Amalia Avia

Amalia Avia (Santa Cruz de la Zarza, Toledo, 23 de abril de 1930-Madrid, 30 de marzo de 2011) fue una pintora figurativa que triunfó tardía pero plenamente. En sus memorias De puertas adentro narró con precisión y sin rencor el mundo que le había tocado vivir. Sus lienzos y sus palabras ofrecen el retrato de la sociedad española del siglo XX con la mirada de una artista generosa, comprometida y feminista.

Confieso que, a pesar de cuánto me gusta zascandilear por las exposiciones y museos de pintura, no conocía la obra de Amalia Avia. Supe que en la sala de la Comunidad de Madrid Alcalá 31 había una exposición suya al mismo tiempo que encontraba su libro de memorias De puertas adentro, de manera que he ido descubriendo a un tiempo a la artista triunfadora y a la mujer ajena al estrellato, a pesar de su enorme valía y a su obra.

Amalia fue la menor de seis hermanos de una familia manchega pudiente y conservadora. La madre, Donatila Peña, era una terrateniente acomodada, y el padre, Félix Avia, que había sido diputado de la CEDA, fue asesinado en Santa Cruz en los primeros tiempos de la guerra civil. “Una tarde de julio, a la hora de la siesta, unos hombres del pueblo sacaron a mi padre de la cama en la que descansaba y se lo llevaron. Nadie de la familia le volvería a ver más”, narrará ella.

La familia vive en Madrid los años de la guerra pero retorna al pueblo donde la madre toma las riendas de la hacienda familiar. Vuelve a Madrid con 20 años y se matricula en el estudio de Eduardo Peña, decisión que ella considerará como decisiva en su vida. Empieza una nueva vida más luminosa y feliz, ha descubierto su vocación y quiere convertirse en una pintora profesional, se relaciona con otros pintores -la mayoría alumnos de la Academia de Bellas Artes de San Fernando: Antonio López, a la que ella siempre llama Antoñito, Julio López Hernández, Esperanza Parada, Lucio Muñoz. En 1959 expone por primera vez, en la madrileña galería Fernando Fe. Al año siguiente se casa con Lucio Muñoz; la pareja tendría cuatro hijos.

Cultiva una pintura realista, no hiperrealista, elige con preferencia tema urbanos y de Madrid, ciudad que hará suya plenamente, temas de apariencia simple o ajados que ella dignifica: calles, fachadas, comercios, garajes, rincones que pasan inadvertidos se transforman en sus lienzos en la crónica de una ciudad. Las figuras humanas, presentes en sus primeras etapas van desapareciendo paulatinamente.

En 1964 es fichada por la galería Juana Mordó, donde están la mayor parte de los pintores vanguardistas de su generación, incluido Lucio. En 1972, sospechando que Mordó la mantiene más por sus vínculos conyugales que por su propia valía, se va a la galería Biosca, más acorde con su estilo. En 1993 pasa a la galería Juan Gris.

En los años siguientes expondrá su obra en la FIAC de París (1979) y en la Bienal de Basilea (1985). En 1992 participa en la exposición colectiva “Otra Realidad: compañeros en Madrid” que reúne a la generación de artistas surgida de la Academia de BBAA de San Fernando en la Casa de las Alhajas de Madrid. Allí están, entre otros, Enrique Gran, Joaquín Ramo o Lucio Muñoz. Con el grupo de realistas de Madrid – Antonio López, María Moreno, Julio y Francisco López Hernández, Isabel Quintanilla- participará en varias exposiciones dentro y fuera de España.

Desde 1965 su obra se mostrará en exposiciones individuales prácticamente en toda España: Sevilla, Zaragoza, Barcelona, Burgos, Bilbao, Valladolid, León, Lugo, San Sebastián, Santander, Santiago de Compostela, La Coruña, Las Palmas de Gran Canaria, Tenerife,Valencia… En el Centro Cultural de la Villa se organiza una exposición antológica de su obra, coincidiendo con la entrega de la Medalla del Mérito Artístico del Ayuntamiento de Madrid (1997). A lo largo de su vida recibió numerosos galardones: el premio Goya de la Villa de Madrid (1978), la medalla al mérito de Castilla-La Mancha (2007). En el 2001 ingresa en la Academia de Bellas Artes de Toledo, su provincia. Santa Cruz de la Zarza dará su nombre al Centro Cultural (2008). La exposición retrospectiva “El Japón en los Ángeles” ha presentado la obra de una mujer que se consagró con una pintura figurativa, en una época de predominio abstracto, y triunfó siendo mujer en un mundo de hombres, como ha recordado Antonio Muñoz Molina.

De todo ello habla en De puertas adentro. Con una prosa pulcra y un lenguaje preciso, de hermosa cadencia, Amalia relata con naturalidad y sin saña la crueldad de la posguerra, el clasismo de los colegios, la desigualdad de trato a las niñas. La mala experiencia en el internado de Madrid y las dificultades económicas de la familia. Amalia habla de la rudeza del pueblo, del cinismo de la dictadura, de la relación con las mujeres de la familia -su madre, su abuela paterna, su hermana Josefina, muerta en la juventud, su hermana Maruja- de las criadas -especialmente Dolores, que salvará los pocos bienes que pudo conservar la familia durante la guerra-, de sus compañeras de profesión, Esperanza Parada, Esperanza Nuere, Gloria Alcahud, María Moreno, Isabel Quintanilla, Carmen Laffon- la galerista Juana Mordó.

