Ángeles Santos Torroella (Portbou, 7 de noviembre de 1911-Madrid, 3 de octubre de 2013) es un caso de precocidad artística y de éxito fulminante. Tenía diecisiete años cuando pintó Un Mundo, un lienzo apabullante, al que enseguida le acompañaría La tertulia. Murió centenaria pero lo mejor de su obra está en esos primeros años.

Ángeles tuvo una infancia errante debido a la profesión paterna, que era empleado de aduanas. Desde temprana edad empezó a estudiar dibujo y pintura, en Valladolid aprendió de Cellino Perotti, pintor italiano. Tiene dieciséis años cuando pinta La tía Marieta, que se expone en el Ateneo de la ciudad. Al año siguiente, sorprende con un cuadro de grandes dimensiones y de una madurez infrecuente: Un mundo causa tal sensación que trasciende el estricto ámbito local hasta convertirse en una obra mítica del surrealismo español. Ángeles afirma haberse inspirado en los versos de Juan Ramón Jiménez: “vagos ángeles malvas / apagan las verdes estrellas. / Una cinta tranquila / de suaves violetas / abrazaba amorosa / a la pálida Tierra”. Los intelectuales del momento –la generación del 27 casi en pleno- se desplazan a Valladolid a conocer a la joven artista de provincia, capaz de incorporarse por sí sola a las corrientes artísticas modernas. Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Ramón Gómez de la Serna, Jorge Guillén se cartean con Ángeles.

Para demostrar que su éxito no era consecuencia del azar, Santos ha realizado La Tertulia, una obra rupturista en cuanto al fondo y a la forma. Una composición vanguardista en la línea de la Nueva Objetividad, que muestra a cuatro mujeres mujeres libres y desinhibidas, acorde con los nuevos tiempos, que se expone en el Lyceum Club en 1930.
Aún no había cumplido los veinte años cuando el Salón de Otoño de Madrid le reserva una sala del palacio de exposiciones. En 1931 protagoniza una exposición individual en Paris, luego, participa en otras muestras colectivas dentro y fuera de España. En 1936 está presente en el Pabellón Español de la Bienal de Venecia.

Esta espiral de éxitos profesionales no se corresponden con una vida personal placentera. Empieza a pintar lienzos oscuros, lóbregos, sobrecogedores, que recuerdan las pinturas negras de Goya. Ángeles tiene una relación complicada con su familia. También es posible que el éxito haya sido demasiado rápido para una mujer tan joven, con poco mundo. El caso es que se siente enferma y triste y se escapa del hogar familiar. Es encontrada y devuelta con su familia. En castigo, el padre destruye buena parte de sus cuadros y la interna en un manicomio. En los años 1931 y 1932 permanece recluida hasta que Ramón Gómez de la Serna escribe un artículo denunciando la situación.

Cuando sale, ya no es la misma, tampoco lo será su pintura. Se traslada a Cataluña, donde conoce al pintor Emili Grau Sala, quien se enamora de ella, convirtiéndola en su musa. Se casan poco antes del levantamiento militar de 1936. Cuando estalla la guerra civil el marido huye a París. Ángeles, embarazada de su hijo Julián, vuelve con su familia, entonces en Teruel, dedicada a la crianza del niño e impartiendo clases de dibujo en un colegio religioso.
En los años sesenta el matrimonio se reúne de nuevo. Cuando ella vuelve a la pintura realiza paisajes y retratos familiares en tonos amables, imitando al estilo de Grau. Nada que ver con la pintura original y poderosa de su juventud. El resto de su vida se aplicará al nuevo estilo mientras los museos se disputan su primera obra. El Museo Reina Sofía ofrece lo mejor de ella.
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