidamente, lo que se entiende por una mujer culta.
Su tío arregló su matrimonio con el duque de Urbino, que podía ser su padre pues era 24 años mayor que ella, entonces -1460- una adolescente de 14 años. Pese a todo, ambos se entendieron bien. Federico la consideraba una consejera eficaz y ella ejerció la regencia en ausencia de su marido. Tuvo seis hijas, a las que proporcionó una sólida formación. Una de sus nietas, Vittoria Colonna, resultó una poetisa. Murió a los 26 años, poco después de dar a luz a su único hijo. Della Francesca debió pintar de memoria pues se trata de un retrato póstumo.