El resultado es una galería de personajes y paisajes de la posguerra, la transición y la llegada de la democracia a los que Amalia Avia conoció. Intelectuales y artistas coétaneos suyos, de los que habla con naturalidad y afabilidad: Juan Manuel Bonet, Francisco Calvo Serraller, Camilo José Cela, Francisco Nieva o Francisco Umbral. Y, especialmente, de Antonio López, de quien habla cariño y admiración. Por su tertulia en el torreón de la Puerta del Sol pasó todo el que era alguien en el momento: Javier Solana y su mujer, Concha Jiménez, María Antonia Dans, Beatriz Balmaseda, Enrique Baca, Vicente Sierra, Adolfo Castaño, Raúl del Pozo, Paco Umbral, Pepe Díaz, Álvaro Delgado, Máximo…

El torreón de la Puerta del Sol, cercano a la torre del reloj, escenario de las tertulias de Amalia Avia

Son memorias iniciadas en 1980 y publicadas en 2004 por la insistencia de Javier Tusell en las que ofrece la visión del mundo de una mujer inteligente y crítica, con ella misma y con el entorno en que le había tocado vivir. “Algunas de mis compañeras llevaban tantos años como ellos pintando y, sin embargo, todas adoptaron la misma actitud humilde y supeditada que posponía siempre nuestras inquietudes y nuestra vocación a las suyas. Me podrían decir que nuestra vocación era menor que la de ellos; puede que así fuera, aunque habría de ver el porqué”.

Amalia Avia y Lucio Muñor

Tras casarse con Lucio Muñoz, la joven de familia acomodada -que solo sabía coser como señorita fina- descubre las tareas domésticas. “Esta cotidiana realidad que te pega a la tierra -escribe- es el regalo de bodas que toda mujer recibe al casarse; regalo, además, para toda la vida y que es imposible no aceptar: ni la rica ni la pobre se libran de él. El hombre puede ser abogado, médico, escritor, pintor o lo que quiera; la mujer también, pero a condición de que sea también, antes que nada, ama de casa”. Una tarea, añade, “que debería ser un trabajo elegido, y en las familias donde ningún miembro lo eligiera, compartido.”

De esos primeros tiempos de casada razona que “hubiera sido fácil en aquel momento dejarme llevar por la inercia y la comodidad, como han hecho tantas mujeres que han abandonado su profesión por los hijos y la casa y se han puesto al servicio de otra carrera siempre más importante: la de su marido”. Ella, en cambio, “creía que se podía crear hijos y cuadros a la vez, aunque eso sí, con gran esfuerzo y tomándose en serio ambas cosas”.

En sus memorias, Amalia se hace preguntas que siguen estando latentes: ¿Por qué es el hombre, según la sociedad, el que pierde con el matrimonio? ¿Quién cambia más su vida? ¿Quién, a partir de ese momento, va a sufrir más alteraciones hasta en su mismo cuerpo?¿Quién va a renunciar a más cosas? (…) El matrimonio en sí no es un regalo para la mujer. El hombre no solo va a seguir con su vida de antes, sino que va a tener, a partir de entonces, un apoyo incondicional en su trabajo, una ayuda, un soporte, un respaldo que le da seguridad y en algunos casos hasta un oculto motor que le hace funcionar”. “La gran revolución de las mujeres no está en hacer lo mismo que los hombres, sino en conseguir cambiarlos para que en algunas cosas sean como ellas; conseguir, sobre todo, acabar con su machismo en lo afectivo y en lo doméstico”, concluye.

No obstante, cuando su madre enferma siente el impulso de irse con ella, lo que no hace porque “no podía dejar a los tres niños, tan chicos, con Lucio”. Sin embargo, cuando la madre empeora, deja a los niños con la muchacha.

Aunque soslaya la alusión a asuntos demasiado privados, como su relación con Lucio o la muerte de este, -”Mi naturaleza no puede aceptar que la muerte de Lucio sea una vivencia más de mi vida. Así de fácil”– algunos pasajes de sus memorias permiten atisbar cómo era. A propósito de la fama del marido, habla sobre la ocasión en que ambos coincidieron exponiendo en Barcelona. “Yo vendía casi toda la exposición y él muy poco. Pero no acaba ahí mi realización profesional respecto a Lucio con motivo de aquella exposición. Al pasar Lucio a visitarla desde la suya, hubo al menos dos personas que le preguntaron: ¿Usted también pinta?, pregunta que me habían hecho a mí en numerosísimas ocasiones a lo largo de mi carrera como pintora consorte”.

Una pintora que triunfó profesionalmente mientras luchaba contra la depresión que le acompañó en sus últimos años. Y que, una década después de su muerte, está siendo descubierta por las nuevas generaciones.

Fuentes y fotografías: Amalia Avia

Avia, Amalia. De puertas adentro. Editorial Taurus. Edición 2020

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