Antonia Mercé y Luque (Buenos Aires, Argentina, 4 de septiembre de 1890-Bayona, Francia, 18 de julio de 1936) fue bailarina y coreógrafa de danza española, renovadora de un género hasta entonces recluido en las varietés y los cafés-concierto, que ella trasladó a los grandes teatros y acompañó con partituras de los músicos más importantes de su tiempo.
A los diez años la niña ya actuaba en público y a los once formaba parte del cuerpo de baile del Teatro Real. Tenía quince años cuando empezó a bailar en funciones de variedades de los pequeños teatros y cafés y amenizando los intermedios en las proyecciones de cine mudo, acompañándose del toque de castañuelas, del que llegó a ser una virtuosa. A los diecisiete tomó el nombre artístico de La Bella Argentina, en una actuación en el cine El Brillante, de Cartagena.

En 1910 debuta en París, donde se presenta como Reina de las Castañuelas. Enseguida pasa al Moulin Rouge con la opereta L’amour en Espagne, de Quinito Valverde. De París parte en una gira europea en la que presenta sus coreografías de bailes populares: bolero, fandango, zapateado, vito o seguidillas, introduciendo música de compositoroes congrados y acompañada de un concertista al piano. De triunfo en triunfo, fue aplaudida en Burdeos, Bolonia, Bruselas, Londres, Colonia o Lieja, como en Sevilla y Madrid. En el Olimpia de París (1912) estrenó La rosa de Granada, también de Quinito Valverde, y en Montecarlo, el ballet La bella sevillana y luego Spada, con música de Jules Massenet.
Para entonces ya había ido transformando su estilo de baile, acercándolo al flamenco, influida por los bailaores de la época, tales como Lolilla la Flamenca, María la Bella, La Malagueñita, Realito, Faico y Antonio el de Bilbao, con quienes en 1914 había actuado en el Alhambra Theatre de Londres con el espectáculo El embrujo de Sevilla. Por sugerencia de Manuel de Falla acudió a Granada para conocer a los gitanos del Sacromonte y sus bailes flamencos, en los que se inspiró para interpretar La danza del fuego, del mismo compositor.
Ya en Madrid, actuó ante los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia, con un recital de danzas. Sus éxitos profesionales y su inquietud cultural le granjearon la amistad de algunos intelectuales españoles, entre ellos Jacinto Benavente, Julio Romero de Torres, Santiago Rusiñol, Fernández Arbós, Rosario Pino, Zuloaga, Manuel Machado, Rafael de Penagos, Sebastián Miranda o Valle-Inclán, quien declararía que Mercé, Pastoria Imperio y Tórtola Valencia, le producían “una gran emoción estética, un gran placer artístico”.

En 1916 hizo una gira por el continente americano y se presentó en Nueva York, donde estrenó su ya famosa Danza de los ojos verdes, escrita para ella por Enrique Granados, que sería su última composición. De nuevo en Madrid, estrenó Los jardines de Aranjuez, con música de Albéniz, Chabrier, Fauré y Ravel y decorados de José María Sert, quien anteriormente había trabajado con los Ballets Rusos de Diaghilev. Ya era habitual que en sus actuaciones utilizara música de compositores famosos -Albéniz, Turina, Granados, Falla- y que en sus danzas aunara la tradición popular con sus propias creaciones.
En 1921 actuó en el Teatro Real de Madrid, donde se había iniciado, bailando ante los reyes de Bélgica, como una auténtica y consagrada figura de la danza. En 1925 estrenó en París El amor brujo –que Falla había escrito para Pastora Imperio, con el compositor dirigiendo la orquesta. En el montaje de la obra habían colaborado Mercé y Vicente Escudero, bailarín y coreógrafo, empeñado como ella en modernizar la danza incorporando las tendencias vanguardistas de aquellos años.
Con la idea fija de revalorizar el baile español y siguiendo el ejemplo de los Ballets Rusos de Diaghilev, crea los Ballets Españoles, que será la primera compañía de baile español. Su presentación oficial es en París con un programa compuesto por Sonatina de Halffter, sobre un poema de Rubén Darío, Triana, de Albéniz, con escenografía y vestuario de Néstor de la Torre, y El contrabandista, con música de Óscar Esplá y libreto de Cipriano Rivas Cherif. Una apuesta radical por la modernización del baile español y por las vanguardias del momento.

Estaba en la plenitud de su vida y de su arte. En una gira realizada por Estados Unidos en 1929 el Instituto de las Españas de Nueva York le rinde homenaje, en el que interviene García Lorca. Al año siguiente, el presidente de la República francesa le impone la Orden de la Legión de Honor. El 3 de diciembre de 1931 el presidente de la República española, Manuel Azaña, le entrega el Lazo de Isabel la Católica, primera condecoración que otorgaba el nuevo gobierno.

En 1933 montó en el Teatro Colón de Buenos Aires El amor brujo en colaboración con la coreógrafa Bronislava Nijinska -hermana del bailarín Ninjinsky- con los bailarines del mismo teatro. El montaje se presentó en España al año siguiente con una actuación estelar: Pastoria Imperio -que lo había estrenado en 1915- como Lucía, Vicente Escudero como Carmelo y Miguel de Molina en el papel de Espectro.
Cuando en junio de 1935 actuó en Madrid en la gala de la Antología del flamenco, que le dedicó Fernando el de Triana, nadie podía imaginar que esa iba a ser su última actuación. Unos días después propuso al presidente de la República la creación de una Escuela Nacional de Danza, sugiriendo como maestros a Encarnación López, La Argentinita, Vicente Escudero o Teresina Boronat. Admiradora de todas las expresiones del folklore regional español, el 18 de julio de 1936 asistió a un espectáculo de danzas vascas y se retiró a su casa de Bayona, donde recibió la noticia del levantamiento militar. Ese mismo día falleció de un infarto.
Vicente Escudero, resumió la importancia de Antonia Mercé al describirla como “la creadora de una escuela de baila tan propia, tan genuina, que de ella partieron y a ella vienen a parar cuantos pretendieron o intentan dar universalidad a la danza española”.
Fuentes: Real Academia de la Historia. Antonia Mercé y Luque
Foto portada: Anselmo Miguel Nieto, Retrato de Antonia Mercé (La Argentina), 1912.