A Ana María Matute (Barcelona, 26 de julio de 1925-25 de junio de 2014) la guerra civil le hurtó la infancia. Ella trató de recuperar los años perdidos escribiendo historias en las que construyó un mundo donde la imaginación no tenía límites. Tanto se esmeró que acabó convertida en una de las mejores novelistas de la posguerra española. Recibió todos los premios posibles menos el Nobel, que tan merecido tenía.
Matute había nacido en Barcelona y allí volvió a morir, después de una existencia trufada de penalidades a las que ella puso una sonrisa y una mirada infantil. Hija de un catalán imaginativo, viajero y fabricante de paraguas -Facundo Matute- y de una castellana adusta -María Ausejo- a la que siempre sintió distante, era la segunda de cinco hijos. Todavía niña, su padre le trajo de uno de sus viajes un muñeco negro al que llamó Gorogó, a quien hizo personaje de sus primeras memorias y que le acompañó toda la vida. A los diez años escribe una revista -Shibyl- que ilustra ella misma. Tenía once cuando estalló la guerra civil; en esos años y en la posguerra pudo conocer la muerte, la miseria, el odio, la pobreza y la violencia que luego influirían en su escritura. Sus primeras obras expresarán en un lenguaje entre lírico y realista el asombro de los niños, enfrentados a la irracionalidad que les rodeaba.
Escribió su primera novela –Pequeño teatro– cuando tenía 17 años, aunque no se publicaría hasta 1954, al ganar con ella el Premio Planeta. En 1948 publica su primera obra -Los Abel- que había tenido una mención especial en el Premio Nadal, con la que obtiene un éxito rotundo. Al año siguiente queda finalista en el Premio Nadal con la novela Luciérnagas pero la censura prohíbe su publicación. En 1952 saca Fiesta al Noroeste, que le vale el Premio Café Gijón. En 1959 gana el Premio Nacional de Narrativa con Los hijos muertos; el mismo año gana el Nadal con Primera memoria; en 1965, el Lazarillo de creación literaria infantil con El polizón del Ulises; y en 1968 recibe el Premio Fastenrath de la Real Academia Española por Los soldados lloran de noche. La crítica elogió especialmente la trilogía Los Mercaderes, formada por Primera memoria, Los soldados lloran de noche y La trampa, con el nexo común de la guerra civil y la miseria moral que conlleva.
Tenía 27 años y ya era conocida en la literatura española cuando se casa con el escritor Ramón Eugenio de Goicoechea, con el que tendrá a su único hijo, Juan Pablo, nacido en 1954, a quien dedica sus obras infantiles. Sus padres se habían opuesto rotundamente a ese matrimonio, que resultó una trampa para Matute. Si de niña había sido víctima de la guerra de adulta lo fue del régimen impuesto por los vencedores de aquella guerra. Goicoechea era un tipo autodestructivo que no trabajaba, un sablista, de quien César González Ruano escribió en sus memorias que “se suicidaba cada noche y nadie comprendía cómo nunca se moría del todo”. El propio Goicoechea relata en su autobiografía que vendió el cochecito de pasear a su hijo, a sabiendas de que obligaría a su mujer a llevar al niño en brazos. La pareja se traslada de Madrid a Mallorca; allí Ana María descubre un día que el marido ha vendido la máquina de escribir, su herramienta de trabajo que le permitía mantener a la familia, y toma la decisión de separarse. Amparado por la ley, Goicoechea se lleva al niño a Barcelona pues la legislación franquista no contemplaba que una mujer pudiera tomar la decisión de separarse de su marido y mantener la custodia de los hijos. En esa situación, es acogida por el matrimonio Cela-Conde.
Durante años solo pudo ver a su hijo gracias a la complicidad de su suegra y siempre a escondidas. Hasta que el evidente abandono paterno le permitió recuperar al niño y con él se traslada a los Estados Unidos, donde en la segunda mitad de los sesenta trabajó como lectora en las universidades de Bloomington (Indiana) y Norman (Oklahoma). Posteriormente, Matute cedería parte de sus manuscritos y otros documentos originales a la universidad de Boston, que instituyó una colección que lleva el nombre de la escritora. También fue nombrada miembro honorario de la Hispanic Society of America. Si Goicoechea fue para Ana María Matute el “marido malo”, en Julio Brocard encontró el “marido bueno”, con quien pudo disfrutar y viajar, a pesar de que en ese tiempo sufrió una depresión que la mantuvo alejada de la escritura durante cerca de dos décadas.
Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil del año 1984 con su obra Solo un pie descalzo. Con Olvidado Rey Gudú obtuvo en 1996 un éxito extraordinario que le granjeó la admiración de las nuevas generaciones. Ese mismo año fue elegida académica de la Lengua, sucediendo en el sillón K a Carmen Conde. Matute era la tercera mujer en acceder a la Real Academia Española. En 1976 fue candidata al premio Nobel de Literatura junto con Vicente Aleixandre, quien lo recibiría al año siguiente. Obtuvo en 2007 el Premio Nacional de las Letras Españolas en reconocimiento a toda su obra. Finalmente, en 2011 recibió el Premio Cervantes. Su obra ha sido traducida a 23 idiomas.
Ana María Matute murió el 25 de junio de 2014 en su ciudad natal. Ese mismo año se publicaba su obra póstuma Demonios familiares. La crítica literaria la considera la mejor novelista de la posguerra española. Fue una escritora libre, rebelde y siempre moderna, enamorada de la palabra, que dejó una producción literaria de la pueden disfrutar por igual niños y mayores. El que no inventa, no vive, era su lema.